Sibila CampsArtículos destacados
   
 
  Publicada en diario "Clarín", Buenos Aires, 08 de Febrero de 1998

 

UNA HISTORIA DE PELICULA: COLONIA SUIZA, EN URUGUAY, TIENE 11.200 HABITANTES

 


Un pueblo compró el cine
para que no lo demolieran

 
 

El cine Helvético se inauguró en 1910 y cerró en 1985

* Tiene 1.080 localidades.
* Por allí pasó la vida social del pueblo
* También se hacían bailes
* Los vecinos crearon una asociación civil y lo compraron gracias a donaciones.

 
 


Sibila Camps
. Nueva Helvecia. Enviada especial

Si rematan el cine, yo vengo a llorar a la puerta, amenazó María Natalia Aguirre en diciembre pasado. Ahora se asoma a la sala en puntas de pie, pierde los ojos en las 1.080 butacas y los vuelve al fondo, donde su familia tenía reservada la última fila. Ataja un lagrimón escurridizo y sonríe: ­Ahora es del pueblo!El 15 de enero pasado, los 11.200 habitantes de Colonia Suiza, a 56 kilómetros de Colonia y 121 de Montevideo, vivieron su propio Cinema Paradiso, pero con final feliz: para evitar que lo vendieran y terminara siendo un supermercado, compraron el cine.

Entiéndase bien: no fue pagado por el Ministerio de Cultura del Uruguay, ni adquirido por la intendencia del departamento de Colonia (aunque hizo un aporte significativo). Son los propios vecinos los que están poniendo los 115.000 dólares, con donaciones, materiales, mano de obra y las rifas que empezaron a organizar.
Pocos conocen el filme de Giuseppe Tornatore. En 1990, cuando se estrenó, el cine Helvético llevaba cinco años cerrado. Reabrió durante 1993 y 1994, explotado por un jardín de infantes que reunía fondos para tener su propio edificio. Después volvió la oscuridad.

El centro social

Abraham Nemer debió de ser el único siriolibanés entre suizos y alemanes madrugadores, dedicados a sus tambos y a la elaboración artesanal de quesos. Cuando levantó el cine, en 1910, no se imaginó que pronto se convertiría en el eje de la actividad social de Colonia Suiza y de Nueva Helvecia, su núcleo urbano. Tenía 500 localidades, incluido pullman. Una década después agregó palcos.

Entonces no había cine tan seguido, porque las granjas estaban aisladas y no era fácil movilizarse –recuerda Eva Schöpf (84)–. Como los clubes no tenían sede, para los carnavales y para la fiesta nacional de Suiza se levantaban las butacas y había baile. También la víspera de la independencia de Uruguay, cuando las chicas se presentaban en sociedad.

El cine no daba para comer, y don Abraham pasó a manejar el primer taxi del pueblo, que fue también el primer auto. Pero siguió insistiendo, y los días en que había función, izaba una bandera para avisar. El 15 de noviembre de 1930, el periódico Helvecia anunciaba el espectáculo maravilla de filmes sonoros, musicales y parlantes. Ahí se quedó sin empleo el pianista Luis Häberli.

Entusiasmado, Nemer abrió cines en Juan Lacaze y Rosario, dos pueblos cercanos. Mario, uno de sus hijos, comenzó a acompañarlo a Montevideo para aprender el oficio de alquilar películas y calcular los horarios de proyección. Ricardo Bauman ya llevaba varios de los 64 años que pasó operando el proyector y soportando las chiflatinas cuando se cortaba la cinta.

A sala llena

Homero Duomarco tenía 12 años en 1940, cuando empezó a escribir los argumentos de los filmes para publicar en los periódicos y en los programas, que se repartían en bares y casas. “El cine Helvético era mi vida –recuerda–. Los Nemer me contaban más o menos cómo era la película, y yo lo redactaba y lo inflaba un poco”.

Era él quien advertía Inconveniente para damas, garantía segura de que habría sala llena. Todos se acuerdan de las zapateadas en el piso cuando daban una de cowboys. Del éxito del cine argentino y mexicano. Que no sirvió de nada en 1950, el día en que Uruguay salió campeón del mundo, y se suspendió la proyección, y terminaron todos en la plaza.

Ya se justificaba la refacción de 1955, cuando la sala superó las mil butacas. “Si daban una de Cantinflas, tenía que plantarme bien fuerte, y aflojar el cuerpo sólo para dejar pasar a las mujeres y que no las apretaran”, evoca Ernesto Pozzi, portero para todo servicio entre 1968 y 1985.

“El cine era un programa”, explica Carlos Moreira, intendente de Colonia, nacido en Nueva Helvecia. El vermouth con baile en el Centro Helvético se suspendía a la hora del cine y se reanudaba después. O se iba al cine y luego a cenar. Nos poníamos tacos y vestido. “Los hombres, de traje”, apunta Nélida Beltrán, presidenta de la Comisión Pro Recuperación del Cine.

Bandera de remate

Para entonces, el Helvético ya estaba en manos de los dos hijos de Nemer. Se llenaba hasta los pasillos, y no alcanzaba. “A fin de mes venían altos de vales para pagar, y no había un peso”, señala Florentina Betarte, la viuda de Mario Nemer.

La hiperinflación y el auge del video hicieron el resto. Murieron los Nemer. Cerraron los cines de Rosario y Juan Lacaze. Se fueron acumulando las deudas por impuestos del Helvético. “Lo pusimos en venta con mucho dolor, porque fue algo muy nuestro, tan de la familia”, confiesa doña Florentina.

Al borde de la bandera de remate, en un programa del canal de cable local, Florentina preguntó: “¿Qué podemos hacer para que el cine quede para Colonia Suiza?” El pueblo se autoconvocó en tres asambleas. Surgieron donaciones e ideas de financiamiento. Nació la Asociación Civil Centro Regional de Cultura Cine Helvético.

El 31 de enero, los vecinos se arremangaron en la jornada de limpieza y se probaron las butacas para marzo, cuando vuelva a descorrerse el telón. Muchos piden que sea con Cinema Paradiso: quieren saber cómo es esa película que cuenta una historia igual a la de su pueblo.

http://www.clarin.com/diario/1998/02/08/e-04401d.htm

 

La reinauguración del cine
  Romances
fuera de la pantalla grande


 
 

El Helvético era el lugar donde se iba a conocer chicas
* Cuando los muchachos hacían lío, el portero los echaba
* Además, los suspendía por varios meses

(ver artículo completo)

 
 
Centro cultural para la región

 
  La Comisión Pro Recuperación del Cine proyecta convertir la sala en un núcleo cultural para los pueblos cercanos. Hay casi una decena en un radio de 20 kilómetros, con buen transporte público, y ninguno tiene cine. No sólo habrá películas, sino también recitales, teatro y conciertos.

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Fantasmas entre las butacas del Helvético
 

El martes, bajo una lluvia torrencial, casi un centenar de vecinos de Colonia Suiza postergó el almuerzo y se concentró en la esquina de 25 de Agosto y Luis Dreyer, para "realizar una histórica toma fotográfica" que registrara "la voluntad popular por la compra del cine Helvético".

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Calles con aires del Tirol
 

Colonia Suiza es el único lugar del Uruguay donde la infaltable calle 18 de Julio hace esquina con Guillermo Tell. Las fachadas lucen escudos de los cantones de donde vinieron los ancestros a partir de 1861; labriegos sin herramientas, bueyes ni caballos, que pronto se dedicaron a la lechería y a la fabricación artesanal de quesos.

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Caramelos,
chocolatines y maníes

 

"Había olores típicos a la salida del cine. Uno era el de Tití, el panchero", rememora María Teresa García de Bertinat. A las puertas del Helvético se congregaban los vendedores de todo lo que sirviera para distraer el estómago: helados, gaseosas, pochoclos y maníes.

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Publicada en diario "Clarín", Buenos Aires, 19 de Abril de 1998

 

UNA HISTORIA DE PELICULA: LO COMPRO EL PUEBLO DE COLONIA SUIZA, URUGUAY

 


Un sueño cumplido:
reabrió sus puertas el cine Helvético

 

 
 

Tiene 1.054 butacas
*Se llenó para el acto inaugural
*China Zorrilla se enteró por Clarín y quiso ir
*La primera película fue Titanic
*Con las funciones de hoy, por el cine habrá pasado casi el 60% del pueblo

 
 


Sibila Camps
. Colonia Suiza, Uruguay. Enviada especial

Se apagaron las luces, se descorrió el telón, se iluminó la pantalla y 1.054 vecinos chiflaron excitados como en los viejos tiempos, y aplaudieron hasta enrojecerse las manos: el jueves, después de 13 años volvían a sentarse en el Helvético, su único cine, el que compraron entre todos los pobladores de Colonia Suiza.

Este pueblo uruguayo de 11.200 habitantes, a 56 kilómetros de Colonia y 121 de Montevideo, vivió su propio Cinema Paradiso, pero le puso un final feliz. En diciembre pasado, cuando el cine fundado en 1912 por don Abraham Nemer estaba a punto de ser vendido –y demolido para convertirse en un supermercado–, la gente se autoconvocó en tres asambleas.

El cine había sido el eje de la vida social del pueblo, fundado en 1861 por colonos suizos y alemanes. En sus bailes se conocieron muchas parejas. En la penumbra de la proyección siguieron los noviazgos. Después lo llenaron los chicos, en las matinés. Hasta que llegaron la hiperinflación y el video.

Al borde del remate surgió la idea salvadora: constituir la asociación civil Centro Regional de Cultura Cine Helvético, y comprarlo con donaciones de la comunidad. La Intendencia de Colonia condonó la deuda impositiva e hizo un aporte significativo. Pero el grueso de los 115.000 dólares los están poniendo los habitantes.

Falta una hora y media para que empiece la función, y ya hay gente haciendo cola. Hoy no se cobra entrada, aunque las localidades fueron retiradas días antes. Las agotaron quienes acumulan más recuerdos del Helvético: trajes y corbatas que se usan poco, cabezas canosas que fueron a la peluquería, bastones. Desde su carrito, el vendedor de panchos hace cálculos.

El foyer es un hervidero. Mientras decenas de colaboradores dan los últimos retoques, los vecinos hacen tertulia. La sala se llena pronto. Una ovación acompaña el paso de China Zorrilla: la actriz uruguaya se enteró de la historia del cine por la nota de Clarín del 8 de febrero y quiso estar en la reapertura.

En el día en que se cumplen 109 años del nacimiento de Charles Chaplin, suena la música de Candilejas y un mimo caracterizado como Carlitos da comienzo a la magia. Un video recuerda la historia del Helvético. Las mujeres moquean. En la pantalla desfilan las notas del periódico Nueva Helvecia y, entre ellas, la de Clarín, saludada con un aplauso cerrado.

Nélida Beltrán, presidenta de la Comisión Pro Recuperación del cine, destaca cuánto se puede alcanzar con el trabajo en profunda unión. Una ovación interminable expresa su gratitud a los miembros de la comisión. “Cualquier semejanza con la ficción es pura realidad”, subraya el intendente de Colonia, Carlos Moreira Reis.

El mejor momento

Para la inauguración no hubo cine, sino un espectáculo basado en textos de tango –Mano a mano, a cargo de un elenco de Montevideo–, cuyo clima nostalgioso desentonó con la alegría colectiva.

El viernes volvió el cine. Chicas y muchachos del Centro Helvético y del Club de Leones debutaron como acomodadoras y chocolatineros, mientras en la calle se formaba una larga cola de jóvenes, muchos de ellos con termo y mate en mano.

Esta noche, cuando concluya la quinta proyección de Titanic, en cuatro días habrá pasado por la sala más del 60 por ciento del pueblo. “Las chiquilinas están enamoradas del botija ése”, comenta uno de los miembros de la comisión, aludiendo a Leonardo Di Caprio. Ninguna de ellas tiene presente que la catástrofe ocurrió el mismo año en que se abrió el Helvético.

En verdad, muchos llegaron desde localidades vecinas. Como un grupo de 21 chicos de la Escuela N° 100 de Juan Lacaze, que embarcaron a maestras y mamás en la aventura de contratar un micro para ir por primera vez al cine.

El viernes, los protagonistas fueron invisibles. Julio Acosta (55), proyectorista desde 1978, volvió a hacer girar la vieja máquina de 1950. Convertido en su ayudante, Carlos Fernández (34) realizó el sueño del pibe: “De gurí venía a la salita a romperle los cocos a don Ricardo Bauman, el primer operador. Me escapaba para el baño y me mandaba para arriba”.

“El mejor momento del operador es cuando se apagan las luces laterales de la sala y se corre el telón –se entusiasmaba Acosta–. Ahí la gente aplaude: es nuestro momento de gloria”.

El momento llegó, más glorioso que nunca. Pero duró poco, ya que el vetusto amplificador a válvulas obligó a hacer algunos cortes para ajustar el audio. Hubo más paciencia que rechiflas: el cine estaba de nuevo en marcha, y a nadie le importó que las voces sonaran como desde el fondo del océano. “Total, estábamos leyendo los subtítulos”, explicó Sebastián Rappanello (11), en su debut como espectador.

Mientras se hundía el Titanic y las chicas se sonaban la nariz, el Helvético salía definitivamente a flote. De nuevo hubo tertulia en el foyer y en la vereda. El último en irse fue el vendedor de panchos, empujando su carrito rumbo a la medianoche, seguido por el trote de su perro sobre el asfalto mojado.


 
  http://www.clarin.com/diario/1998/04/19/e-05401d.htm
 
 
 


"La alegría fue noticia"

 

"Quiero ser la primera en actuar aquí: un teatro no es teatro si no hay alguien arriba del escenario", se comprometió el jueves China Zorrilla, quebrada por la emoción, a sabiendas de que se proyecta adaptar el Helvético para teatro y conciertos.

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Con descuento

 

Conseguir carbones para la máquina de proyección Philips de 1950 no es tarea fácil. Los operadores del Helvético no encontraron en Montevideo y tuvieron que viajar a Buenos Aires. Cuando el vendedor -que conocía la historia del cine de Colonia Suiza por Clarín- se enteró del destino de los carbones, les hizo un importante descuento.