Sibila Camps
En lo que va del año, la violencia de género causó la muerte de al menos nueve mujeres. Otras cuatro sufrieron intentos de asesinato. Estos femicidios están unidos por un denominador común: la gran mayoría de los victimarios fue el compañero o ex compañero de pareja. Esto convierte la suma de casos policiales en un acuciante problema social.
Varias habían denunciado violencia doméstica -como Rosana Galliano (29), muerta de cuatro balazos y no incluida entre los nueve homicidios de enero-, lo que pone en tela de juicio la eficacia de los actuales sistemas de prevención. Vivían en una casilla o en un country. Casi todas eran madres. Casi todas se habían animado a separarse del golpeador, pero no alcanzó.
"Reciben el terrible mensaje de que se ponen en mayor peligro si denuncian", alerta el director ejecutivo de Amnistía Internacional de Argentina (AI), Rafael Barca. Por esa razón, la entidad reclamó una política de Estado a largo plazo, y propuso un plan de acción (ver www.amnesty.org.ar).
En 2001, la ONU definió el femicidio como "el asesinato de mujeres como resultado extremo de la violencia de género, que ocurre tanto en el ámbito privado como público; comprende aquellas muertes de mujeres a manos de sus parejas, ex parejas o familiares, asesinadas por acosadores, agresores sexuales y/o violadores, así como de aquéllas que trataron de evitar la muerte de otra mujer y quedaron atrapadas en la acción femicida".
"El dominio masculino es un régimen cultural ancestral, pero en las últimas décadas ha estado en crisis. Y cuando un sistema es puesto en crisis, la reacción se hace más intensa", observa la psicóloga Irene Meler, presidenta del XI Congreso Metropolitano de Psicología (APBA).
Para la doctora Nina Brugo Marcó, presidenta de la Comisión de la Mujer de la Asociación de Abogados de Buenos Aires, "el llamarlos crímenes pasionales es una aberración: son lisa y llanamente asesinatos de género". Barca también cuestiona la falacia de que "cuando uno se apasiona, pierde la cabeza"; de que "quiere de más, y el amor le hace perder la razón. Es perder algo que crees que es de tu propiedad -corrige-. Es violencia de género, porque se basa en la discriminación contra la mujer, y en la impunidad de esa discriminación". "El recurso de la violencia por parte de los hombres es instrumental y no constituye una pérdida de control, sino más bien una toma de control", concluye la abogada Susana Cisneros.
El director de AI recuerda que los derechos humanos de la mujer "se respetan muchísimo menos que los del varón. Cuando el hombre somete a la mujer para sentirse más hombre, es un problema de derechos humanos y, por lo tanto, un problema de Estado. Y cuando la mujer se anima a denunciar, no encuentra al Estado. No vemos un plan de acción que le asegure protección esté donde esté (ni siquiera hay un número telefónico único para todo el país), y que no sea una lotería de códigos postales".
La doctora Brugo Marcó no sólo cuestiona la legislación existente, sino también "la ignorancia por parte de la mayoría de los jueces acerca de la perspectiva de género. El tratamiento no puede ser sólo desde lo jurídico, sino multidisciplinario. Pero nuestras facultades no están preparadas para formar en esta temática a abogados, ni médicos, ni psicólogos, ni asistentes sociales".
Protegerse del violento es una carrera de obstáculos, observan los especialistas consultados: en la comisaría desestiman la denuncia; la mujer debe hacer cola desde las 4 de la mañana en los tribunales para acceder a una defensa gratuita; cuando pide ayuda en la oficina comunal especializada, termina contando su calvario frente a sus hijos. "Hay además una violencia invisible: la deuda alimentaria hacia las separadas o divorciadas", agrega Mavia Carrazza, directora del Centro de Estudios e Investigación para la Mujer de Gualeguaychú.
Si el caldo de cultivo de la violencia de género es la discriminación, el problema no se revierte sólo con medidas específicas ni con leyes especiales. "Hay que revisar cuáles son los defectos discriminatorios de cualquier legislación; y ver si las políticas de vivienda, de educación, de salud, de trabajo, no discriminan a la mujer", reclama Barca.
"Muchas veces, la vulnerabilidad económica impide a la mujer salirse de esa situación de violencia -agrega-. Tenemos una sociedad que reafirma que la mujer es inferior. Y cuando la mujer se rebela, es cuando se pone en peligro". Por eso, el titular de Amnistía Internacional de Argentina exige "que la Presidenta y los gobernadores se levanten, miren cara a cara a la sociedad, y digan 'Esto no lo vamos a tolerar'".
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