Sibila Camps Los avances en medicina y psicopedagogía, las nuevas tecnologías y una concepción más amplia sobre los derechos del niño hacen que cada vez más profesionales y padres presionen para que los chicos con discapacidades se integren en escuelas comunes. Sin embargo, el mismo modelo educativo tiende todavía a excluirlos. La educación inclusiva se enmarca en la diversidad de la sociedad, para integrar en la escuela común a quienes tienen necesidades educativas especiales, pero están en condiciones de cumplir la currícula común con ayudas o recursos particulares. En el caso de la discapacidad, el acompañamiento básico proviene de una maestra integradora, formada en educación especial. No está permanentemente en el aula sino que trabaja con los docentes, adapta los contenidos y los ejercicios a las necesidades del chico, y lo ayuda a estudiar. El mayor número de denuncias por el tema que llegan a la Defensoría del Pueblo de la Ciudad se debe a que las escuelas -públicas y privadas- no están adaptadas para personas con movilidad reducida. "El 75% de las primarias públicas no tiene rampa", afirma Mariano Narodowsky, futuro ministro de Educación porteño. Ni hablar de baños accesibles. La integración es más fácil en el nivel inicial, y acumula trabas a medida que suben los niveles. La Dirección de Educación Especial de la Ciudad estima en entre 1.300 y 1.400 los chicos beneficiados por la educación inclusiva en primarias públicas. De las 141 medias públicas, sólo 10 trabajan con esta modalidad. No hay estadísticas confiables sobre privados ni menos aún del interior. "En el resto del país no hay escuelas especiales en todos lados. Si el chico no puede cursar en una común -las sociedades más chicas son naturalmente más integradoras-, se queda en la casa", señala Graciela Ricci, codirectora de la Asociación para el Desarrollo de la Educación Especial y la Integración (ADEEI), entidad pionera en el acompañamiento interdisciplinario. Una reciente encuesta realizada en Capital por la Fundación Par y el grupo Intus mostró que hay consenso para avanzar hacia una educación inclusiva. El relevamiento abarcó a 650 vecinos, docentes y padres de escuelas comunes. El 65% de los padres y el 53% de los maestros creen que es posible llevar a la práctica una educación inclusiva en el mediano plazo. Y son más quienes opinan que el trato cotidiano con personas con necesidades educativas especiales favorece la integración: el 72% de los docentes y el 88% de los ciudadanos. No obstante, entre el 82% y el 92% de los encuestados considera que la comunidad educativa no está hoy preparada, por inaccesibilidad edilicia y falta de capacitación docente. Sin embargo, el hecho de que un chico asista a una escuela común no implica que cuente con una docente integradora, con lo que crece la probabilidad de fracaso escolar. "Y el que va a una escuela especial se queda ahí, pero porque así lo educan, no porque no pueda crecer. Esos chicos no conocen otro mundo. Yo vivo en dos: el mío y el común", cuenta María Inés Laborde, quien siempre fue a escuela común (ver Un ejemplo...). Los expertos consultados por Clarín coinciden en que no todos los chicos pueden sumarse a la escuela común. "Hoy, algunos se beneficiarán más con la educación especial", dice Ricci. "Hay que buscar que el chico sea feliz donde esté. Aunque vaya a una escuela especial, puede hacer actividades integradoras en una escuela común -señala Graciela Muñiz, defensora del Pueblo adjunta-. Pero en la Ciudad no existe una política de inclusión: depende de la buena voluntad de las directoras, las docentes y las supervisoras". "Nuestro modelo de escuela primaria, marcado por la homogeneización del alumnado, se transforma en un obstáculo cuando se presenta un alumno diferente -reflexiona Silvia Dubrovsky, directora de Educación Especial porteña-. Si no pensamos en modelos más flexibles, el problema va a persistir. Pensemos en el costo que tiene que pagar el chico para acomodarse a este modelo educativo, tan alto al punto de perder su propia identidad". Dubrovsky apunta que el trabajo con el maestro integrador ayuda a flexibilizar ese esquema. "Pero se carece de la cantidad necesaria de integradores para dar respuesta a todos los chicos cuyos médicos, psicólogos, psicopedagogos y padres piden la integración", observa Ricci. Narodowsky se compromete "a que al final de nuestra gestión, las escuelas tengan mayor capacidad para incluir a chicos con necesidades educativas especiales", con una unidad de apoyo que agrupará a maestros integradores, docentes en lengua de señas y acompañantes terapéuticos. "La excusa de la falta de recursos puede llevar a procesos de segregación, a convertir a los distintos en enfermos y a crear guetos para ellos -alerta-. La inclusión educativa no es un acto de tolerancia sino de construcción de la ciudadanía".
|