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Publicada en "La Opinión", Buenos Aires, domingo 2 de marzo de 1980

ROBERTO SÁNCHEZ Y SANDRO, DOS PERSONAJES Y UN MISMO ÍDOLO


Las dos caras del canto

Los reportajes a un cantante popular o algún personaje del espectáculo siempre traen aparejados una serie de connotaciones y prejuicios sobre su personalidad. En el caso de Sandro podría decirse que pasa lo contrario. Se trata de un joven que en ningún momento conformará ese prototipo tan comentado por las revistas ilustradas y del que las adolescentes cuelgan su fotografía en la pared. Tal vez su éxito se deba a que la música que cultiva tiene algo en común o participa de ciertas de esas connotaciones prejuiciosas. Pero su persona es frescamente diferente a cualquier melodía pegajosa o reiterativa de las que se acostumbran a difundir. Sibila Camps entrevistó a Sandro para La Opinión Cultural y trató de profundizar en la conversación mantenida con él sobre distintos aspectos que hacen de este cantante de las nuevas generaciones un personaje atípico.

 


Sibila Camps

Tenía unos 15 años cuando, fascinada por The Monkees al tiempo que por Los Gatos, había comenzado a adquirir popularidad el grupo Sandro y Los de Fuego . No tenía televisión pero, por mis compañeras de colegio, sabía que tanto Lito Nebbia al frente de Los Gatos, como Los de Fuego, se presentaban en La Cueva, un boliche de Pueyrredón al 1700.

Eran las últimas épocas de Elvis. Había llegado a ver fragmentos de los shows televisivos de Sandro, con sus contorsiones a nivel del suelo. Desde entonces comencé a elaborar una leyenda personal en torno de él. Más adelante, cuando mi ídolo era Tom Jones, seguí agregando hipótesis a Sandro. Jamás había podido soportarle una canción íntegra. Sin embargo, por cierta morbosidad que tenemos al construir supuestos acerca de ciertos sufrimientos ajenos, dediqué más de una página de adolescencia a ese muchacho a quien imaginaba destilando dolores sentimentales entre sus convulsiones en escena.

Planeé muchas preguntas. Hace poco más de un año, cuando por primera vez fui a verlo actuar en vivo (fue en el Opera, luego de cinco años de ausencia casi total de la escena argentina), no hice más que reactualizarlas en mi interior. Empecé a indagar acerca de Sandro -Roberto Sánchez- entre quienes habían trabajado y todavía trabajan con él. Me sorprendí cuando me dijeron que le gustaba el jazz y que leía mucho: jamás me había encontrado con un artículo que me hubiera permitido sospecharlo. Entonces, ¿por qué no sacarme de encima todas las dudas de tantos años?

-¿Qué es para vos un ídolo? ¿Qué características debe tener?

-Primero se supone que tiene que tener ese tan mentado carisma, ese algo que lo distingue de los demás sin saber cómo. Es uno de esos individuos que, estando en una fiesta, aunque no sea publicitado o importante, aunque sea un ser anónimo, entra y al instante se convierte en centro de miradas. Pienso que es algo biológico.

-¿Por qué biológico?

-Sabés que hay animales -perdón, salvando las distancias-, como un grupo de perros, en el que siempre hay uno que sobresale. Ya no importa la raza. Se me ocurre que es un poder más genético, llamémoslo así.

También debe tener un talento, no sé si mayor o menor; lo que tampoco significa que con eso pueda llegar a ser un ídolo, porque hay gente que, sin talento, ha llegado a serlo, ¿verdad? Pero tiene que cometer algún acto que también, de algún modo, lo haga distinto de los demás.

Y por supuesto, tiene que asumir que es el depositario de las fantasías, ilusiones, esperanzas o desesperanzas de los demás. Pienso que el ídolo surge en un momento en el que la sociedad está carente de sustento espiritual; por eso elige algo o a alguien como para llegar a idolatrarlo.

-¿Lo ves un poco como una cuestión de primitivismo?

-Mirá, si vamos al caso, el ser humano ha dejado sus funciones primitivas totalmente de lado. Pienso que la civilización no es ni más ni menos que una forma de comportamiento, así como seguir determinado tipo de cláusulas estipuladas. Pero el primitivismo existe, desde el momento en que seguimos enamorándonos y haciendo el amor desde el punto de vista macho y hembra; como también subsiste el instinto maternal, por más que quieran disfrazarlo de un montón de cosas. Son ancestrales.

Vos fijate en un líder, aunque sea en la política: si tiene carisma, si tiene fuerza y poder personal -no me refiero al poder en cuanto a los instrumentos que pueda llegar a manejar, sino a un poder de personalidad que sea realmente entrador, aunque sea fuerte o impactante-, automáticamente se transforma, primero en un caudillo, luego en un líder y, por fin, prácticamente en un guía de masas. porque considero que continuamos necesitando constantemente lugares de donde agarrarnos. Por eso estamos mirando siempre hacia arriba.

-Personalmente, ¿tenés algún ídolo?

-Yo tengo ídolos de distintas formas. No reconcentro todo en uno. No me enamoro de las personas: me enamoro de las obras. Son, de alguna manera, para admirar, y no para que se conviertan en ídolos. Sí para admirar a aquellos que a través del tiempo tienen una consecuencia de grandes obras o de aciertos. Es un poco el reflejo de su personalidad. o de su propia anarquía.

-Por ejemplo, ¿quiénes?

-El caso de Sabato. Es un ser realmente admirable en toda su obra, desde sus primeros trabajos hasta los últimos. Además, lo he descubierto en México por él mismo, en una mesa redonda muy importante que se hizo en torno de la cultura. Había grandes escritores y filósofos, pero agarró el mazo don Ernesto, y dio una clase magistral sobre lo que para él es cultura. Y en eso estamos totalmente de acuerdo: todo es cultura, salvo que hay buena o mala.

-¿Cómo y cuándo empezaste a pensar en Sandro? porque hasta una fecha determinada, vos eras Roberto Sánchez. Incluso me interesa el nombre mismo: por qué Sandro.

-El nombre aparece por una cuestión afectiva: cuando nací, mamá quería ponerme Sandro. Pero vos sabés que el Registro Civil tiene nombres permitidos y prohibidos. Sandro era un nombre prohibido en ese momento. Mamá se quedó con las ganas y me puso Roberto. No sé si sería porque estaba de moda, como digo yo, o porque le gustaba Roberto Escalada. Además, me pareció un nombre, si se quiere, importante. Debe de ser uno de los diecisiete derivados que tiene la palabra Alejandro. Y Alejandro suena muy bien, fonéticamente.

Cuándo empecé a pensar en Sandro. No hubo un comienzo. Cuando era chico y me preguntaban: "¿Qué vas a ser cuando seas grande?", respondía: "Artista de cine en colores", porque recién en esa época comenzaba a aparecer el tecnicolor, y me parecía fascinante. Iba al cine, veía las películas, volvía a casa y te las contaba de arriba abajo, con los diálogos, con los movimientos, todo. Siempre me atrajo lo que fuera luces y espectáculo. Por eso, creo que nació conmigo. Si no hubiera sido cantante, quizás habría sido actor, o director de cámaras, o escenógrafo. No sé, algo que tuviera que ver con el espectáculo.

-¿Qué circunstancias hicieron que fueras cantante?

-Pienso que fue un poco por casualidad y por mi gran caradurismo. Yo empecé a cantar a los 13 años.

-¿Qué edad tenés?

- Sí, 34. ¡Un niño aún! Además, es muy lindo decir la edad, por otra parte, porque permite decir determinado tipo de cosas y hace posible que la gente las crea. Hay muchas cosas que querría decir y que todavía no puedo, porque si las digo yo, no me las van a creer. Tal vez más adelante pueda ser. Sí, es verdad: cómo enfocar cierto tipo de trabajo dentro del show, cierto tipo de personaje dentro de la canción. Pienso que hay una edad exacta para todo.

Tenía 13 años, como te dije. En una escuela de mi barrio, Valentín Alsina, se hacía un festival. Era una escuela nocturna, industrial. Yo no concurría a ella, pero me llamaron los chicos del barrio, porque iban a montar un número que era una especie de parodia de Elvis Presley con Blackie. Uno de ellos se disfrazó con peluca y anteojos negros; y yo salía -imaginate, tenía 13 años- con las patillas pintadas, un suéter que le había pedido a una vecina, unos pantalones que usábamos nosotros, y un par de zapatillas. Algo muy estrafalario. Íbamos a hacerlo con discos, con fonomímica. Eran dos temas, y se suponía que estaba ambientado en un bar, con chicos jóvenes, y en el segundo tema, ellos bailaban. Se trataba de un número que rompía con el tradicionalismo típico de las escuelas; es decir, no era folclórico.

Y bien, ponen el primer disco, vamos adelante con el sketch, se les cae el disco. Era la época de la pasta. Y yo, gran caradura, empecé a cantar a capella, porque me lo sabía de memoria, imitando a Elvis.

-¿Qué tema era?

-Creo que era Hotel de los corazones solitarios. ¡Gran cararrota! Y bueno, canté eso, y esa noche bailé con todas las pibas más lindas que había en el colegio. "¡Qué linda onda es ésta! -me dije- ¡Voy a seguir en esto!"

Y después, en el bar donde paraba cuando era chico, alguien me puso una guitarra en las manos, me empezaron a enseñar, formamos un trío melódico -al que siempre íbamos dos-, y comenzamos a cantar, por ejemplo serenatas, donde nos dejaban.

-¿Cuándo Sandro empieza a transformarse en un ídolo? ¿Qué cambios hay entonces en él?

-Yo comencé haciendo rock'n'roll. Bueno, primero empecé con la canción melódica de manera amateur. Después formamos un grupo en el barrio. Se llamó Los de Fuego. Yo era guitarrista; no cantaba, porque era el que más experiencia tenía en el escenario. ¡Qué caradura! Y un día el cantante -que era el bajista- se negó a cantar, y agarré el fierrito yo, y ya de hecho quedé como líder del grupo. Y comencé a grabar como Sandro y Los de Fuego. Después, un buen día, a la compañía -al productor- se le ocurrió que yo podía ser un solista. Me pusieron una orquesta, vino lógicamente una metamorfosis más natural, ya empecé a dejar de creer mucho en lo que hacía con el rock'n'roll. Cambiaron las épocas, y me volqué más hacia lo melódico. Empecé a componer los primeros temas. Tuve suerte, porque realmente fueron de impacto. Y acá estamos.

-Con el tiempo, ¿qué se ha ido modificando espontáneamente y qué cambiaste de Sandro por tu cuenta? ¿Por qué?

-Lo que se fue modificando espontáneamente, digamos que es un poco la actitud frente a las circunstancias. Antes me herían, o no me dejaba reverme a mí mismo. Me costaba mucho. De alguna manera, me compraba lo que vendía. Ese famoso mareo del éxito. Pero como la carrera es tan larga -ya son dieciocho años-, obviamente llegás a un momento en tu vida en que decís: "Empecemos de nuevo". Yo no puedo estar en mi casa maquillado y con esmóquin, teóricamente hablando, ¿verdad? Y tampoco puedo salir a la calle en jeans y sin afeitar, como puedo estar en casa. teóricamente hablando. Es decir que empezás a contabilizar los valores de otra manera: "Bueno, yo tengo esto que es un muy buen medio de vida; que a la vez, por suerte, es mi hobby". ¿Entendés? Yo no trabajo: yo me divierto. Pero ¡cuidado!, lo tomo como un trabajo, como una tremenda empresa. Porque hay una gran inversión de capital, porque hay muchísima gente que vive de eso. Cada vez que el señor Sandro se para sobre un escenario, hay treinta personas detrás de él: en la iluminación, auxiliares, músicos. No es "Voy a subir a cantar porque me divierto". No ¡ojo!

Pero en lo que hace a lo personal, asumí perfectamente el rol de que eso es eso: un trabajo, que me permite seguir disfrutando. Entonces, pienso que puedo ser mucho más espontáneo: ya las cosas no me lastiman porque sé que todo el entorno y las circunstancias que emanan exactamente del momento de la canción, son inherentes al trabajo. Entonces, a mí no me hacen nada: si lo agreden, lo agreden a Sandro; si lo aman, lo aman a Sandro; porque es un elemento que es fuente motivadora de cosas.

De ahí que tampoco se pueda envejecer, tampoco se pueda engordar: hay que estar perfectamente estable siempre. Porque envejecés vos, y junto con vos envejece la gente. Y la gente no quiere que envejezcas. Porque en algún momento de su vida, vos fuiste importante para ellos. Cuando pasa el tiempo, el sustento espiritual que les queda es el recuerdo. Si vos, que sos de alguna manera el recuerdo de su vida o de su momento plasmado, envejeciste, a ellos se les viene abajo su propio recuerdo. Siempre perfectos, ¿viste? Es un poco lo que digo: que al ídolo lo hace la gente. Pero no por el hecho de pagar una taquilla, sino porque le pone sus cargas. Eso hay que asumirlo, m'hijita; si no, quedate en tu casa y dedicate a vender autos, o zapatillas, qué sé yo.

-Hubo una parte de mi pregunta que no contestaste. Yo me refería a las modificaciones que hubo en Sandro, no en Roberto Sánchez.

-Las actitudes de Sandro son, en cierta forma, que se asume. El señor Roberto Sánchez, asume perfectamente la función. Lo separa. Entonces puede ser tan espontáneo como cualquier persona, sin la carga tremenda de lo que significa el famoso "ser cantante de éxito". Es un poco el tipo al que yo mando al frente: "Vaya, m'hijito". Y bien, con comodidad. Pienso que eso sí es muy importante, porque Sandro ya dejó de ser la cosa agresiva. Ahora puede ser totalmente natural: reírse de sí mismo sobre el escenario, de sus errores, y tomar el asunto como lo que es, un gran divertimento.

-Comentaste hace poco que antes había cosas que te herían y que ya no te duelen. ¿Qué tipo de cosas?

-Y. de pronto, decepciones, porque en cierto modo, cuando vos no podés llegar a separarte de ese personaje que es el famoso, te estás comprando un poco lo que vendés. Entonces, cuando se defrauda a ese personaje, lo tomás a pecho vos. ¡Pará, empecemos de nuevo! ¡Si a mí no! ¡Es a él! A lo mejor, que alguien del público gritara algo, antes me hería. Hoy me río, y contesto. ¿Por qué?: porque lo atacan a Sandro, no a mí. Me puede herir profundamente la decepción con un amigo, alguien a quien personalmente sí le entregué mi amistad, mi confianza. Eso sí me sigue doliendo, como a cualquier hijo de vecino.

-Pero en cierta medida, vos sos el autor de Sandro.

-Vos lo dijiste: soy el autor, y lo personifico. Pero no soy Sandro.

-Si yo, como periodista, escribo algo y me lo critican, puedo decir que no me critican a mí, sino al papel. Pero en el fondo, no es cierto.

-No, es distinto. Yo soy el productor, el autor, e interpreto al personaje que es Sandro. Entonces, cuando hay errores, tenemos que rever todo, pero siempre desde el punto de vista netamente profesional; no afectivo, internamente. "Ayer salió mal tal show", o "Te equivocaste en tal tema. Che, ese tema no funciona". "¿Por qué? Vamos a estudiarlo. Perfecto. Sí, no anda porque. Es verdad, esto está mal hecho. Tienen razón". Eso no significa que, si una canción no pega, yo me voy a meter un tiro. No, un momento: vamos a hacer otra. Ahora, como autor del tema, sí, por ahí me clavo mis ricos puñales. "¡Qué lástima! ¿Por qué no? Pero yo creía en ese tema. Bueno, a lo mejor, mi esfuerzo y mi creencia no son los de todos".

-¿Cómo surgen tus canciones? ¿Cómo escribís y trabajás? ¿Cuál es tu parte solo y cómo se reúne con el trabajo de Anderle?

-No hay una fórmula. De repente, ahora, vos decís una frase que me gusta; "baja el enano", como decimos nosotros. "Bajó el enano, dame la guitarra". Y en dos minutos, si no quedó la canción terminada, posiblemente queda el gran boceto hecho. Después uno retoca, se cambia esto, se cambia aquello.

A veces se da a la inversa: tenés una idea para desarrollar, y empezás a buscar la forma, que a lo mejor te lleva años. Tengo melodías ya compuestas hace cuatro años, y todavía no surge la palabra exacta que condiga con el clima de la música. Entonces uno se vuelve loco buscando el tema; y a veces no lo encuentra nunca.

-Resulta fácil pensar en una letra que no encuentra música, pero es difícil concebir una música que no halla letra.

-Tremendamente difícil. Yo he hecho muchas veces las letras de los temas en el estudio de grabación, porque en ocasiones, una melodía intrascendente, cuando llega al disco, si el arreglo es bueno te sugiere toda la letra, al escuchar toda la violinada. Sí, señor, acá está; y aparece. Porque con un piano, quizá no te da la sensación de lo que tiene que ser. O a veces, también tenés grandes cosas escritas a nivel literario. ¿Y la música? La intentás, mil y mil veces, y no va. Es un matrimonio desavenido. Es el famoso éxito de las canciones: ¡qué buena letra y qué buena música! Pero no pasa nada. ¿Por qué?: no hay matrimonio.

-¿Cómo vas forjando tu interpretación y tu puesta en escena de cada tema?

-Ah, no, m'hijita: yo en eso, soy torero. Mañana vamos a hacer tal tema, y me juego ahí arriba. Y pienso que ahí arriba le voy encontrando las cosas; o sea, en la acción directa. No puedo planear una escenografía, ni una interpretación.

-Pero vos tenés personajes muy definidos de acuerdo con cada tema.

-Claro, por supuesto, porque lo primero que se hace es una elección de repertorio. ¿Cuántos temas son? Son tantos. Perfecto. ¿De qué trata cada uno? Bien, ahora vamos a jugarnos y a ver en escena qué es lo que pasa con cada uno de ellos, y a ver, además, qué siento yo en ese momento. Porque de alguna manera, soy un personaje. ¿cómo te puedo explicar.? como sensible, o ultrasensible, que me manejo con la fuerza vibracional del público más que con la mía. Creo que el público es el que me da las cosas a mí, lo capto, y empiezan a aparecer gestos y cosas que yo, si me pongo a pensar, jamás los haría.

-Te vi actuar hace algo más de un año en el Opera, cuando reapareciste luego de casi cinco años sin actuar en el país, y volví a verte a principios de diciembre, cuando presentaste tu último longplay ante periodistas y artistas. Y fueron dos actuaciones distintas, porque en esta última, a partir del cuarto o quinto tema, diste vuelta tu enfoque y comenzaste a reírte de tu propia gimnasia.

-Claro, porque es la gente la que, de algún modo, me marca la conducta a seguir. Eso sí, pienso que esto te lo da el olfato natural que se desarrolla a través de los años de trabajo.

Yo no trabajo todos los días para un público juvenil. Me tocan temporadas en la bo î te del hotel, por ejemplo, en México, donde por lo general hay que actuar quince días seguidos, en dos recitales diarios donde cambia la gente; o los que se quedan son los peores, porque te vieron la primera vez y, con los tragos durante la segunda, son más difíciles de convencer.

Entonces vos subís, y de repente te encontrás con que en el primer concierto había un público sensacional, pero te cambió la gente, y ese mismo día, en el segundo, hay otro público. Y vos tenés exactamente la misma rutina. Entonces, ahí vas adquiriendo la "cancha" -llamémosla así- de olfatear a la gente, de cómo tratarla para hacerle olvidar de quién es, qué es lo que hace, y que si le gusta o no le gusta. Déjenme llegar al final, y después hacemos todos los comentarios: qué bueno, o qué malo, o qué simpático, o qué engrupido, o como quieran. Pero al final, como en la cocina: no podés decir que la comida es buena o mala cuando está en el horno; tenés que sentarte a comer.

-La pregunta siguiente que tenía pensada, en cierta forma ya la contestaste: cómo vas armando todo un recital. ¿Queda algo en el tintero?

-Lo más difícil es la elección del repertorio y el orden. Eso se premedita con mucha sutileza, porque el secreto de un show reside en la colocación de los temas. A veces, un gran tema quizá se pierde porque hay otro que es más espectacular o efectista. A veces hay que trabajar con la densidad de los climas que uno va a ir desarrollando, y también con el potencial de concentración del público. Vos sabés que cada 45 minutos baja el nivel intelectual de la gente, es decir, la concentración. Eso da lugar a meter temas intrascendentes, como para rellenar. Después, cuidado, aquí ya empiezan a levantar de nuevo. Es un trabajo psicológico si se quiere, bastante interesante.

-¿En qué coinciden Sandro con Roberto Sánchez y en qué se diferencian?

-Coincidimos en que los dos nos divertimos mucho con lo que hacemos. Yo interpreto a Sandro y me divierto mucho. Y Sandro se divierte mucho él, haciendo de Sandro, ese personaje extraño, medio arrogante, prepotente a veces. ¿En qué nos diferenciamos? Mirá, pienso que, casualmente, nos diferenciamos en ese tipo de cosas: Sandro, el personaje, es un poco un inconsciente; sube y sale como el toro. En cambio Roberto Sánchez es el tipo reconcentrado, que piensa y analiza mucho las cosas, que tiene miedo a la equivocación. natural que tenemos todos.

-Creo que Roberto Sánchez es muchísimo más inteligente que Sandro.

-Puede ser, puede ser. Yo sé que Sandro sí es un inconsciente. Es mi personaje, ése que sube al escenario y es medio impaciente, porque sale para llevarse a todo el mundo por delante. Es una actitud, ¿no?, que hay que meterla en ese personaje. Porque si no fuera así, pienso que ese elemento motivador del cual hablábamos antes sería un tanto defraudante.

Roberto Sánchez es un tipo que habla, que piensa, que arma la cosa, que te puede confiar pequeños grandes secretos de un show con tranquilidad, con naturalidad. En cambio, el otro no puede. Es un tipo que fue puesto ahí arriba, y si hay gente que está abajo, es porque está esperando que haga el gol. ¿Y quién es el que hace el gol? Aquél que arremete con todo y llega al arco. Pienso que ésa es la función que cumple Sandro.

Ese personaje que me toca interpretar es un poco un compendio de sensaciones, si se quiere casi primitivas. Es, en cierto modo, el primitivismo del cual habábamos antes, que aflora y todo el mundo trata de que aflore. pero que sea legal. Entonces, si tenemos un personaje así, ¿por qué cambiarlo? Yo no quiero ser un gran orador, ni un mesías, ni un apóstol. ¿Ves en cuánto nos diferenciamos Sandro y yo? ¡Nada que ver! Eso, la gente no lo entiende. ¡No puede ser!, dicen. Sí, yo te puedo asegurar que no tenemos nada que ver el uno con el otro.

-¿Hay temas que compone Roberto Sánchez que no combinan con Sandro, y que por diversos motivos te ves obligado a desechar, o sobre los cuales te gustaría trabajar?

-Sí, yo compongo muchísimas cosas que Sandro no puede cantar, porque no se las creería nadie y porque Sandro no encaja dentro de esa línea. Yo no sabría cómo cantarlas, ¿te das cuenta?

-¿Las cantan otros o quedan en el cajón?

-Quedan en el cajón. A lo mejor puedo -para darte una idea de la línea- componer una canción en la onda de Serrat. Subo al escenario y me pongo a cantar bajo los reflectores, y me digo: "¡Pero yo estoy loco! ¿Qué estoy haciendo? Eso no tiene nada que ver con Sandro, con eso que es dinamita pura. Pero que puede ser hermosísimo.

-¿No te resulta un poco frustrante no poder cantarla vos?

-No, en absoluto. Me resultaría frustrante no poder cantarla vos.

-Ya pasando al aspecto técnico de tu voz.

-Es un milagro, m'hijita, sobre todo porque ni yo sé cómo puedo.

-. Sandro se caracteriza por tener un vibrato muy particular que, cuando eventualmente lo abandona, pasa a ser un cantante de características muy distintas que personalmente me agrada más. Si estuvieras -no sé si lo hacés en rueda de amigos- cantando otros géneros, como tango, folklore o lo que sea, ¿qué cambiarías en tu voz y en tu estilo?

-Voy a decirte algo, que creo que es válido: cuando se arma la conjunción musical -tanto tema como un arreglo adecuado-, Sandro pasa a ser un instrumento más del clima que tiene la obra. De acuerdo con la intención que conlleva todo el clima musical, hay que colocar el sonido justo. Por lo tanto, a veces canto un tema dos tonos más arriba de lo que podría hacerlo con comodidad, porque tiene que ser brillantísimo, para que tenga la fuerza requerida. Vos sabés muy bien que a veces, de un Re menor a un Mi menor, hay una gran diferencia. Se diría que, en ocasiones, empleo mucho el vibrato, porque sé que le dará la excitación que necesita el tema. Y otras no: la voz totalmente clara y limpia, porque sé que entonces, voy a producir otro tipo de clima. ¿Comprendés?: soy un gran farsante que podría llegar a cantar como muchos tipos. Pero no te olvides de que tengo algo que de alguna manera se metió, que hizo posible la identificación estilística, y tengo que respetarlo y volver a esas viejas fuentes: "Bueno, muchachos, vamos a temblar un poquito." 220 voltios. que es lo que hace Sandro.

-¿Qué música te gusta escuchar?

-Todo lo que sea música bien tocada. No creo que haya buena o mala música, sino que está bien o mal tocada. Lo demuestro con mis propios temas: te pongo la versión mía de Así, del año '67, y digo: "Bueno, éste es el original", y luego te hago escuchar las demás versiones, y te vas a dar cuenta de cómo a veces han agrandado el tema de una manera increíble, o de cómo lo han destrozado.

-¿Y pasando a otro tipo de música fuera de la tuya?

-¡Ah, no! Todo. De repente escucho al grupo Kiss, suponete, lo saco y pongo a Maynard Ferguson, lo saco y por ahí me remonto a baladas del siglo X alemanas. Todo forma parte de un complejo general. Incluso, de ahí sacamos muchas ideas para el espectáculo.

-Dentro de la música clásica, ¿qué te gusta?

-Me vuelve loco Bach, porque no tiene la espectacularidad de Beethoven, pero tiene una fuerza que no está totalmente desatada, que es compulsiva. Escuchás alguna fuga y algunos contrapuntos, y tanta violencia contenida en un ser humano no puede haber. De Beethoven, lo que me gusta es su espectacularidad, cómo con nada mueve tanto. Mahler me gusta: unos movimientos medio raros y cosas que te hacen decir "¿Y cómo? ¿Y por qué es esto?" Entonces tenés que hacer una revisión total de lo que es la música.

-¿Qué hacés en tus ratos libres?

-Música.

-¿Siempre música? ¿No tenés algún "subhobby"?

-El único, leer, ya cuando me harto un poco de la música. Desde Walt Disney hasta Walt Whitman. Leo de todo, un poco desordenadamente. Leo mucho: novelas, ensayos, teología, extrañas filosofías, sociología, todo lo que sea tratados de psicología aplicada. Hasta biología: de pronto me agarran ataques científicos.

Creo que el secreto está en tratar de vivir con autenticidad. Pienso que toda la gente sueña constantemente en cosas que tiene miedo de poner en escena por temor al ridículo. De ahí volvemos al caso y al motivo original de la nota: qué es el ídolo. El ídolo representa un poco todo lo que la gente lleva adentro.

-Muchos pueden llegar a objetarte: "Si tengo calor, salgo en malla por la calle -porque se me antoja y porque quiero estar fresca-, y me llevan presa; en cambio Sandro es auténtico al hacer esto, y encima gana dinero".

-Pero todo es un problema de medida de respeto. Yo no saldría a la calle en short porque tengo calor; lo dejo para mi casa. Porque sé que después de ese paredón, de ambos lados hay dos casas y vive gente, con otra idiosincrasia, otra forma de vida, que es tan respetable como la mía. Es como algunos imbéciles que yo he visto, que llegan a un cóctel con esmóquin y en zapatillas. Hay que llevar el blue jean como se lleva el esmóquin, y viceversa: con naturalidad.

Vos mismo mencionaste antes a Elvis Presley, y constantemente se habla de él como tu fantasma. Pero él ya está muerto, y mucho antes había dejado de cantar. ¿Cuándo y cómo fuiste apartándote de Elvis?

-Nada que ver. Cuando empecé a cantar, Elvis era el metro patrón. Si hubiera empezado a cantar en la época de los Beatles, en vez de ser un solista, tal vez habría formado un grupo y usaríamos todos flequillo. Pero no porque haya sido mi líder. Es más: a mí, Elvis, honestamente nunca me gustó mucho como cantante; siempre lo defenestré bastante. Lo he respetado porque, en la historia de la música, es un mojón: de Sinatra hasta Elvis, desde Elvis hasta los Beatles. Me gustaba mucho más lo que hacían Ray Charles, Little Richard, que estaban más emparentados con el jazz y con lo negro; que haciendo rock, tenían una gran transparencia. Y lo que me gustaba de los Beatles es que rescataron profundamente el folclore irlandés y escocés, en muchas de sus baladas y sus cosas.

-¿No te ocurre a veces, antes de subir a escena, que ese día no tenés ganas de ser Sandro y, como te oí decir, de "darte manija" con ciertos temas?

-Sí, a veces pasa.

-¿Qué hacés entonces?

-Y. lo que creo que hace cualquier persona que tiene un trabajo que cumplir. Ahí abajo hay gente que pagó una entrada. Entonces vos, Robertito Sánchez, te quedarás metido en el placar del guardarropas del camarín, y vos, Sandrito, vamos al escenario, vos tenés que cumplir con esa gente. Ahí arriba tenés que hacerlo bien, porque tu problema no es el de la gente. El problema de la gente es que pagó una entrada que, a veces, le costó mucho pagar. Yo también fui público, y como muchas veces me defraudaron, desde que comencé me dije que jamás haría lo que me hicieron a mí, en la medida de lo que esté dentro de mis posibilidades. A los espectáculos llego siempre con dos horas de anticipación, por cualquier cosa.

-La última vez que te vi actuar, en determinado momento del show dijiste: "Bueno, basta de darse manija". Me pregunto si no hay cierto masoquismo de tu parte al insistir en ciertas canciones y en cierta temática.

-No, no es masoquismo. Personalmente, me sirve para sacarme las mufas, como el hecho de componer cierto tipo de temas. Fijate que hay gente que se mete en un cuarto y grita. O que rompe cosas. Yo compongo una canción, y es como si fuera un grito, síquicamente hablando. A veces, si como planteamos antes, no estoy anímicamente bien, espero determinados temas, con los que sé que podré descargar todo y, a la vez, activar todo. "¡Aaah! ¡Ya está! Ahora, ¡qué bueno, yes! ¿Cómo les va? Empezamos de nuevo. ¡Ahora empieza el show!" Lo he dicho muchas veces, a lo mejor después del quinto, sexto tema: "Ahora vamos a empezar el show". ¡Nadie entiende nada! Pero yo sí sé lo que estoy diciendo.

-La pregunta siguiente es obvia: ¿en qué medida tus canciones son autobiográficas?

-A veces lo son, sobre todo las que tienen densidad climática, más que las que cuentan una historia. Mi gran locura, por ejemplo, es una canción que da la sensación de un momento en la vida de cualquiera, por lo que puede generalizarse. Pero tenés que haber vivido la sensación y la experiencia para poder llevarla al papel. Si no, no tiene sentido; por otra parte, yo no podría creer en eso. Cuando empecé, me costaba mucho cantar y decir "Te quiero". ¡Si no sabía qué era eso! Después me enamoré, amé profundamente, y lo supe. Ahora puedo decirlo en todos los tonos de voz. ¡Me sale de taquito!

-Me gustaría que vos mismo definieras a tu público: edad, nivel social, nivel cultural, sueños, carencias, etc.

-Es muy difícil, y te explico por qué: en primer lugar, tiene mucho que ver el lugar donde uno trabaja. Si uno va a un lugar popular, lógicamente se va a llenar de clases obreras humildes. Suponete en un club grande: el ámbito de trabajo hace que determinada gente, que a lo mejor gusta de lo tuyo, no vaya porque no le agrada enfrentarse a esas muchedumbres, o las incomodidades del lugar. Yo me he encontrado con mucha gente que me dice: "Mire, a mí me gustaría. pero, ¿sabe qué pasa? Usted trabaja en el estadio tal, y a mí, la verdad, la gente me da miedo, no me gusta ir a esos lugares. ¿Cuándo va a trabajar en un lugar más chico, o en un teatro, donde podamos ir a verlo? Entonces en un teatro se mezcla un poco la cosa. Y si yo trabajara, imaginate, en Mau Mau, lógicamente estaría toda la gente de poder adquisitivo, que gusta a lo mejor de lo que uno hace; y también -¿por qué no?- la que no tiene poder adquisitivo, pero que se mata por ir. Van las chicas y es el vestido, la peluquería, el salir a tiempo para llegar, el gran programa y la gran inversión para ir a ver a su ídolo.

Es un poco lo lindo y divertido que tiene mi trabajo: el hecho de poder estar en contacto con una serie de capas sociales, formas de educación, gente de distintos estilos.

-¿Por qué pensás que ese público se refleja en vos?

-Ah, eso no lo sé. Es un poco como el gran interrogante, el gran misterio de todo esto. Es una pregunta que me hago mayormente cada vez que terminamos un espectáculo: "¿Qué estarán pensando y por qué vinieron acá?" Una de las grandes incógnitas, que ojalá tarde mucho en dilucidar, porque toda la mecánica interna, todo el centro sensitivo y motor, automáticamente va a estar regido por el intelectual, y voy a dejar de ser Sandro, ese personaje que es como primitivo, como expectante constantemente; que se maneja con las vibraciones externas; que a la vez trata de manejarse él mismo o de manejar las externas a través de otra fuerza vibracional. Yo no sé si lo explico muy bien. Es casi como metafísica la cosa.

-¿Hasta qué punto eso puede ser recíproco?

-El haber asumido que soy depositario de cosas me hace sentir un gran respeto, ¿entendés? Yo tengo un tremendo respeto hacia esa piba que viene y te quiere agarrar, te agarra la mano. Porque no me está agarrando a mí: está agarrando un sueño suyo. Perdón, no es la mano, porque no me está agarrando a mí; una pedantería, pero para redondear la idea: esa piba tiene un sueño, que volcó en mi persona como podría haberlo hecho en Travolta, Tom Jones o como lo llames. ¿Por qué no? ¡Dejala! ¡Si es hermoso! Aunque por ahí me saca un pedazo de carne. Por dentro es muy lindo. Es hermoso para un ser humano el saber que hay alguien que le va a poner cosas. Entonces, ¡guarda al hilo! Hay que entenderlo así.

-¿En qué circunstancias pensás detener a Sandro?

-No sé. Vengo amenazando hace años. Por ahí amenazo, y paro: "No canto más, no quiero cantar más, me cansé". Mentiras: a los tres meses me empieza a bajar el bicho otra vez, empieza a picarme; y yo, si no hago esto, me muero. Jubilación prematura, no me interesa.

-Vos tenés ahora 34 años, pero pienso en ciertos cantores de tango, que en su juventud fueron excelentes y que ahora dan pena.

-Es un problema de ubicación y, a lo mejor, quizá tengamos que tocar el factor económico. No sé si algunos de ellos han ganado el dinero suficiente en su vida como para asegurarse una vejez tranquila. Quizás a ellos tampoco les guste lo que están haciendo. Quizá sí.

-Voy al hecho de si uno puede llegar a ser capaz de darse cuenta de que ya no va más la cosa, de que ya no le da más la voz.

-Yo creo que sí.

-Entonces, es decirse: "Bueno, ¿puedo resistir a la tentación que significa lo lindo que me proporciona mi trabajo? ¿Puedo al mismo tiempo, si estoy mal de dinero, dedicarme a otra cosa antes que hacer papelones?

-Te voy a confiar algo. Económicamente no te voy a decir que me salvé y soy Onassis. Pero ya puedo -como estoy haciéndolo- proyectar mi vida hacia otra dirección. Estoy montando de a poco un gran estudio de grabación. Pretendo -no sé si lo lograré- que sea realmente un estudio muy importante, para tener, como quien dice, el puchero asegurado para el día de mañana. Porque hoy, toda la polenta. pero mañana, la gente te dice basta, y vos, por más ganas que tengas, no podés más, porque no te quieren más. Entonces, cuidado, lo importante es esto: no salir a dar lástima arriba de un escenario. Estoy montando todo esto, con una productora, para el futuro: uso a Sandro como cabeza de lanza, como locomotora.

Hasta que, llegado el momento, salga la locomotora y entre otra para que el tren siga adelante. Lo que tiene esto de divertido, es que yo sigo trabajando dentro de mi medio. Podría haber comprado grandes terrenos, o puesto una planta industrial. Pero ahí, yo no me voy a divertir. Yo quiero seguir divirtiéndome a la vez que estoy trabajando y viviendo. Que graben otros: a mí me encanta la producción. Si yo hubiera encontrado a otro tipo que fuera Sandro, lo habría mandado al frente, quizá no habría salido yo, te lo digo con total honestidad. A mí me gusta más lo que está detrás: el producir, el crear algo, y este trabajo lo permite.

-Las veces en que te he visto trabajar, he notado que te divertías haciéndolo. Pero hay gente que se cree textualmente a Sandro. ¿Es culpa de ellos?

-No, también yo soy culpable, cuidado. Pero frente a la gente, arriba de un escenario, tengo una actitud: acabo de explicarte las que creo que condicen con el personaje que se llama Sandro. Pero no te olvides de lo primero que te dije: que de chico quería ser artista de cine en colores. Como actor, encontré a través de la canción un medio de expresión tan válido, quizá, como una buena obra de teatro clásico, que me permite recrear personajes en escena. Durante un recital, en un tema debo tener 15 años, en el otro ser el compadrito, en otro el tipo despechado, en otro el amante que se muere. Son todas situaciones distintas, son pequeñas obras. Entonces, pienso que aquello originario del actor, lo siento totalmente realizado arriba del escenario.

-En pocas oportunidades he leído notas sobre vos, o reportajes que me permitieran imaginar cómo eras, y pienso que la mayoría de la gente ignora el verdadero rostro de Roberto Sánchez. ¿Es por culpa de la información que se dio siempre sobre vos, o porque no quisiste que te conocieran ese aspecto?

-No. ¡Es que yo no sabía! Son dieciocho años de carrera. Pero imaginate, hace dieciocho años, yo era un bebé de pecho recién salido de las polleras de mamá, que me enfrentaba con un mundo y con una circunstancia que no eran normales. A los 17 años, yo ganaba mucha guita, tenía un auto sport y las pibas me perseguían. Si a un muchacho le decís: "Tenés 17 años, yo te voy a hacer ganar más guita en un mes, que tu viejo trabajando durante todo un año, tenés un convertible italiano que mata, las pibas se mueren por vos", ¿tiene derecho a tener "tierra" o no? Toda. ¿Quién se cree que es? Dios es mi secretario, te diría.

Pasa el tiempo, tenés una madurez, tu carrera persiste y las circunstancias también son las mismas. Tu propia metamorfosis te lleva al análisis. Por eso te decía que, con la edad, hay cosas que uno puede decir, porque son auténticas y porque uno sabe que se las van a creer. Si yo hubiera dicho esto diez años atrás, a lo mejor habrían dicho: "¡Mmm, qué versero! Andá a saber, qué demagogia rara, qué quiere decir este tipo".

Ya pasaron diez años, y tengo el derecho de empezar a abrir la boca, por experiencias vividas. ¿Quién me las quita de encima? ¿Quién quita los hechos? ¡Nadie! Entonces, pienso que la palabra comienza a tener un valor. Por eso, no creo que haya sido culpa del periodismo. Fue un poco culpa de todos. Me incluyo: ¡si yo no sabía! No podía responder con objetividad a determinado tipo de cosas. ¡Si todavía no sabía ni dónde estaba parado!

-Llega un momento en la vida de un ídolo en que, por más que se disfrace, termina por ser reconocido en todos lados, causando un terremoto dondequiera que vaya. ¿Qué es lo que no puede hacer Roberto Sánchez por culpa de Sandro? ¿Qué fue perdiendo?

-Nada. Es fácil, y volvemos nuevamente al tiempo, la carrera, los años, y el desarrollo humano. Empecé a los 13, como amateur, pero el objetivo era llegar, grabar un disco y después, si tenía suerte, en un par de años hacer esto o lo otro. Se puede decir que una cantidad de cosas que hacían los chicos habitualmente, yo no las hacía. Entonces, ese tan mentado reproche: "¡Eh, pero vos no podés salir!" Pero escuchame, yo no salí nunca. Nunca hice cosas que la gente hace normalmente, en determinadas circunstancias. Entonces, yo no perdí nada, y acondicioné mi vida a ese sistema.

-¿No hay un poco de añoranza por ciertas cosas?

-No, ¡en absoluto! Si para mí es normal decir: "Mirá, vamos a la cancha". "No, no puedo". "¿Por qué?" "Es un lío bárbaro".

-¿Pero no te gustaría hacerlo?

-No, porque no lo siento, porque ya estoy como programado para eso. Y te lo vuelvo a repetir: me lo dio el desarrollo de mi vida desde tiernito hasta esta edad, con las circunstancias que no han variado. Entonces, te acostumbrás. Es muy difícil de entender.

Las cosas que me gustan, siempre las he hecho. Yo tengo un hobby, casi obsesionante, que es la música. En casa tengo mi estudio de grabación, de veinticuatro canales, y todos los aparatos que puedas imaginarte que, gracias a Dios, me los dio Sandro.

Para los músicos es el sueño del pibe. Imaginate que enciendo la máquina automática, me pongo a crear melodías, hago todos los arreglos, toco el bajo y la guitarra y, con los teclados, hoy en día con los sintetizadores vos sabés que te formaste la Sinfónica de Boston. Y cuando lo conseguiste, decís: "¡Qué milagro de Dios es esto, que un tipo solo. todo este circo!" Eso es lo que más me gusta. ¿Te das cuenta?: eso, en sí, ya es un mundo. Porque yo amo la música seriamente; para mí, es un leit motiv. Compongo mucha música, pero no para este señor (y señala una foto suya en un recital). A este señor le compongo algo a veces. Eso es, en sí, lo que me lleva prácticamente las veinticuatro horas del día. Me encierro en el estudio y gozo como un loco.

Y más cuando me encuentro con músicos -que durante el día no tienen nada que hacer-, y vienen a casa a tocar y a grabar; y nos divertimos porque hacemos lo que nosotros queremos. A mí, el fútbol no me gusta; no me gustó nunca. Hay gente que va al fútbol y se vuelve loca. Llega el domingo, el pañuelito. y ¡brooom! ¡Les encanta! Y bien, entiendo su reacción. Pero a lo mejor, ellos no van a entender que yo me pase 28 horas grabando dentro del estudio: "¡Está loco! ¿Y cómo? ¿Y después de esto, encima se va a cantar?" Porque -te repito- tengo la suerte y el privilegio de vivir de un hobby.

-Con tu representación de Sandro, ¿no hay en cierto modo una pérdida de la identidad?

-No, al contrario, es una reafirmación total. Sería frustrante si hubiera cosas que me gustan y no pudiera hacerlas. Pero toda mi vida fue así, una obsesión por llegar a tener un estudio de grabación para mí solo. Cuando no tenía un mango y recién empezaba, me había comprado dos grabadorcitos de ésos que graban sonido sobre sonido, y me pasaba todo el día en mi casa también.

Yo empecé a tocar la guitarra solo, ocho horas por día, sentado junto a un tocadiscos. Ponía discos de los Ventures , de esos grupos de guitarras, y copiaba nota por nota. Así aprendí, de las 2 de la tarde hasta las 10 de la noche. Entonces, ahora que lo tengo en la mano, lo disfruto como un loco. Hay gente a la que le gusta salir. A mí no me interesa, no me atrae. Me atrae, sí, todo lo que es mi trabajo. Espiritualmente gozo.

-Muchos ídolos -los grandes y los pasatistas- dicen: "Me debo a mi público". ¿Qué es, según vos, lo que el ídolo debe a su público? ¿Qué es lo que éste no tiene derecho a reclamarle?

-Desde el momento en que lo eligieron, lo que uno debe es, siempre, no defraudar, desde el punto de vista profesional. Como cantante, me tengo que matar, dar lo mejor de mí mismo. Si lo consigo, perfecto. Entonces, yo no debo más nada. Usted pagó. Yo me voy a matar, para que el tipo diga: "Me costó caro, pero ¡qué espectáculo, qué laburo! ¡Cómo transpira este hombre!" Ese es mi orgullo: "Que le guste o no, no lo sé. Pero usted no me va a negar que yo trabajo". Yo no subo a robar: subo a trabajar. ¿Cumplo con eso?: yo no debo más nada. ¿Por qué motivo? Y. porque mi vida es mía. Yo no me voy a meter en la casa de cada uno de los compradores de discos, a ver quiénes son, qué hacen, si se casaron, se divorciaron, tienen chicos, si la tía doña Laura teje mejor al crochet que con dos agujas. Mi vida privada es mía, y por esa razón, siempre la he manejado de esa manera. ¡Al público no le interesa! Lo que tiene que interesarle, real y positivamente, es cómo estoy cantando y qué estoy haciendo en ese momento desde el punto de vista profesional.

-En los comienzos de la carrera, a un artista le contiene que hablen de él. Pero cuando quiere acordarse, la fama le pasó por encima. ¿Cómo te las arreglaste para defender tu vida privada, y a partir de qué momento, de qué instancia?

-Desde que empezaron las cosas, funcionaron vertiginosamente. Gracias a Dios, me di cuenta desde muy chico de que el único lugar que me quedaba para ser realmente yo, era mi casa. Mi casa y mi vida privada: mis amistades, mis romances, mis lindos y tiernos momentos. Porque además, si no los hubiera tenido, ¿cómo habría podido escribir lo que escribí? Pero es gente que yo elegí, y gente que a su vez me eligió como ser humano. El famoso, acá, si vamos al caso, soy yo, no ellos. No puede ser que "Ay, Fulanita, la novia de Sandro, o Fulanito, el amigo de Sandro". Los amigos míos que se conocen, son los que están en la profesión. Si no, tampoco se conocen: hay que respetar a esa gente.

-Detrás de Sandro está Roberto Sánchez. Pero cuando actuás, el público no te llama Sandro sino Roberto. Entonces, detrás de Roberto Sánchez, ¿quién está? ¿Hay una tercera instancia?

-La tercera instancia, vuelvo a decírtelo, es la inherente a cualquier ciudadano. Yo elegí a gente, hay gente que me eligió, gente que no me defraudó y gente que me defraudó, así como yo también pude haber defraudado, por qué no. Pero eso, para adentro, porque no me gusta manosearlo, ni tocarlo, porque es totalmente personal.

Lo que queda es un tipo que tiene muy esclarecidas las cosas, que piensa que el mejor negocio es no perder lo que se tiene. Tratemos de cuidar esto profunda y realmente, porque ya no es un problema de subsistencia económica, sino de necesidad espiritual. Si yo hubiera encontrado otro Sandro, lo habría mandado al frente a él. Aparte pienso que, como productor, con los años, me encantaría crear otro personaje que tuviera la fuerza, el impacto que tuvo Sandro en su momento, o la vigencia que puede llegar a tener. Pienso que sería doble triunfo en ese aspecto.

-En ese caso, ¿no sería un poco molesto sentirse el demiurgo? ¿Tener conciencia de que, adentro de ese personaje que vos crearías, hay otro hombre de carne y hueso -que no serías vos- que puede o no depender del productor? Serías el dueño de otro ser humano.

-No, atención, sería el dueño de una obra. Jamás de un ser humano. Al contrario: lo primero que le enseñaría, sería todo esto. Que se defienda ante todo como tipo, para que a lo mejor llegue a ser un buen artista, porque si no, va a pasar a ser un muñequito arriba de un escenario, al que mueven determinadas circunstancias, como también, en algún momento, me tocó vivirlas a mí. Sería la primera lección. Que no se crea ningún fenómeno. Que hay fenómenos más importantes en la vida que no tienen publicidad. Esto es un trabajo, concreto y profundo. Además, hay que amarlo, hay que tener vocación auténtica para hacerlo. Por eso a veces he mandado al demonio a los pibitos que recién empiezan y suben por el reflector, por la pibita y por los mangos. Ahora, el día en que caiga uno que tiene ganas de ser él por él mismo, o de estar en la cosa, aunque sea como colaborador, entonces sí. Yo creo que todos elegimos -porque somos grandes vanidosos- el reflector, para ir a exponernos. Pero pienso que toda vanidad tiene un límite. También presentarse desnudo es de una gran vanidad.

-Pero también puedo presentarme vestida porque tengo miedo de que vean cómo soy en realidad.

-Pero hay que ver cómo va uno a presentarse vestido, porque de esmóquin y con zapatillas -volvemos al caso- también es tratar de llamar la atención. Lo importante es que, dentro de esas reglas y de lo que está estipulado, uno sepa manejarse y ser notorio por un acto realmente valioso, no por la tontería o la vanidad de un reflector.

La vida, para mí, es un juego, con reglas. Es conocerlas. Si yo juego al truco con Dios, y yo tengo el ancho de espadas, ni Él me gana. Si no, me haría trampa y rompería las reglas del juego. Ya están creadas, tienen forma. Ocurre que la gente no las entiende profundamente. Las cosas que me interesan y que hacen al hábito de vivir, son conocer las reglas y manejarme cómodo con ellas. De ahí que te hablaba de asumir cosas, tomarlas como parte del juego; asumirlas profundamente, con gran respeto, para que no me dañen. Porque si esa regla fuera totalmente entendible y manejable, a lo mejor se descartaría del juego. La ley no es justiciera; es una forma de contención. La justicia es otra cosa. Cuando empezás a conocer y a profundizar un poco, podés llegar a manejarte epidérmicamente con algunas, para tratar de que te dañen de la menor manera posible. El hombre es hijo de las circunstancias. Cree que las maneja y es mentira: las circunstancias lo manejan a él. Aquél que más sobrevive, es el que tal vez más conoce las circunstancias que lo rodean y entonces, mejor se acomoda a ellas. Pero no es él quien las va a manejar realmente.