Sibila Camps
En 1910, un grupo de judíos rusos que un año antes había llegado a Israel como parte de la segunda aliá (inmigración), fundó Degania, el primer kibutz. Esos diez hombres y dos mujeres se propusieron "crear una sociedad agraria que no se basara en la propiedad privada, sino en la cooperación y la fraternidad", subraya Moshé Korin, director de Cultura de la AMIA. Cien años después, los kibutz siguen existiendo, aunque reconvertidos en fábricas, casi privatizados y con servicios tercerizados. El origen de los kibutz –entonces kvutzá (grupo), por ser más reducidos– es más complejo. Formó parte de un sostenido movimiento de retorno de los judíos a Palestina, donde fueron comprando parcelas, a menudo con el apoyo de la Organización Sionista Mundial. Implicó también la vuelta a la tierra, ya que en Europa, los judíos tenían prohibidos los oficios agrícolas. La escasez de agua y de tierras fértiles– alentaron el desarrollo de estas colonias socialistas, únicas en el mundo. "La fusión más certera de la redención nacional y la redención social, donde no haya explotación del hombre por el hombre", describe Korin. Entre 1920 y 1939, cuando Gran Bretaña tomó el mandato de la Sociedad de las Naciones para formar un Estado judío en Palestina, los kibutz constituyeron la avanzada. Y si bien al estallar la Segunda Guerra Mundial, el gobierno británico puso severas restricciones al ingreso de judíos, un número importante logró hacerlo en forma clandestina. "Cualquier hectárea que cultivamos, la convertimos en nuestra. Se trataba de una lucha por cada metro cuadrado –describe Lior Bendor, consejero de la embajada de Israel–. Fue algo heroico. Los kibutzim diseñaron el mapa de Israel de 1948", cuando se fundó el Estado. Moshé Korin tenía 18 años en 1956 cuando, de vacaciones, fue a convivir dos meses en el kibutz Bet Hashitá. "Elegí el trabajo más pesado: juntar la bosta de los establos para que fermente y abone la tierra. Se trabajaba durísimo, 9 a 10 horas por día. Todas las casas –en el primer tiempo, prefabricadas– tenían una sola pieza y una antesala. La educación era colectiva, y los chicos dormían en casas de niños, por edades. Los padres, cuando terminaban de trabajar, iban a buscarlos, hasta la cena. Se comía en un solo plato, de aluminio. Después, la gente se reunía alrededor de un fogón, y se cantaba, y se bailaba, y se festejaba de una forma muy laica; y se hablaba de política, sobre los sueños de estar construyendo una vida más igualitaria". Korin decidió revivirlo en 1971, ya casado y con tres hijos pequeños, en el kibutz Kabri. Se dedicó a árboles frutales, sobre todo palta y chirimoya. "Empezábamos a trabajar a las 6. Los chicos todavía dormían en casas colectivas, pero no sé si en la ciudad, uno se dedica tres horas diarias tan intensas a los hijos. Me sentí muy bien", resume. Un año después lo llamaron de la Argentina, para dirigir la Escuela Scholem Aleijem. Pero su hijo mayor, Abi, quedó marcado por esa experiencia, y desde hace 20 años vive en el kibutz Holit. Instalado en Israel en 1973, Kito Hendler (51) comparte la vida en el kibutz Yifat desde hace 26 años. "El kibutz es una de las flores más bellas del movimiento sionista de Israel, más allá de que ha cambiado mucho". El Yifat alberga a 350 miembros adultos, tiene un gran tambo, un criadero de aves, y cultivos de trigo, maíz y palta. Otros trabajan en los servicios. Y otros lo hacen afuera, y "reciben un salario que entra al kibutz y se reparte en forma diferencial. Se valora el esfuerzo que uno hace, y también la responsabilidad". Los kibutz fueron pasando de la agricultura a la industria en los '70, "cuando nos dimos cuenta de que para sustentar una sociedad kibutziana debíamos entrar en una economía de mercado", admite Hendler. "Resultó más lucrativo hacer que otros cultiven la tierra –resume Bendor–. Por ejemplo, producen semillas mejoradas, que venden a otros países con más agua y mano de obra, a los cuales compran la producción". Con tecnología de avanzada, las fábricas abordan rubros muy diversos. De los 256 kibutz existentes, sólo 60 siguen repartiendo sus ingresos en forma igualitaria. La mayoría, 170, son los llamados "renovados", como el Yifat, y permiten en parte la propiedad privada. ¿Son, entonces, barrios cerrados? "Aún mantienen algunos valores de igualdad y humildad –señala Bendor–. Hay reglas que no permiten construir casas grandes. Y aún prefieren comer juntos y compartir eventos culturales". |