Sibila Camps
Se los ve descalzos o con los dedos gordos al aire, el pelo renegrido rebanado con tijera desafilada, el pantalón ya demasiado cortón, la pollera desflecada, las rodillas grises de tierra. Pose tímida, grave el rostro moreno, sostienen sus dibujos, o sea sus sueños: cielos soleados y azulinos, desparramo de flores y, sobre todo, la típica casita con techo a dos aguas, esbozada desde sus ranchos de adobe.
Esos dibujos generaron y pasaron a integrar cuadros de once famosos artistas plásticos argentinos y otros once de Holanda, que hasta el 12 de diciembre pueden verse en las salas 14 y 15 del Centro Cultural Recoleta (Junín 1930). En ese país nació, de allí viene el hada madrina del proyecto Pintar un futuro, la artista plástica Hetty van der Linden (58), quien también se encarga de vender las obras, para que esos chicos concreten sus sueños.
A Hetty le llevó media vida dar con su propio futuro. Hija de un padre constructor y un ama de casa, única nena entre cinco hermanos varones, confiesa haber sido una pésima alumna, "la desesperación de mis padres". Comenzó y largó varias carreras. Fue azafata de KLM, guía de turismo en España y Marruecos, chofer de micros para turistas.
Casada con un eminente cirujano español, a los 35 años y ya con sus tres hijos se radicó en Toledo, donde se anotó en una escuela de arte. En el 88, separada, regresó a Holanda e hizo un posgrado. En 1994 ofreció su primera muestra.
Los dibujos infantiles se metieron en sus cuadros por casualidad. En 2001 la invitaron a pintar, junto con otros artistas, a un hogar de huérfanos de la guerra en Sarajevo. "Como era la única mujer, todos los niños querían pintar conmigo —cuenta Hetty—. Mi cuadro aún estaba húmedo cuando tomé dos de los dibujos y los pegué: quería que algo de un niño estuviera físicamente dentro de la obra".
La idea de Pintar un futuro terminó de cuajar en la Argentina. Hetty llegó al país en 2000, sin tener ningún contacto, porque el Polo Club de Holanda le propuso exhibir sus telas sobre caballos en ocasión del campeonato mundial que se hacía en Buenos Aires. No le gustó el sitio para colgar sus cuadros y, buscando otra sala, llegó al Centro Cultural Recoleta, donde la invitaron para 2001.
Esta vez alquiló un estudio en Buenos Aires. Se quedó un mes, conoció a colegas argentinos. "Una noche, unas amigas me invitaron a cenar en Barrio Norte. Se la pasaron quejándose de la inseguridad. Al volver a casa me crucé con cuatro chicos de la calle, de 8 a 14 años. Les pregunté cómo vivían. Me confesaron que cuando veían a una señora concheta en el estacionamiento de un hipermercado, hacían un operativo para robarle el carrito lleno: lo mismo que le había pasado a una de mis amigas".
"Eran chicos con sueños irrealizables —cuenta Hetty, en un español con sabor argentino—. En media hora había hablado con los dos extremos de la sociedad. Por ser artista, tengo acceso a gente con plata. Me dije: 'Si mis amigas son conchetas y me compran los cuadros, ¿por qué no voy a utilizarlas para que los chicos vivan mejor?'"
Al principio, Hetty estuvo sola. Fue a exponer a Gualeguaychú y terminó en la casa de una mujer que adoptó a 30 chicos de la calle, maltratados o abusados. "Les doy un pincel y les digo que es una varita mágica, que cierren los ojos e imaginen qué harían. Mientras piensan, les preparo las pinturas. Es hermoso verles las caritas, los ojos apretados. Los niños de Sarajevo pintan padres, los de la calle pintan casas".
En 2003 llamó a sus 26 amigos pintores de 20 países, entre ellos Estonia, Bulgaria, Argentina, Italia, Chile, Eslovenia, Italia, Croacia, Colombia, España, Alemania y obviamente Holanda. "¿Quieren venir a Toledo a pintar un mundo mejor?", les propuso. "Ninguno me preguntó cómo, y el 5 de setiembre estaban todos allí —destaca Hetty—. Mis amigos hoteleros y de los restaurantes los trataron como reyes. Y a la semana tenía 46 cuadros lindísimos. Después, las galerías de España y de Holanda se portaron rebién".
Ya reunió 120 cuadros. Amparan anhelos de chicos de un orfanato de Meknes, Marruecos. De Peña Lolé, una villa miseria cercana a Santiago de Chile. De León y San Roque, en la quebrada de Humahuaca. De Bajo Hondo y de la escuela wichí de Nueva Pompeya, en el Impenetrable chaqueño. De Durazno, en la Puna jujeña, adonde Hetty llegó tras diez horas a lomo de burro cuando supo que la escuela-albergue casi no tenía techo.
Con una energía serena, Hetty sigue sumando colegas. Entre los once argentinos están Carlos Gorriarena, Adolfo Nigro, Juan Doffo, Ladislao Magyar y Juan Manuel Sánchez. Tanto en sus obras como en las de los holandeses, los dibujos infantiles marcan cruces culturales: ocupan el vestido de la "Menina" de Miguel D'Arienzo, se pierden en las autopistas de Flavio Janches, marcan contrastes en la cosmópolis de Jorge Meijide.
Con los 70 cuadros ya vendidos se pagaron las deudas del hogar de Gualeguaychú. Se inició un emprendimiento apícola en Nueva Pompeya, para que los padres no tengan que migrar para las cosechas y los chicos puedan terminar la escuela. Se levantaron varias casas de material, único modo de librarse de las vinchucas. Se equiparon escuelas. Se costeará un departamento en Corrientes para Gaby, una joven wichí que el año próximo comienza a estudiar Derecho. Y sigue la lista...
Y siguen los sueños. Quienes quieran hacerlos realidad pueden escribir a hetty@hettyvanderlinden.com. El dueño del cuadro sabrá de su génesis y de su desenlace gracias a Titus Tiel Groenestege (35), un conocido actor, autor y director de teatro holandés que con la misma nobleza de Hetty registra las pinceladas de esperanza y de felicidad en fotos y en video. |