Sibila Camps. Lucía acaba de cantar, a solas, un tema en el que cuenta que, por celos enfermizos, mató a su amante. Entra Joaquín.
Joaquín (tomando el etéreo salto de cama que acaba de quitarse su hermana): ¿De qué te disfrazaste?
Lucía: Te lo perdiste. ¿Dónde estabas?
Joaquín: Había ido al baño.
Sólo esta escena, absolutamente textual, de Mudanza -el espectáculo que están presentando en el cine-teatro Ópera-, bastaría para no resistir la tentación de comentar en solfa al dúo Pimpinela. Pero si se piensa que los hilos que mueven a los hermanos Galán manejan con ellos cifras millonarias en toda América y en España, uno se da cuenta de que escribir una crítica divertida no serviría prácticamente a nadie. Hay mucho más que eso.
Lucía y Joaquín acaban de mudarse, como lo atestigua la convulsionada mise en sc è ne que no les permite siquiera encontrar el teléfono cuando le toca sonar. Para los hermanos Galán, Mudanza significa varias cosas: el cambio de vida -real- que han experimentado en tan pocos años al tocar la fama y los dólares con la mano, la meneada vida de los artistas, la necesidad de renovarse.
En ese encuadre, Pimpinela expone sus canciones, con la intención manifiesta de que el público se reconozca en los personajes asumidos, en las situaciones presentadas. Joaquín caracteriza "el estilo de discordia y de enfrentamiento", porque ambos han observado "cómo les gustan a algunas personas estas historias medio retorcidas", y "cómo les gusta a las mujeres hacer sufrir a los pobres hombres", aunque reconozca que "el hombre no puede vivir sin una buena mujer".
No es difícil explicarse el porqué del éxito de Pimpinela. Si no le ocurrió en su propia casa, a cualquier lector/a le habrá sucedido eso de escuchar cómo se pelea un matrimonio vecino: ella le echa en cara que él le adorna la frente, o le espeta que está por borrarse con su mejor amiga, o se desespera por averiguar qué le anda pasando que está tan cambiado. Ella sufre y chilla como una marrana, él apenas si puede acotar alguna disculpa, se llaman mutuamente "tarado" y "chiflada", ella gana casi todos los rounds, aun cuando lo abandona por el mejor amigo de él (un video à trois con la participación del catalán Django).
Nadie se fija demasiado en las desafinaciones de este conventillo, ni en que los protagonistas actúan con la misma artificiosidad de los actores de las telenovelas vespertinas (especialmente Joaquín, quien no parece tomarse demasiado en serio su papel de machista cretino, y que cada tanto se sale del libreto, para desesperación no del todo velada de su sparring). El público femenino aplaude la victoria escénica del sexo débil, el público masculino aplaude mientras hace su mea culpa y, cuando lleguen a la casa, las señoras seguirán fregando platos, pañales y pisos: con dos horas de catarsis es suficiente.
Pero Mudanza tiene una segunda lectura, que Pimpinela explicita y representa con pelos y señales. Después de casi seis años de pedir Joaquín un hermanito, sus padres le dieron una hermanita, con la que no ha dejado de pelearse hasta el momento. "Un poco en broma, un poco en serio, un poco jugando, un poco trabajando -cuenta Joaquín durante el espectáculo-, nació el estilo de las canciones hechas teatro", un rubro en el que Mozart, Verdi, Wagner y unos cuantos más fueron maestros.
Al principio no se animaron a mostrar lo que hacían, pero pudieron más el desenfado y las ganas de cantar. Grabaron un casete, lo llevaron a una compañía discográfica multinacional, los llamaron por teléfono, les tomaron una prueba en un estudio de grabación y, con la imprescindible ayuda de un productor que creyó en ellos, al año eran famosos.
Moraleja: si tienes ganas de ganar dinero fácil, atrévete a cantar tus propias canciones, con tal de que te parezcan burdas, simplonas, reiterativas e intrascendentes; guárdate bien adentro la vergüenza: siempre habrá una multinacional dispuesta a invertir carradas de dinero en promocionar lo que haces y a hacer creer a un ancho sector del público que es totalmente imprescindible consumirlo.
Analizar a Pimpinela da pie como para efectuar un exhaustivo ensayo de cómo funcionan los medios de comunicación de masas en los países dependientes e, incluso, en las potencias gestoras de la dependencia. Cada canción dramatizada, cada elemento puesto en esta costosísima producción, daría pie para desentrañar un aspecto fundamental. Cuando, desentonando, reflexionan sobre la soledad del artista, cuando, zapateando sobre las cuerdas vocales, meditan sobre su fraternal relación, los socios y hermanos se dicen: "No tengas miedo: de ti no podré escapar".
Es verdad: Lucía Galán no será nunca nada sin Joaquín, ni éste sin la primera; del mismo modo como Pimpinela no será nada sin una grabadora multinacional. Ése es el secreto de la dependencia. en tanto uno se lo crea. Aunque se trate de ocultarlo, para el público las cosas no son así: en Pimpinela mismo, en su espectáculo, en cada canción, está la clave para descubrirlo. Quien domina siempre tratará de hacer valer su versión. Que, alguna vez y para siempre, sean otros quienes tengan la palabra. |