Sibila Camps
Llegan cohibidas, se van animosas. Se aplastan contra la silla, se levantan livianas. Entran opacas, salen luminosas. El milagro, en una hora y media, lo logran unos toques de maquillaje y un puñado de consejos sobre estética personal, que les dan la convicción de que le van a ganar al cáncer.
El nombre del programa no admite sinónimos: "Luzca bien... Siéntase mejor". Se trata de algo tan sencillo como una charla gratuita en la que cosmetólogas y estilistas enseñan a disimular los efectos visibles de la quimioterapia y la radioterapia. Tan sencillo, necesario y eficaz, que uno se pregunta por qué aún no es universal.
La iniciativa tuvo origen en 1989 en los Estados Unidos y se extendió a otros catorce países. En la Argentina —el único de América Latina— lo implementa desde 2000 la Cámara Argentina de la Industria de Cosmética y Perfumería (CAPA). Participan profesionales voluntarias que, si bien usan productos donados por empresas, no promocionan ninguna marca (ver Con trabajo gratis y productos donados).
En nuestro país, unas 18.000 mujeres reciben cada año un diagnóstico de cáncer de mama, y otras 7.000 se enteran de que tienen cáncer de cuello de útero. Después de la cirugía, muchas tienen que someterse a quimioterapia, otras a radioterapia, o incluso a ambas. Son tratamientos agresivos, y algunos de sus efectos colaterales se hacen difíciles de asimilar (ver Efectos colaterales de las terapias).
"Con la quimioterapia, la paciente puede tener vómitos o diarrea, que duran 4 o 5 días después de cada sesión. Pero la caída del pelo es el efecto más perdurable; marca a la mujer y la muestra como una enferma de cáncer", observa Isabel Piriz, psico-oncóloga del Hospital Eva Perón de San Martín, y miembro de la Asociación Argentina de Oncología Clínica.
En consecuencia, la autoestima se desploma. "Ellas piensan: '¿Para qué arreglarse, si esto no tiene arreglo?' Y... sí, acá se transforman", comenta la maquilladora Sandy Cornejo.
Esta vez, la metamorfosis tiene lugar en un laboratorio desactivado del Auditorium del Instituto de Oncología Angel Roffo, que se ha vuelto acogedor gracias a las voluntarias de este enorme hospital universitario. Los espejos, instalados en torno de una gran mesa, esperan a las mujeres, que van franqueando la puerta como si caminaran hacia atrás.
"¡Llegó Papá Noel!", anuncia Sandy, y cada una recibe un bolso con productos. Primer acierto: no hay mujer que se resista a probar el cosmético que acaban de regalarle, y enseguida están todas levantando tapas.
"Los productos cosméticos se contaminan fácilmente, y ustedes están con las defensas bajas", advierte Sandy, al enseñarles a limpiar el cutis. Se han quitado gorros y pañuelos, y empiezan a acariciarse con colores.
"Un buen delineado disimula la falta de pestañas", explica María Elena Arrighi. Segundo acierto: las maquilladoras no emplean eufemismos. Y sin embargo las miman, las siguen de cerca, les corrigen los trazos.
El rostro, que desde hace un tiempo desconocen, vuelve a ser domeñable, domesticable. "¡No creí que era tan linda!", exclama una voz sincera, sin ironía. Con el lápiz labial, han terminado de pintarse el alma. "Hasta hoy, pasé cuatro meses que ni me miraba al espejo", confiesa Desideria Monterroso (72).
Sobre los mechones flamantes de Zelmira, que oficia de modelo, María Elena despliega trucos con pañuelos y boinas. Con apliques y cortinas de cabello inventa un flequillo, una melenita, patillas. "¡Cómo cambia!", se maravillan a coro. La metamorfosis se completa con aros de buen tamaño: "La idea es distraer la mirada y que tengamos otro efecto", resume la estilista, antes de dar sugerencias acerca de pelucas.
Se han transformado, pero desde adentro. "Estaba un poquito bajoneada, y ahora decidí que esta tarde voy a la peluquería", anuncia Virginia Barrionuevo (70). "Muchas gracias por brindarme un gran momento de belleza", escribe María Eugenia (34) en el cuaderno de CAPA. Horas despu és, Karina Almirón (35) contará: "Me sentí muy bien al maquillarme, en la clase y durante todo el día; con muchas pilas, como si se hubieran recargado. Es saber que, a pesar de todo, podemos operar sobre nosotras mismas y cambiar nuestra realidad, aunque sea en pequeñas cosas".
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