Sibila Camps. Enviada especial a Sierra Grande Aunque la muerte lo atajó a los 46 años y en cuestión de meses, Fidel Arce, concejal de Sierra Grande, quiso pensar en el futuro. Pidió a sus hijos que no lloraran. A sus amigos, que no gastaran plata en flores. Y al médico que lo atendía por la leucemia y el fulminante cáncer de pulmón, que ordenara su autopsia: sospechaba que podía haberse contaminado con PCB —un compuesto químico, altamente contaminante—, durante los años en que fue minero en Hipasam (actualmente Hiparsa).
La vida de Arce se parece a la de cientos de provincianos que se animaron a vivir en el desierto patagónico, tentados por una mina de hierro que prometía ser inagotable, y por casas equipadas hasta con ropa de cama. De 600 habitantes en 1970, Sierra Grande pasó a 18.000 en 1974.
Pero en 1991 empezó el éxodo. Fue cuando el Ministerio de Defensa decidió el cierre de la mina. Cercados por el 33,4 por ciento de desempleo —un índice minimizado gracias a los Planes de Emergencia Laboral y Trabajar—, el año pasado quedaban 6.481 habitantes. Entre ellos, muchos que, como Arce, decidieron que valía la pena seguir en el pueblo y empezaron a buscar alternativas colectivas (ver Un pueblo que busca......).
Primero había llegado su padre, Pablo Antonio Arce, vendiendo mantas tejidas por artesanas santiagueñas. Le gustó la tranquilidad, liquidó campo y vacas en Ojo de Agua, y se vino con su esposa Juana y con Fidel, el menor de los ocho hijos.
El muchacho, de 19 años, sólo había cursado la primaria, pero ya se daba maña como electricista, y sobre todo como mecánico. En el 78 conoció a Noemí Silva, una tucumana cuyo hermano, minero, alquilaba una pieza en la improvisada pensión de los Arce. "A los tres o cuatro días ya estábamos viviendo juntos —cuenta Noemí—. Fue tan grande, que duró 23 años".
Fidel siguió aprendiendo mecánica en las empresas que surgieron en torno de Hipasam. En 1980 puso su propio taller. Dos años después lo emplearon en la mina, como mecánico de mantenimiento. "Entró como medio oficial y terminó como oficial especializado. Era muy eficiente, inteligente y capaz", recuerda Carlos Vega, ex ingeniero de mina y actual concejal por la Alianza.
"Pensamos que esto, con el tiempo, iba a ser grande, que íbamos a tener mucho trabajo", rebobina Noemí, mientras ceba mate en la cocina-comedor de la pequeña vivienda. Abrigados por esas ilusiones, hace 19 años adoptaron a Carlitos. Diez años atrás, cuando recibieron a Carla, Hipasam ya estaba por cerrar.
Como tantas familias de mineros, los Arce compartieron la angustia, los cortes de ruta, las esperanzas ante las promesas del Gobierno nacional, las desazones al ver que el pueblo seguía paralizado. Gracias a su capacidad, Fidel fue uno de los pocos que tuvo suerte: en 1993, cuando la Nación traspasó la mina al gobierno rionegrino, fue tomado en la nueva Hiparsa.
"Fue aprendiendo medio de prepo, como yo —cuenta su viejo amigo Miguel Palma—. Otro poco a través de algunos planos, y mucho de la gente ‘vieja' que había. Además, leía mucho. Se daba maña para todo. En Hiparsa hizo también de chofer, de perforista y hasta de dinamitero".
No fue eso lo que asustó a Noemí, sino su decisión de defender gremialmente a sus compañeros. "Ya había sufrido las huelgas del 72 y del 75. Mi hermano había sido delegado y sabía cómo castigaban. La Policía los sacaba a azotes —relata—. También se la tomaban con la familia: se metían en las casas y hasta desnudos los sacaban. Pero tuve que aceptarlo: los compañeros lo eligieron a Fidel".
"Las decisiones que tomó, las tomó bien", agrega la esposa. En esto incluye la fundación de la seccional ATE Sierra Grande, la publicación de dos periódicos y, en 1999, la postulación a concejal por el Frente Grande.
Había asumido hacía trece meses, cuando la abogada Magdalena Odarda, la única candidata electa, fue a trabajar al bloque partidario a Viedma. "Arce no presentó ningún proyecto en beneficio del pueblo", afirma la secretaria de Acción Social, Patricia Romans. La concejala Susana Garay (PJ), en cambio, se emociona al recordar sus iniciativas para controlar la pirotecnia, permitir la ligadura de trompas de Falopio, crear la figura del ombudsman y para que llegue Internet al pueblo.
Arce empezó a pensar en un nuevo problema el 8 de agosto pasado, cuando vio en Telenoche investiga (Canal 13) un programa sobre los probables efectos cancerígenos del bifenilo policlorado (PCB), usado como refrigerante en transformadores. "En la empresa, yo vivo con eso, metido ahí —comentó a su esposa— No vaya a ser que me pase lo mismo..."
En diciembre, cuando le diagnosticaron leucemia, la asociación fue inmediata. En abril le detectaron un tumor en un pulmón, que lo abatió en un mes. "Cuando estaba en terapia intensiva pidió su autopsia al médico: entre nosotros hubo muchas muertes por cáncer, sobre todo leucemias", cuenta Palma, que lo acompañó en esos días.
Esta semana, la doctora Odarda presentó un recurso de amparo para que se retiren de Sierra Grande todos los elementos que contengan PCB (ver Pedido de informes......). Además, el defensor adjunto del Pueblo de Río Negro, Daniel Ayala, inició actuaciones de oficio para determinar la existencia del tóxico en Hiparsa.
Los análisis para completar la autopsia aún no se hicieron, ya que no son cubiertos por la cápita de IPROSS, la obra social de empleados provinciales. Pero el juez Jorge Bustamante hizo lugar al amparo y ordenó una serie de medidas. Es un consuelo para Palma: "Fidel entregó su vida para que nos salvemos los demás", dice el ex minero.
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