Sibila Camps. En siete años de vida, el canto popular uruguayo ha crecido hasta límites insospechados, multiplicando su ingenio para evadir la censura sin disminuir el nivel de accesibilidad. En Buenos Aires hemos tenido esporádicas muestras de sus trabajos, en especial del ya disuelto Los Que Iban Cantando , de tres de sus integrantes en tanto solistas (Jorge Lazaroff, Jorge Bonaldi y Luis Trochón), y de Leo Masliah y, ya en otra vertiente, de Rumbos y Canciones Para No Dormir la Siesta. Pero ninguno ha alcanzado la madurez y la profundidad de Recital irrestricto, ofrecido el último fin de semana por Lazaroff y Masliah en el teatro Lassalle.
Resulta imposible intentar describir un espectáculo tan diferente y lógico como éste, cuyas estructura y esencia son estrictamente musicales, lo que constituye uno de sus mayores méritos. Planteado como una especie de ensayo de un dúo, incluye una veintena de canciones (¿cabe llamarlas así, en este caso?) y textos en torno de la música con apariencia de diálogos, que más de una vez se transforman en monólogos yuxtapuestos, en tanto pruebas de la incomunicación.
Recital irrestricto no es una suma de canciones, sino una reflexión severísima acerca de la función del artista y, en particular, del músico. Lazaroff y Masliah la utilizan como una forma pública de la duda; una duda que es, al mismo tiempo, motor de la creación. Sin abandonar casi nunca un humor desopilante y por momentos hasta feroz, alternan crítica y autocrítica de manera implacable y -algo poco frecuente- con una coherencia inclaudicable en relación con las variadísimas formas que asumen sus planteos.
El concepto del arte como sinónimo de belleza queda destrozado con una sola palabra puesta por Lazaroff en Dos. La búsqueda de la identidad latinoamericana es también constante en el recital. Un tema "nuevo" basado en un ritmo del continente, propuesto con la intención de combinar nacionalismo con originalidad, deriva sin piedad en Canción con todos, para finalmente quedar absorbido por un Preludio de Chopin. Un clásico de los Beatles convertido en zamba les permite preguntarse hasta qué punto la identidad musical pasa únicamente por el ritmo. La superposición de Hoy sopa hoy e Imaginate m'hijo -de y por Lazaroff y Masliah, respectivamente-, cuestiona su propia aspiración de ser personales. La paulatina transformación de un interesante tema del primero en algo muy similar a Bailando alrededor del reloj, de Bill Halley, a través de una voluntaria exhibición de los puntos débiles, los lleva a discutirse la pretensión de ser novedosos y anticomerciales.
Moscas blancas del inconformismo más sano, Lazaroff y Masliah resultan dueños convincentes y contagiosos del mayor desparpajo, de la más absoluta ausencia de prejuicios, de la más valiente libertad interior. Las barreras de "lo que no se usa" son permanente e irrebatiblemente demolidas con juegos de palabras, recursos musicales y teatrales de todo tipo, como asimismo con muletillas, lugares comunes y eslóganes políticos que se hacen inconsistentes bajo sus lupas sutiles.
Pero la más sorprendente habilidad de este dúo de informales -en el sentido literal del término- que lo son por concienzuda elección, reside en el hecho de que todo lo antedicho no constituye el tema mismo de sus trabajos, sino simplemente un espectro de medios, de herramientas para analizar la rutina oficinesca, la insensibilidad, la falta de solidaridad, la necesidad de expresarse en medio de un contexto opresivo, sin acercarse jamás a nada que pueda recordar al panfleto y en un lenguaje que no cae en localismos.
Con un ritmo que no da tregua, ambos alternan una sincronización perfecta con fragmentos fuera de libreto cuya homogeneidad parece desmentir la improvisación. Una articulación y una memorización perfectas -imprescindibles para piezas de Lazaroff como La cuerda, Faltan gatos y El ojo, verdaderos trabalenguas-, y una cuidada coordinación para los cambios de voces y el canto a dúo sumado a un distorsionador, contribuyen a eliminar de cuajo el riesgo de caos implícito en el espectáculo. Masliah, por su parte, llega al colmo del virtuosismo en El perro de Mozart, al ejecutar sin fallas en el piano un movimiento íntegro de una sonata apócrifa, mientras canta en otro tono.
Con las neuronas en terapia intensiva al cabo de más de dos horas ininterrumpidas, no faltaron quienes reprocharon a los protagonistas la densidad de significados, quizá sin tener en cuenta que nadie tiene derecho a reclamos de un prójimo que sea menos inteligente. Otros lamentaron lo que consideraron como una aureola de pesimismo. Recital irrestricto es, en definitiva, un modo de escuchar en estéreo la voz de las ganas y la de la realidad, que no da conclusiones previament5e masticadas: respetuosos del auditorio, Masliah y Lazaroff sólo pretenden pensar en público, algo que muy pocos artistas se atreven a hacer. |