Sibila Camps. Con el deseo de conocer una de las pocas zonas incontaminadas del planeta, cada vez son más las personas que, en vez de embarcarse en un crucero por el Caribe, prefieren navegar por la Antártida. Pero varios accidentes marítimos hacen pensar que la travesía podría llegar a perder su pureza, y que los pingüinos están recibiendo demasiadas visitas. El boom de cruceros a la Antártida se inició a principios de los '90 y desde entonces no cesó de crecer. En los últimos 16 años, el número de viajes aumentó más de siete veces: de 35 en la temporada 1992–1993, se pasó a 258 el verano pasado, con un total de 44.605 pasajeros, según informó la Oficina Antártica del Instituto Fueguino de Turismo. Esto se ha traducido en un aumento del tráfico en la zona que preocupa: hubo cinco incidentes –uno grave– en los últimos dos años. También creció el tamaño de los buques. Hasta el año pasado, de Ushuaia zarpaban barcos con 50 a 350 pasajeros. Pero este verano se incluyó la categoría de gran porte, con capacidad de 500 hasta 3.100 pasajeros, que también navegan las aguas de la península Antártica, pero sin desembarcar. "El turismo es la única actividad comercial reconocida y validada por los 28 países que integran el Tratado Antártico, y el punto más conflictivo de las reuniones consultivas", observó el doctor Mariano Mémolli, a cargo de la Dirección Nacional del Antártico (DNA). La mayoría de los operadores de estos cruceros están nucleados en la International Association of Antarctica Tour Operators (IAATO), miembro observador de las reuniones del Tratado Antártico. Con el cuidado de no matar al pingüino de los huevos de oro, la IAATO dicta normas y envía reportes detallados de sus actividades. En Ushuaia, cada tres meses la Prefectura verifica si las embarcaciones no son contaminantes, si cuentan con las medidas de seguridad y si tienen todos los certificados. "Además, cada vez que se despacha o llega un buque al puerto, un oficial controla la operación a bordo", informó el subprefecto Edgar Ortiz. Si es necesario, el barco es demorado. "También Nueva Zelanda, Australia, Chile y Brasil hacen un control estricto de los barcos que salen o llegan a sus puertos", señaló Mémolli. "El problema son los que no están asociados o salieron de la IAATO para poder hacer cualquier cosa agregó. No se sabe cuántas embarcaciones navegan por la Antártida, sobre todo barcos que hacen turismo de aventura". Si bien su número es menor, "su potencial para causar impactos es considerable confirma Rodolfo Sánchez, jefe del Programa de Gestión Ambiental de la DNA. Han pintado grafitti en sitios históricos, introducido especies exóticas (perros), ingresado sin autorización a áreas protegidas". Mémolli admite que en los desembarcos, el impacto del turismo en un continente preservado para la paz y las actividades científicas puede ser acumulativo, sobre todo en las colonias de animales. Pero los mayores riesgos se presentan durante la navegación, y han aumentado por el calentamiento global. En la península Antártica, la temperatura ha aumentado en promedio 2,5° en los últimos cien años, lo que produce fracturas en las barreras de hielo. "El gran témpano no es un problema, porque se ve de lejos; pero sí los intermedios, que son lo suficientemente duros como para dañar el casco de un rompehielos o hundir un buque como el 'Explorer'", señala Mémolli. En menor medida, la actividad sísmica y volcánica provoca afloramientos rocosos que pueden no estar en las cartas náuticas. "El tamaño de los buques se conjuga con la temeridad del comandante apunta el titular de la DNA. El 'Nordkapp' pasó por una zona muy estrecha donde buques de mayor envergadura ya tenían prohibido pasar. Las recomendaciones existen; el tema es que las utilicen". "Con el 'Explorer' tuvimos mucha suerte completa Sánchez. Con un clima algo peor, probablemente habríamos tenido que lamentar víctimas". "Un rumbo en el casco puede derivar en pérdida de combustible advierte Sánchez. Varios barcos están llegando al borde de su vida útil, y no sabemos si tienen el mantenimiento adecuado". "Los cruceros descargan en el mar un promedio de 20.000 a 40.000 desechos cloacales por expedición, y sólo una parte es tratada. Muchos arrojan también los desechos de lavandería", agrega Milko Schvartzman, de la campaña de oceános de Greenpeace, que integra la Antarctic and Southern Ocean Coalition (ASOC). La Argentina, que aboga por aumentar la regulación, ha presentado varias de las 18 directrices para visitar sitios sensibles de la península, que son conocidas por la IAATO. Schvartzman coincide: "Desde la ASOC pedimos que haya regulaciones estrictas y obligatorias, que pongan límites al turismo en la Antártida".
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