Sibila Camps.
No crece más de 4 centímetros, pero ya cuando alcanza los 5 milímetros se convierte en una máquina imparable de reproducirse. Esto no traería problemas, de no ser un verdadero alien: el mejillón dorado, oriundo de ríos y arroyos de China y del sudeste asiático, se coló en 1991 en el Río de la Plata, donde no tiene predadores. Ya llegó a El Pantanal, en Brasil. En el camino fue dejando un tendal de industrias desesperadas, hasta que –resignadas a no poder eliminarlos– aprendieron a mantenerlos bajo cierto control.
Gustavo Darrigran, director del Grupo de Investigación sobre Moluscos Invasores de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de La Plata, cree que el Limnoperna fortunei –el único mejillón de agua dulce– vino como polizón en el agua de lastre de los buques asiáticos.
En 1994 fue detectado en la toma de agua de Bernal, de la planta potabilizadora de la ex Aguas Argentinas. “Los mejillones se fijaban primero a la estructura de hormigón, y luego a las rejas de hierro que protegen las bombas –recuerda el gerente de Establecimientos, a cargo de las plantas potabilizadoras de AySA, Eusebio García–. Eso preocupó muchísimo al principio, porque recién habían aparecido en 1991, y el crecimiento era inmenso, monstruoso. La limpieza de la torre toma se hacía una vez por año, y llegó a hacerse cuatro veces por año, porque tapaban las rejas –un fenómeno conocido como macrofouling–, lo que ocasionaba una gran pérdida de carga”. No obstante, asegura, la potabilidad del agua nunca estuvo en riesgo.
Por consejo de los investigadores de La Plata, las rejas fueron reemplazadas por otras con un baño catalítico de cobre, sobre el que no se fijan los moluscos. “Los encontramos cuando hacemos las limpiezas, pero ya no nos causan un aumento en la frecuencia”, comenta García. En Rosario se resolvió clorando el agua cruda, antes de ingresar a las plantas de potabilización, según informaron desde Aguas Santafesinas. “Cada uno trata de solucionar el problema del modo menos costoso posible; pero no sé si ambientalmente están haciendo lo correcto”, evalúa Darrigran.
Entretanto, de la mano del hombre el mejillón invasor fue remontando los ríos. Los microscópicos reclutas –como se llama a las larvas– migran en el agua de las sentinas de los barcos, en los baldes con carnada, y en los cascos de las embarcaciones, que pocas veces son lavados. “Viajan en trailer por las rutas: pueden sobrevivir una semana sin agua en los cascos de las embarcaciones, y cuando se sumergen de nuevo, liberan células sexuales”, explica el biólogo.
Probablemente hayan sido pescadores quienes largaron estos troyanos en el lago San Roque, en Córdoba: el 3 de febrero de 2008, el macrofouling en los filtros de refrigeración recalentó y sacó de servicio a la usina, lo que también afectó la provisión de agua para la ciudad de Córdoba.
Dos años tardó el mejillón en llegar a Uruguay. En 1993 empezó a ascender por el río homónimo, para instalarse por millones en los canales de riego. En 1997 ya estaba en Asunción, obturando el sistema de refrigeración de las lanchas de la Prefectura. “Siguió subiendo hasta El Pantanal Boliviano-Brasileño, adonde llegó en 2001”, detalla Darrigran.
Por el Paraná desembarcó en 1998 en la central hidroeléctrica Yacyretá, donde alcanzó una densidad de 248.200 individuos por metro cuadrado (ver La experiencia de Yacyretá...). En 2000 había colonizado las usinas de Salto Grande y de Itaipú. En 2004 ya estaba en los ríos del estado de San Pablo. “El hombre les hace las casitas ideales: están a temperatura constante y sin depredadores, y bañados de alimento porque son organismos filtradores”, observa el biólogo.
“Las bioinvasiones se dieron siempre; pero desde mediados de los ‘80 se han incrementado, gracias a la globalización y al intercambio comercial entre países –agrega–. Los mejillones vinieron para quedarse, son nuestros. Controlarlos en el ambiente natural es imposible; erradicarlos, más aún. Las nuevas plantas que se abran, implementarán los mecanismos indicados para la prevención. Y las que ya tienen el problema, seguirán piloteándolo con el menor costo posible. Se trata de convivir con el enemigo.
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