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Publicado en Clarín, Buenos Aires, el 21 de enero de 2009

 

PRIMERA INVESTIGACION A NIVEL GLOBAL, DIRIGIDA POR UNA UNIVERSIDAD INGLESA


La ciencia ya estudia qué sienten las personas al borde de la muerte

Intentarán probar si esas vivencias son ilusiones o apenas recuerdos falsos.


Por Sibila Camps.

El paso por el túnel, la luz brillante en el otro extremo, la sensación de estar fuera del cuerpo o flotando, son representaciones que el imaginario popular asocia con el tránsito hacia el más allá. Pero ahora son el centro del primer estudio a gran escala sobre experiencias cercanas a la muerte -así se llaman, o también ECM-, iniciado en la Universidad de Southampton, Gran Bretaña.

Lo conduce el doctor Sam Parnia, un especialista en cuidados intensivos. Después de una etapa piloto de 18 meses en diversos hospitales británicos, el estudio se ampliará a otros centros de ese país, de Europa y Estados Unidos.Los investigadores harán foco en las áreas de resucitación, donde instalarán imágenes, pero que sólo serán visibles desde el cielorraso.

"Si se puede demostrar que la conciencia continúa después de que se desconecta el cerebro, esto abre la posibilidad de que la conciencia sea una entidad separada -evalúa Parnia-. Y si nadie ve las imágenes, esto probará que esas experiencias son ilusiones o recuerdos falsos".

El doctor Tristán Beckinstein, investigador asociado de la Unidad de Ciencias de la Cognición y el Cerebro, de la Universidad de Cambridge, cuestiona el punto de partida: "Asumir que la mente está separada del cerebro es una hipótesis de trabajo que, al diseñar experimentos, genera un problema epistemológico. Presupone que existe algo intangible, que por lo tanto no puede ser medido, sino sólo de manera indirecta".

Parnia recuerda que, contrariamente a lo que piensa la gente, la muerte no es un momento específico sino "un proceso que comienza cuando el corazón deja de latir, los pulmones dejan de trabajar, y el cerebro deja de funcionar, una condición médica calificada como paro cardíaco; durante un paro cardíaco, los tres criterios de muerte están presentes".

Especialistas consultados por Clarín coincidieron en que esto último es erróneo. "El cerebro no deja de funcionar instantáneamente: puede estar sin sangre varios minutos, y las neuronas están intentando sobrevivir", observa Beckinstein.

"A partir de los tres minutos sin oxígeno, hay células de ciertas zonas que comienzan a morir. Muchas veces pudimos resucitar a personas desde el punto de vista cardiovascular pero no cerebral, pues el tiempo que quedó sin oxígeno fue suficiente para dañarlo", señala el doctor Carlos Gherardi, director del Comité de Ética del Hospital de Clínicas.

Parnia señala que tras el paro cardíaco sigue un período, de pocos segundos a una hora, en el que las maniobras de reanimación a veces logran que el corazón vuelva a bombear. "Lo que experimenta la gente durante este período proporciona una ventana única para comprender y ver si pueden recordar las imágenes" que se utilizan en el estudio, estima Parnia.

"Hay corrientes que tratan de probar que hay un espíritu más allá de la fisiología. Eso es un acto de fe, porque la tolerancia del cerebro a la falta de oxígeno es mínima -observa el doctor Eduardo San Román, jefe de terapia intensiva en el Hospital Italiano-. Ese recuerdo tiene que ver con las creencias o las vivencias previas de la persona. Esa percepción de ver la luz es algo cultural, ya que cuando se va perdiendo el flujo cerebral, lo primero que ocurre es ver nublado".

En 40 años de trabajo en terapia intensiva, "nunca tuve un paciente que me relatara esas experiencias -cuenta Gherardi-. De haberlo tenido no dejaría de creerle; pero no podría decirle que murió y volvió de la muerte, porque la muerte es una sola, y de ello no se vuelve".

San Román da una explicación de las ECM: "Todo proceso de conciencia es bioquímico; a tal punto, que las drogas que actúan sobre el sistema nervioso central alteran sus receptores bioquímicos, lo que modifica la percepción. En una detención circulatoria, esos receptores se han alterado".

"Todo lo que una persona puede contar sobre ese momento es válido; pero las extrapolaciones que esa persona o algún observador hacen -advierte Gherardi-, son un aporte personal que exacerba la ilusión y explora la fantasía, que es más frecuente en algunos, y en muchos casos con su relato han ganado mucha plata".

   
 
 


Un viaje al más allá


Hace 40 años, el llamado "Informe Harvard" sirvió para definir la muerte encefálica. "A partir de este momento el corazón ya no podía ser considerado el órgano central de la vida, y la muerte como sinónimo de ausencia de latido cardíaco. La presencia de un coma irreversible impulsó a elegir el cerebro como el órgano cuyo daño debía definir el final de la vida. La muerte era posible con latidos cardíacos, pulso y tensión arterial, signos que todavía hoy conservan el nombre de vitales".

Los criterios para diagnosticar la muerte cerebral fueron ajustándose con sucesivas actualizaciones del Informe Harvard. De todos modos, de ese primer gran cambio derivaron muchos otros. Fue necesaria una legislación "que, para protección de los médicos, declarara a la persona muerta antes de retirarla del respirador mecánico", recuerda Gherardi. Con el tiempo, esas pautas facilitaron la ablación de órganos a los fines de trasplantes.

El soporte vital significó un avance tecnológico para los pacientes graves, y posibilitó que algunas mujeres embarazadas con diagnóstico de muerte cerebral fueran mantenidas durante días y hasta meses, para permitir el nacimiento de niños normales.


 


Algunos mitos inmortales


En 1907, el doctor Duncan MacDougall, para probar su hipótesis materialista sobre la "sustancia del alma", pesó a seis moribundos, minutos antes y después de morir. La cuenta le dio un promedio de 21 gramos menos, lo que dio origen al mito de que eso es lo que pesa el alma.

El rezo como remedio también resultó un mito. Un experimento en 1.800 convalecientes de una operación cardíaca mostró que la oración no tuvo ningún efecto positivo. De los 600 pacientes que sabían que rezaban por ellos, el 59% sufrió complicaciones leves, atribuidas al estrés y la ansiedad: "¿Tan enfermo estoy, que tienen que rezar por mí?"