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Publicada en diario "Clarín", Buenos Aires, 06 de Agosto de 1989

SE VUELVEN LOCAS PARA AHORRAR EN CADA ACTIVIDAD DE LA CASA, ¡PERO LOCAS EN SERIO!


Mujeres al borde de un ataque de nervios
(Otra que Almodóvar)

Sibila Camps

Si usted cree que exageramos, lea la nota: ellas son capaces de cualquier cosa por ahorrar. Hacen un litro de té con un saquito, guardan champúes y cremas de enjuague dadas vuelta “para que no quede una gota”, leen y planchan pegadas a la ventana para no encender la luz, caminan con bufanda por el living para no despilfarrar gas, guardan envases vacíos, arman la basura con bolsitas de supermercado… Y aún así, la plata nunca se estira lo suficiente.
–¡Apagá esa luz!
–¡Cerrá de una buena vez la heladera!
–¡No dejés la puerta abierra, que se enfría la pieza!
–¡Pará con ese sacapuntas, que vas a romper la mina!
A las mujeres nos han hecho –los hombres– fama de histéricas. Al margen de los orígenes e intenciones del calificativo, lo cierto es que muchas veces nos toca, junto con nuestro marido, parar la olla. A veces la paramos solas, otras la reparamos, otras la comparamos, y otras apenas si la apagamos. Pero casi siempre somos nosotras quienes la preparamos.

Esta última función va más allá de lo estrictamente culinario, ya que implica tomar o recibir una porción del presupuesto hogareño y estirarlo como chicle al implacable ritmo del calendario. Este arte o ciencia (¿será una de las tan mentadas ciencias ocultas?), que unas décadas atrás pretendían enseñarnos en el colegio con el nombre de Economía Doméstica, está convirtiéndonos en campeonas del ahorro forzado, una disciplina –en el sentido literal del término– que no está tan cerca del ahorro forzoso como del trabajo forzado.

La cuestión ya no es reemplazar el auto o el taxi por el colectivo, el cine por el video o la tele, el café por el té, tras el empellón hiperinflacionario que hizo bajar abruptamente a la clase media argentina varios peldaños en la escala social. Es algo aún más esencial: se trata apenas de mantenernos como podamos –aferrados con los dientes, colgados de los meñiques– en el escalón en el que creemos haber aterrizado.

Y de este modo muchísimas amas de casa estamos tomando conciencia de que, de golpe y porrazo, hemos adquirido un multifacético muestrario de manías, vinculadas todas con la misma idea fija: ahorrar, ahorrar y ahorrar.

     
 


Fobias a las tarifas


Descubrimos las primeras fobias cuando nos enteramos de los porcentajes varias veces centenarios en los aumentos de las tarifas: nos agarró un ataque de electricitis aguda, empezamos a sufrir de gases del Estado y experimentamos una fuerte alergia a ENTel. (ver nota completa)


Manías en el baño


Cada habitación de la casa nos tienta con rayes específicos para economizar. En el baño, por ejemplo, nos saca de quicio el que alguien abra el botiquín y dé vuelta esa crema que con tanto cuidado estamos dejando gotear paradita boca abajo. Pero empieza a comprendérsenos cuando diluimos en agua los restos de champúes y de cremas de enjuague, sacudiendo los frascos para salvar lo que pudiera quedar en la tapita. (ver nota completa)


La ropa, una idea fija

Vestimenta y zapatos también nos provocan fijaciones determinadas. Volvemos a tener calzado de entrecasa y para salir, y ni bien llegamos a casa nos ponemos el de suela de goma, que dura más. En cuanto al lustrado, tratamos de ver si alcanza con una cepillada, para no gastar tanto en pomada.
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