Sibila CampsArtículos destacados
   
Publicada en diario "Clarín", Buenos Aires, 24 de Junio de 2001

 
 

Poco cambio

 

Las tierras donde Mariano Rosas tenía sus tolderías no han cambiado mucho, con excepción de los caldenes, convertidos en muebles y tranqueras. Los ponchos de los jinetes siguen enredándose en las espinas del chañar. La laguna de Leuvucó se ha achicado y semeja un guadal, un terreno pantanoso y encharcado.

Pero son tierras ajenas . Y los ranqueles de hoy, más pobres que los del siglo XIX, no lo olvidan. Para construir el camino vecinal Mariano Rosas, que lleva al mausoleo que guarda sus restos, Osvaldo Ramón Borthiry cedió parte de su campo. Ayer, cuando el locutor oficial agradeció la donación de las tierras, varias mujeres ranqueles murmuraron: "¿Que las donó? ¡Las devolvió!"

LEUVUCO, LA PAMPA


Ya están en el desierto pampeano los restos del cacique Mariano Rosas


Su tumba había sido profanada hace 122 años por un coronel. Y su cráneo terminó en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata. La restitución a sus descendientes se hizo por ley del Congreso de la Nación

Sibila Camps. Leuvucó, La Pampa. Enviada especial.

Ayer, tras 122 años, los restos del cacique ranquel Mariano Rosas volvieron a Leuvucó, en medio del desierto pampeano. Allí había nacido, de allí lo arrancaron los huincas , allí volvió para no irse nunca más. Allí murió y fue enterrado con grandes honras. Hasta que un militar profanó su tumba, y su cráneo terminó en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata.

Restituir los restos a sus descendientes llevó ocho años y una ley del Congreso de la Nación. No servirá para devolver la vida ni las tierras a tantos ranqueles y mapuches borrados del mapa por las campañas al Desierto. Pero da cuenta de la voluntad de las autoridades nacionales y provinciales de asumir la historia no oficial.

Existen más dudas que certezas acerca de los orígenes de la nación rankülche , de la que Mariano fue cacique general. Se cree que fueron "colonizados" o al menos asimilaron fuertes influencias de los mapuches, cuyo idioma comparten. Para 1830, cuando el Gobierno nacional borroneaba un proyecto de país, "los indios" ya habían sido puestos afuera y constituían el enemigo público número uno.

Panguithruz Güor -"zorro cazador de leones", su verdadero nombre- tenía unos 9 años en 1838, cuando junto con otros chicos fue tomado prisionero y llevado a la estancia de Juan Manuel de Rosas. El Restaurador lo hizo bautizar, lo llamó Mariano y le dio su apellido.

Seis años después, cuando los muchachos ranqueles escaparon y volvieron a sus tolderías, Mariano decidió conservar de la civilización sólo lo que le servía: la destreza en las faenas rurales, la habilidad para multiplicar el ganado, el saber leer y escribir, las ventajas de la higiene, su nombre cristiano y la gratitud por su padrino, que no confundió con dependencia.

Lideró largos y prósperos períodos de paz con los blancos. Y murió el 18 de agosto de 1877, presuntamente de viruela. En los dos años siguientes, su pueblo fue exterminado o confinado a los médanos. En 1879, el coronel Eduardo Racedo descubrió su tumba y se alzó con su cráneo.

La profanación fue menos un trofeo de guerra que un acto de codicia. Los ranqueles creían en la transmigración del alma y enterraban a sus muertos con sus pertenencias más valiosas. En el caso de los caciques, al sacrificio de sus mejores caballos se sumaban el apero con toda su platería, y dinero en monedas.

La pampa a la que volvió Mariano tiene tantas contradicciones como cardos. Victorica, el pueblo de 5.500 habitantes donde hizo escala la urna, se fundó en 1882, con el primer fortín levantado en tierras arrebatadas a los ranqueles. La plaza principal se llama Héroes de Cochicó, nombre de la batalla que definió la conquista. Envueltos en la bandera de la nación rankülche, sus restos fueron velados el viernes por la noche en el hermoso salón municipal, presidido por un busto del coronel Ernesto Rodríguez, fundador del fortín.

Recluidos en herméticas nubes de recuerdos, los lonkos (caciques) abrieron la urna y dejaron el cráneo al descubierto. "Es para que los descendientes puedan verlo por última vez", explicó Ana María, sobrina tataranieta de Mariano.

Banderas en mano, vincha en la frente y cubiertos con ponchos, numerosos lonkos ranqueles y mapuches -incluso de otras provincias- soportaron la ferocidad del frío pampeano para dar su adiós. Cuando indígenas y paisanos a caballo trajeron la urna, los recibieron al son de trutrukas (cornetas), pifilkas (pequeñas flautas de pan), kaskawillas (grandes cascabeles) y el batir del kultrun , el tambor mapuche.

Frente a un palco atestado de funcionarios y legisladores, en medio de abanderados de escuelas de la zona y ajenos al hormigueo de filmadoras, cámaras, grabadores, micrófonos y celulares, los dirigentes indígenas se acercaron al mausoleo grabado en madera de caldén (ver Poco... ).

Como antaño, tuvieron prioridad los ancianos, hombres y mujeres menudos con rostros que el tiempo convirtió en insondables mapas topográficos. Hablaron en su idioma, invocaron a Nguenechén, "el Dios de la gente", vivaron a Mariano y, contenidos por el pudor, bailaron el choique purrún , la danza del ñandú.

Luego vinieron los discursos oficiales. "Los ranqueles, silenciosamente hicieron este trabajo", señaló el gobernador Rubén Marín. "Reconocer el derecho a sus tierras y a su cultura es signo de nuestra riqueza", subrayó Ana María González, coordinadora del Instituto Nacional de Asuntos Históricos. "Es un símbolo que tiene que ayudar a consolidar la identidad de los pueblos indígenas", destacó el secretario de Desarrollo Social y director del INAI, Gerardo Morales.

Adolfo Rosas, sobrino bisnieto de Mariano, fue más sencillo: "Marí marí, peñi -saludó a sus "hermanos"-. Hago de cuenta que lo tengo en mi casa".

http://www.clarin.com/diario/2001/06/24/s-04201.htm

 
...................................................................................................................................................................................
 
Publicada en diario Clarín, Buenos Aires, 25 de Junio de 2001

LOS PUEBLOS INDIGENAS: CEREMONIA SAGRADA EN LA PAMPA


La vuelta a su tierra de Mariano Rosas, el cacique de los ranqueles


Los restos del cacique muerto en 1877 quedaron en un mausoleo, en el paraje de donde habían sido profanados

Sibila Camps. Leuvucó, La Pampa. Enviada especial.

Sin funcionarios ni curiosos, rodeados sólo por chañares y pajonales, los descendientes del cacique Mariano Rosas y dirigentes de comunidades ranqueles y mapuches dieron ayer el último adiós a sus restos, que habían sido restituidos el viernes por el Gobierno nacional.

Ya no están las tolderías ni los galopes temerarios que describió el coronel Lucio V. Mansilla en Una excursión a los indios ranqueles . La pampa sigue siendo -a pesar de los alambrados- aplastantemente ancha. Y ajena. Tanto, que los actuales indígenas tienen que reaprender de sus hermanos de la Patagonia cómo recuperar su identidad.

En la medianoche del sábado volvieron a Leuvucó, donde vivió Mariano Rosas hasta su muerte, en 1877, y donde ahora se levanta el pequeño mausoleo que guarda sus restos. Cobijados por el único resplandor de las fogatas para sobrellevar una noche de hielo, esperaron la salida del Sol para celebrar el Año Nuevo Indígena.

En realidad, los pueblos originarios de América lo hicieron el 21 de junio. Pero ante la invitación de los lonkos (caciques) ranqueles para asistir al entierro de quien fue su cacique general, sus pares de comunidades mapuches decidieron compartir la ceremonia .

Desde ayer, el paraje Leuvucó tiene una nueva historia, que condensa las cruzas raciales, religiosas y culturales que se produjeron a partir de la colonización española. A pocos metros del mausoleo donde descansa el cacique ranquel -nacido Panquethruz Güor y bautizado con el padrinazgo de Juan Manuel de Rosas-, los mapuches establecieron un rewe , un lugar sagrado. Pero el tótem levantado en el centro no fue labrado en madera de pehuén, la centenaria araucaria cordillerana, sino en un tronco de caldén.

Sólo brillaba el lucero del alba cuando, a las 7.45, sonó el cuerno de la trutruka (corneta) y unos 70 indígenas inciaron la rogativa . Envueltos en ponchos o frazadas, los hombres dejaron a un lado sombreros y gorros y formaron en hilera mirando al naciente . Detrás se ubicaron las mujeres.

Abstraídos de la helada que mojaba el arenal y convertía los pies en piedras, los lonkos principales hicieron ruegos en idioma mapuzungum a Nguenechén, "el Dios de la gente". Acompañados por el tambor mapuche, le ofrendaron yerba y saludaron los primeros rayos del Sol alzando los brazos y abriendo los puños.

El despertar bochinchero de los loros barranqueros no llegó a quebrar la solemnidad del ritual. Cuando fue el turno de las mujeres, el cielo iba tiñéndose de rosa y ya se distinguían los rostros labrados, alternando con algunas caras casi europeas, de no ser por el grueso cabello negro.

Entre ellos estaba la cantante de rock María Gabriela Epumer, sobrina tataranieta de Mariano Rosas. "Nuestro bisabuelo, que quedó viviendo en Buenos Aires, era hijo de Epumer, el hermano de Mariano, que lo sucedió a su muerte -contó más tarde-. Siempre quise estar en una rogativa, pero recién ahora tuve la oportunidad".

Un cacique mapuche agradeció "a los rankülches que permitieron llevar adelante la ceremonia. Cuiden esto -exhortó-: éste es el lugar donde se reunían nuestros antepasados para hacer algún parlamento. Nosotros volveremos a este lugar".

"Estamos viviendo un momento único en la historia de los pueblos indígenas de la Argentina, y queremos agradecer a los hermanos que nos están acompañando y enseñando -retribuyó el cacique Canoé-. Estamos en el inicio de la recuperación de nuestra identidad y nos hace falta mucha ayuda de ustedes, que han sabido conservarla todo el tiempo. Ahora querría que me acompañaran para dejar en su lugar a nuestro querido jefe, Panquithruz Güor".

Ana María Domínguez, una de sus sobrinas tataranietas, tomó la urna envuelta en la bandera rankülche y encabezó el círculo en torno del lugar sagrado. Tres notas rugosas de la trutruka rasgaron la niebla, y el cortejo fúnebre rodeó el montículo.

La cajita de madera fue destapada y los parientes se acercaron para despedirse. "Marianito, Marianito", susurró la anciana Felisa Rosa Pereyra, mientras acariciaba el cráneo que durante más de un siglo estuvo expuesto en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata. Llegó a persignarse , y algún dolor inescrutable la aflojó desmayada en brazos de sus familiares.

Quizá no haya sido ése el lugar exacto donde en 1879 el coronel Eduardo Racedo profanó la tumba y tomó la calavera. La tierra arenosa que ayer depositaron sobre la urna sus descendientes sigue siendo la misma. Pero ya no les pertenece.

http://www.clarin.com/diario/2001/06/25/s-03601.htm