Sibila Camps
La 10ª cumbre de la Convención sobre Cambio Climático (COP10) comenzó con optimismo y concluía anoche con cosechas magras, e incógnitas y dilaciones frustrantes, ya que los 167 países participantes no pudieron acordar siquiera un modo para empezar a discutir las medidas a tomar después de 2012, cuando vence el Protocolo de Kyoto.
El 6 de diciembre, cuando se inició la COP10 (por segunda vez en Buenos Aires), reinaba el entusiasmo: la reciente ratificación por parte de Rusia pone en vigor ese tratado, que obliga a los países industrializados a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) antes de 2012.
Pero al hacer el balance, la cuenta no cerró. Estados Unidos y Australia siguen sin ratificar el Protocolo y, por lo tanto, sin asumir compromisos, lo que impedirá cumplir su meta principal. La brecha se ensanchó a partir de las evidencias científicas, que muestran que las consecuencias del calentamiento del planeta se han agravado y acelerado.
Todos son conscientes de que no se podrá siquiera frenar ese proceso de deterioro si no se suma Estados Unidos, que en 2000 emitió el 21% de GEI. Con la intención de que siga interviniendo en los debates, Argentina propuso la realización de dos seminarios de intercambio de información antes de noviembre de 2005, cuando tendrá lugar la COP11 y la primera reunión de los miembros del Protocolo de Kyoto (MOP1).
La Unión Europea y la mayoría de los países latinoamericanos apoyaron la iniciativa. Pero otras naciones se negaron o bien impusieron condiciones. El hablar de los futuros escenarios que plantea el cambio climático abre la puerta a dos tipos de decisiones: qué más hacer para mejorar esas proyecciones (mitigación); y cómo prepararse para minimizar el impacto (adaptación).
En el Grupo de los 77 + China, que nuclea a las naciones en desarrollo, existen situaciones diferentes. La COP10 logró concertar que la prioridad de ayuda para adaptación debe dirigirse a los países menos avanzados y a los pequeños Estados insulares, por ser los más vulnerables y los de menor capacidad de recuperación.
Más allá de ese mínimo consenso brotan las disidencias. En vista de que algún día tendrán que diversificar su economía, los países exportadores de petróleo pretenden meter bajo el paraguas de la adaptación un resarcimiento por las ganancias que no obtendrán. Y las grandes naciones en desarrollo, sin obligaciones por el Protocolo de Kyoto, se niegan a adoptarlos en el futuro. Es el caso de la India y sobre todo de China, hoy en día responsable del 15% de las emisiones de GEI, e incluso en aumento.
En el último día de la cumbre, hasta anoche seguían trabadas las negociaciones en estos dos grandes temas. Habituado a funciones ejecutivas y no a los forcejeos diplomáticos, el ministro de Salud y Ambiente, Ginés González García, en tanto presidente de la COP10, intentaba acercar posiciones y confiaba en llegar a acuerdos aunque fuera a la madrugada.
Para la Argentina, de todos modos, queda un saldo favorable. Su papel activo la ha situado en un lugar positivo y visible en el marco del foro mundial más amplio. El concepto expresado por el presidente Néstor Kirchner el miércoles, de que los países endeudados son también los mayores acreedores ambientales y no reciben compensación por ello, fue recogido ayer en una declaración de los ministros de Ambiente de América Latina y el Caribe.
Al dar su respaldo al gobierno argentino, la secretaria ejecutiva de la Convención, Joke Waller-Hunter, destacó que la campaña nacional de comunicación acerca de la COP10 "fue la más ambiciosa y efectiva que hayamos visto en varios años".
La Argentina se beneficiará con las inversiones y la transferencia de tecnología que hagan las naciones industrializadas en proyectos de desarrollo no contaminante. En forma paralela, durante estos días la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable firmó varios acuerdos bilaterales. Queda por verse si, cuando se concreten, nuestra propia vulnerabilidad al cambio climático permitirá festejarlo.
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