Sibila Camps
Pala, pico y barreta. Una y otra vez durante tres meses. Sólo con esas herramientas, a la intemperie con temperaturas de -20° a -50°, veintiún hombres construyeron la primera pista de aterrizaje argentina en la Antártida, que fue estrenada hace hoy 40 años. Así nació la Base Marambio.
Desde la década del '40, la actividad de la Argentina había ido creciendo en la Antártida. Pero los destacamentos operaban únicamente en verano, ya que el mar congelado impide acceder por barco. Para instalar una base permanente era imprescindible contar con una pista para aviones de gran porte: sólo así se podría descargar el equipamiento y los víveres, y tener una vía de evacuación ante emergencias.
Costó hallar un espacio llano, sin obstáculos contra los cuales pudiera chocar el avión si llegaba a ser desviado por vientos que alcanzan los 200 kilómetros por hora. Y además, que fuera de tierra y no de hielo. La isla Vicecomodoro Marambio, de 18 kilómetros de largo por 5 a 8 de ancho, se presentó como una posibilidad: tiene una amplia meseta, a 200 metros sobre el nivel del mar. En 1968, un equipo técnico confirmó la aptitud del terreno. El 30 de agosto de 1969, un grupo de trabajo conocido como "Soberanía" se instaló en la isla, en minúsculas carpas de lona, y comenzó a palear tierra congelada y remover piedras. Antes del mes había una pista de 300 metros, donde se posó un pequeño avión Beaver, el primero en aterrizar con ruedas en la Antártida.
"El médico, el operador de comunicaciones, el cocinero... todo el mundo empuñaba la pala: éramos todos picapiedras (así nos decían)", evoca el oficial mayor (R) Juan Carlos Luján (70), quien integró aquella patrulla. La pista, de 25 metros de ancho, llegó a los 800 metros y el 29 de octubre de 1969, un Fokker F-27 que había despegado de Río Gallegos, aterrizó en la isla. Tras la ceremonia de fundación de la Base Aérea Vicecomodoro Marambio quedó trabajando la que fue la primera dotación, que extendió la pista a 1.200 metros y levantó las primeras construcciones. En abril ya podían carretear los enormes Hércules, que desde entonces constituyen el puente aéreo con el continente.
En la actualidad, mantener operable la pista sigue siendo la tarea prioritaria en la base, aunque ahora se emplean máquinas viales. "Ante una nevada, no hay que dejar que la nieve se acumule, porque se hace hielo y es más difícil sacarla. Luego hay que alejarla de la pista unos 300 metros, porque las alas del avión podrían chocar contra ese talud de 2 a 3 metros de alto", explica el comodoro Roberto Aguirre (49), quien está a punto de partir hacia Marambio, por tercera vez en ocho años y sin que nadie lo obligue.
Por más que se queden un año, él y los 49 hombres a su cargo no tendrán tiempo de aburrirse. "Para mantener la comunicación, las actividades meteorológicas y el alojamiento se necesita una usina, servicios sanitarios, cocina –enumera Aguirre–. Las cañerías cloacales y de transporte de agua tienen que estar calefaccionadas y con control permanente, para que no haya un cortocircuito. Hay que 'hacer agua' en un derretidor, para enviarla a los tanques. Cualquier cosa, por pequeña que sea, da mucho trabajo".
La usina, por ejemplo, está a 600 metros de la base, vinculada con pasarelas. "No puede dejar de funcionar –recuerda el próximo jefe–. Siempre hay víveres allí; si se sabe que habrá temporal, se envía a otra persona más". Chequear la planta depuradora de efluentes cloacales y tratar los residuos también lleva tiempo; pero Marambio se enorgullece de ser la primera base en lograr la certificación ISO 14.001 de cuidado del medio ambiente. "Un temporal largo, al tener que reducir las tareas de rutina, puede hacer el día algo más aburrido –admite Aguirre–. Pero siempre se forma un buen espíritu de camaradería. Hay juegos, gimnasio, películas, televisión satelital. Hubo gente que estuvo en carpa más de un año, y con menos medios de comunicación: ellos fueron los verdaderos colonos".
http://www.clarin.com/diario/2009/10/29/sociedad/s-02029047.htm
|