Sibila Camps Los sastres que confeccionaron trajes con grandes paños de género fabricados por la primera máquina a vapor, deben de haberse sentido orgullosos de la calidad de la textura. Los viajeros del primer tren experimentaron una mezcla de vértigo y asombro; al igual que los conductores de los primeros automóviles, y que los pasajeros de los primeros aviones comerciales, hace 90 años. En la actualidad, a más de dos siglos del inicio de la Revolución Industrial, a los seres humanos les resulta inconcebible vivir sin la mayoría de los beneficios derivados de aquellos inventos maravillosos. Sin embargo, el perfeccionamiento y el desarrollo de esas tecnologías trajeron de la mano un crecimiento exponencial del uso de los combustibles fósiles –carbón y petróleo– y, con él, un desequilibrio ambiental a escala planetaria: el calentamiento global, provocado por el aumento de los gases de efecto invernadero (GEI) que emiten, en un 80%, estos combustibles. Ahora les toca a la ciencia y a la tecnología colaborar en la mitigación del desbarajuste.
Desde 1994, cuando los Estados firmaron la Convención de las Naciones Unidas por el Cambio Climático, se está avanzando sin pausa en un abanico de opciones. Algunas apuntan a capturar dióxido de carbono (CO2) de la atmósfera incrementando los sumideros biológicos mediante intervenciones forestales. Otras, a reducir las emisiones de GEI mejorando la eficiencia energética.
Y esto vale además para las energías renovables, como la solar. "Estamos aplicando la nanotecnología al diseño de paneles solares; también a células de combustible de tamaño microscópico, que brindarán el almacenamiento de energía necesario para lidiar con la intermitencia de la luz solar", cuenta a Clarín Ray Kurzweil, un eminente tecnólogo estadounidense.
"En los últimos 20 años, la cantidad de energía solar que se produce en el mundo se duplicó cada dos años. Hoy está a sólo ocho duplicaciones de llegar al 100% de las necesidades energéticas mundiales", se entusiasma Kurzweil.
Consultado por Clarín, Christopher W. Jones, profesor de Ingeniería Química y Biomolecular en el Instituto de Tecnología de Georgia en Atlanta (EE. UU.), enumera otras alternativas: "Los biocombustibles y la energía renovable –solar, eólica o geotérmica–, combinada con un mayor uso de la energía nuclear, aportarán soluciones parciales. Sin embargo, la sociedad seguirá usando combustibles fósiles por muchas décadas, y por lo tanto necesitamos tecnologías que permitan un uso más limpio de ellos. También precisamos tecnologías que ayuden a resolver el problema de las numerosas décadas de gran utilización de combustibles fósiles, que ya han transcurrido".
En esa línea están "otros métodos que interesan sobre todo a los países con mucho carbón –en especial Estados Unidos y China–, que es el secuestro de las emisiones de CO2 en las centrales térmicas de electricidad. Una vez captado hay que almacenarlo, y se especula con hacerlo en cavernas o pozos abandonados de petróleo y/o gas", comenta Vicente Barros, investigador del Conicet en el Centro de Investigaciones del Mar y de la Atmósfera.
Noruega es el país pionero: en la plataforma de gas natural de Sleipner, a 250 kilómetros de la costa, se captura el CO2 y se lo inyecta en la formación Utsira, una capa de arenisca de 200 metros de grosor, rellena de agua salada, que se encuentra a 800 metros por debajo del fondo del Mar del Norte (2.500 metros de profundidad). Otros proyectos de captura y almacenamiento de CO2, también en pequeña escala, están en In Salah (Argelia), Weyburn (Canadá) y West Virginia (EE. UU.).
"La tecnología disponible permite captar entre el 85 y el 95% del CO2 tratado en una planta común", señala un informe especial del Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC). El desafío para la ciencia, según el propio IPCC, es reducir los costos (sólo la captura "provocará un aumento del 75 al 100% en el precio de la electricidad", advierte Christopher Jones), y los riesgos de presión excesiva –que podría originar sismicidad– y de fugas, que podrían causar asfixia o acidificación de napas de agua.
Precisamente para achicar los costos es que el equipo de Jones ha desarrollado un nuevo material adsorbente, el aminosílice hiperramificado, que permite capturar el CO2 directamente del aire. El mismo objetivo persiguen sendas investigaciones que utilizan nanotubos de carbono (Universidad de California Berkeley en Hayward, y NanOasis Technologies Inc. en Richmond, EE. UU.), y una tercera mediante enzimas sintéticas (Universidad de Columbia en East Hartford, EE. UU.).
Más avanzadas están las tecnologías de captura de metano, que representa cerca del 15% de los GEI, aunque su poder de calentamiento es 21 veces mayor que el CO2. La mayor parte de las emisiones antrópicas proviene de los rellenos sanitarios, los efluentes cloacales, las heces del ganado, las actividades agrícolas y forestales.
Holanda marcha a la cabeza de la captura de metano –sobre todo en granjas porcinas– y su posterior empleo como biogás. En la Argentina, la facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional del Centro (Unicen) diseñó un sistema de captura de metano del relleno sanitario de Olavarría, que alimentará un horno pirolítico para la quema de residuos patogénicos.
El ingeniero Gabriel Blanco, profesor en la Unicen, explica que el biogás no se puede almacenar y que a menudo es quemado porque no siempre es rentable convertirlo en electricidad, como sí se hace en Monterrey (México), donde abastece la red del subterráneo.
Otras líneas de investigación dentro de la mitigación apuntan a la geoingeniería. "Las dos ideas más alentadoras para producir el enfriamiento que se necesita para equilibrar el calentamiento son la siembra estratosférica (con sulfuro) y la creación de nubes por pulverización de agua de mar", cuenta a Clarín John Latham, catedrático de la Universidad de Manchester (Gran Bretaña). Su equipo estudia cómo aumentar la reflectividad de las nubes, evaporando el agua de los océanos y salinizando constantemente la atmósfera.
Ambas tecnologías, que se están analizando también en las universidades de Leeds y Edimburgo (Gran Bretaña), y en la Carnegie Institution of Washington en California (EE. UU.), y en la Universidad Concordia (Canadá), "podrían mantener la temperatura de la Tierra y de los casquetes polares en los valores actuales durante unos 50 años", afirma Latham.
Desde la Universidad de Arizona, el astrónomo Roger Angel, una eminencia en la óptica, propuso una sombrilla espacial, desplegando a lo largo de diez años una constelación de trillones de pequeñas naves espaciales, con espejos con tecnología MEMS (sistemas micro-eléctrico-mecánicos), que desviaría el 10% de la luz solar.
Los científicos consultados por Clarín apoyan investigaciones diferentes de las propias y están de acuerdo con el IPCC: "Ninguna opción tecnológica proporcionará por sí sola todas las reducciones de emisiones necesarias para lograr la estabilización, sino que se necesitará una cartera de medidas de mitigación".
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