Sibila Camps
Demián Frontera cruza el escenario, gira, extiende las manos y sostiene en el aire a su partenaire. Gabriela Torres se escurre hacia el suelo, rueda, se desliza, se yergue y se acurruca en brazos de su compañero. Son pasos comunes en una coreografía. Lo que rompe los moldes son las sillas de ruedas, enlace entre los bailarines "peatones" y los discapacitados que conforman el Grupo Alma.
La primera compañía de danza integradora del país celebró su 10º aniversario el jueves, con un espectáculo en el Teatro Empire. En realidad, ya lleva once años y más de 160 presentaciones en todo el país y en el exterior, que le valieron importantes premios.
Ya Isadora Duncan, a fines del siglo XIX, bailaba desde el suelo. Tanto la danza clásica como la contemporánea se han apoyado en el mobiliario -parte de la escenografía- para desplegar una secuencia coreográfica. La alemana Pina Bausch ha ideado una obra dentro de una bañera. ¿Por qué no incorporar una silla de ruedas? No se le ha ocurrido a ningún creador convencional, a pesar de que ofrece muchísimas posibilidades de desplazamiento y de sostén.
Fue desde otro abordaje que lo hizo Susana González Gonz, la fundadora y directora de Alma. Profesora de expresión corporal y educación física, se formó en la danza integradora con la alemana Gertrude Krombholz, cuando ya hacía tres años que su hijo Demián había quedado cuadripléjico. Dura paradoja: a los 14 años, Demián practicaba gimnasia deportiva, hasta que un salto en la cama elástica lo clavó de cabeza.
Madre e hijo se unieron en un tango para el trabajo práctico de aquel curso en la Escuela Nacional de Danzas. "Era la primera vez que yo me subía a una silla de ruedas -recuerda Susana-. Y era la primera vez que él se reía".
Al año siguiente (1991) fueron invitados al Campeonato Europeo de Danza en Silla de Ruedas, en Munich. De regreso, "lo sentí como un legado y propuse continuar. Lo que me movilizó -agrega-, fue verlo moverse de otra manera, no como en el hospital".
Ariel recuerda las primeras palabras de los médicos a sus padres: "Ojalá pueda volver a mover los brazos, para andar solo en la silla de ruedas". Ahora, sus brazos desatan buena parte de su sensibilidad: el espectador deja de ver a un muchacho que quedó en silla de ruedas, para ver a un joven que está en silla de ruedas, y finalmente a un bailarín con una silla de ruedas. Tanta alma le ocupa la danza, que en 2004 dejó la selección nacional de natación de deportistas especiales.
A la milonga El llorón se fueron agregando otras músicas y escenas, el dúo se convirtió en trío, y fue forjándose Sin distancias. En 1990, Susana inició el proyecto "Todos podemos bailar" en el IUNA (ver Para ver...), donde desde 2003 funciona la cátedra de danza integradora, junto con Olga Nicosia. En 2005 se incorporaron al Grupo Alma nuevos bailarines, que contribuyeron a la creación de En ruedas del amor. Esta última obra ya amplía las alternativas expresivas del conjunto.
Alas ha adoptado a un padrino: León Gieco. Falta ahora que otros coreógrafos descubran y exploren estas nuevas alternativas de la expresividad.
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