Publicada en diario Clarín, Buenos Aires, 24 de agosto de 2012
Para ellos, el día a día es un trauma. Temen que el papá mate a la mamá y queden desprotegidos. También se sienten culpables por no defender a la madre. Y a veces son objetos de violencia directa.
SIBILA CAMPS.
Oyen insultos y descalificaciones hacia quien los viste y peina, les prepara la comida y los acuesta. Se sobresaltan con portazos, se asustan con gritos y llantos, se aterran con los silencios. Ven manotazos, zamarreos, objetos estrellados. A veces presencian los golpes; otras, sólo advierten las marcas. Menos las que van quedando en ellos, porque aún cuando el padre tenga una conducta amorosa hacia los hijos, la violencia hacia la madre –coinciden los especialistas– siempre causa daños a su salud mental.
Cuando la violencia se reitera, “termina generando una situación traumática, porque el niño no tiene suficientes mecanismos defensivos para responder a esa situación estresante superlativa”, explica el doctor Norberto Garrote, director del Hospital Elizalde y de la carrera de Violencia Familiar de la Universidad Museo Social Argentino.
“Viven la violencia con mucho pánico: tienen miedo de perder a la mamá”, precisa la doctora Felisa Lambersky de Widder, coordinadora del Departamento Niños y Adolescentes de la Asociación Psicoanalítica Argentina. “Genera miedo de que la mate y ese es un sentimiento intolerable: el miedo a perder al cuidador –completa la psiquiatra Mónica Oliver, especializada en niños y niñas–. Ser testigo de violencia afecta profundamente la organización de la personalidad”.
Oliver cita a la psicoanalista británica Danya Glazer: “El niño utiliza mucha energía emocional y mental para poder sobrevivir a la terrible angustia que le producen las fantasías de muerte”. “Esos chicos están golpeados desde lo psicológico; el presenciar el maltrato a su mamá los convierte en personas violentadas –define Norma Stola, psicóloga de La Casa del Encuentro–. Sufren estrés postraumático, depresión, tienen sentimientos de indefensión, impotencia, miedo. Aprenden que si se portan mal, tienen que ser castigados; y como están siendo castigados en ese momento, posiblemente se sienten culpables, porque creen que están haciendo algo mal. Muchas veces también se sienten culpables porque no pueden proteger a la mamá”.
“La denigración hacia la madre y el sentimiento de desvalorización la dejan en un lugar de impotencia y pierde autoridad”, observa Widder. Eso repercute en los hijos: “Son niñas y niños que crecen con miedo: un papá violento les produce miedo, una mamá temerosa no les da seguridad”, agrega Stola.
Con frecuencia no son sólo testigos, sino también víctimas directas, de cualquiera de los progenitores. “Muchísimas veces el maltrato a los chicos es una de las formas que encuentra el agresor para dañar a su pareja o ex pareja”, recuerda Stola. Por otra parte, esa madre “muchas veces ejerce mecanismos violentos con los chicos, ante las dificultades que tiene para controlar ella también los impulsos, y por una baja tolerancia a la frustración que le generan todas las circunstancias por las que atraviesa”, observa Garrote.
El impacto que les causa la violencia de género dependerá “del estado previo de su salud mental, y de su edad –indica el psiquiatra–. Si tuvo una buena relación maternofilial temprana, tendrá un background mejor que quien vivió desde pequeño estas situaciones de estrés extremo. En este último caso, va a tener serias dificultades a la hora de insertarse socialmente: si el medio conocido por él es potencialmente nocivo, mucho más lo será el desconocido”.
¿En qué medida ese niño devendrá un hombre violento, y esa niña será víctima del maltrato de su pareja? “Es una situación que se repite intergeneracionalmente ”, afirma Garrote. Sus colegas consideran que en definitiva dependerá de la atención y contención que pueda dárseles en otros ámbitos.
“Es urgente que se abran servicios de atención psicológica para hijos e hijas de mujeres víctimas de violencia de género –reclama Stola–. Es necesario que esas criaturas sean escuchadas, que vean que alguien les da credibilidad”.
http://www.clarin.com/sociedad/Violencia-genero_0_761323959.html
Los profesionales en salud mental coinciden en los efectos de las niñas y niños cuyas madres sufren violencia de género. “Problemas de aprendizaje, enuresis, falta de control de esfínter anal, pesadillas, insomnio, enfermarse para que los padres se unan ante la enfermedad”, detalla la doctora Felisa Lambersky de Widder. “Ganas de llorar, cambios de ánimo, ansiedad, angustia, irritabilidad, tristeza –agrega la psicóloga Norma Stola–. La pasan muy mal”.
Algunos tienen conductas regresivas, “como una forma de refugiarse en una época en la que se sentían más protegidos”, señala la doctora Mónica Oliver. La psiquiatra describe dos tipos de síntomas: internalizados –los niños retraídos, introvertidos, que se refugian en la fantasía–; y externalizados –cuando “se identifican con el agresor y actúan como él con sus pares, para sacarse los miedos. ‘Si yo agredo primero –piensan–, si los demás me tienen miedo, no me va a pasar nada”.
Los expertos advierten sobre fallos que obligan a los niños a revincularse con el agresor.
Cuando la madre logra romper el ciclo de la violencia de género y separarse del agresor, las medidas judiciales no siempre tienen presentes a los hijos. “La mujer puede lograr una restricción perimetral, pero la Justicia obliga a los niños y niñas a revincularse con el agresor, a tener régimen de visitas, y esto hay que replanteárselo.