Sibila Camps
Los psiquiatras infantiles están preocupados por el aumento de casos asociados con el autismo. Algunos lo atribuyen a mejores diagnósticos; otros, a cambios en la forma de vida; otros, a ambas cosas. Más allá de los motivos, también han crecido las alternativas de tratamiento e integración. Esto, a su vez, plantea mayores demandas, que en el país aún resultan difíciles de atender.
En 1943, el médico austríaco Leo Kanner identificó el autismo a partir de fallas graves en las relaciones sociales, en la comunicación y en el procesamiento sensorial, de patrones de comportamiento repetitivos, intereses restringidos y dificultades cognitivas. Se ignoran las causas, aunque se sabe que es multifactorial: tiene una base neurobiológica, pero también intervienen factores genéticos y psicoambientales.
"Hay chicos que no cumplen con todos los criterios. Ahora se habla de trastornos del espectro autista: una población heterogénea, con algunos rasgos, distinto tipo de gravedad y evolución también heterogénea", observa la psiquiatra infantil Mónica Oliver, jefa de Salud Mental Pediátrica del Hospital Alemán.
"Comenzamos a entender mejor estos trastornos, que tienen que ver con la capacidad del cerebro para ir desarrollando habilidades cada vez más eficientes y adecuadas al aumento de la exigencia. Antes que haber más niños con el problema, hay muchos más niños mejor diagnosticados", evalúa el neurólogo infantil Héctor Waisburg, jefe del Servicio de Clínicas Interdisciplinarias del Garrahan.
En muchos casos, "no son autistas, sino con deficiencias autistas y desconexión con el ambiente", advierte Oliver. Lo considera un mal de época, debido a "la tendencia a sobrevalorar lo operativo y el desempeño. El estilo de crianza de los niños se ha modificado: hay menos estímulo y comunicación, y eso atraviesa todas las clases sociales, por distintos motivos".
Para la psiquiatra infantil Marcela Armus, del programa "Mirar y prevenir" (ver Señales...), no sólo "se afinaron los elementos de diagnóstico", sino que también "se empobrecieron las condiciones subjetivas de vida: altos niveles de tensión, aumento de depresiones, pérdida de pertenencias sociales, culturales y laborales, situaciones traumáticas, vivir en un mundo amenazado. Eso aumenta la vulnerabilidad, lo que desfuncionaliza a los agentes de crianza".
De todos modos, los profesiona les insisten precisamente en la vulnerabilidad preexistente: "Una malformación cerebral, un trastorno metabólico en la gestación, una falla genética -detalla Patricia Kaminker, genetista clínica del Hospital Elizalde-. Cada vez son más los genes involucrados en la producción del autismo. Hay una fuerte evidencia de que tiene un alto grado de heredabilidad".
¿Qué pasaba antes con esos chicos que no reúnen todos los criterios de Kanner? "Eran rotulados como retardo mental o trastornos del lenguaje. Quedaban excluidos del sistema escolar e iban a escuelas especiales, que sólo marcan aún más sus dificultades -señala Waisburg-. Hoy en día, el abordaje es muchísimo más flexible."
También multidisciplinario: pediatra, neurólogo, psiquiatra, estimulador temprano, a veces fonoaudiólogo y/o psicomotricista; en lo posible educación inclusiva en escuela común, con maestra integradora y en contacto con el equipo de salud (ver La educación...). Y, por supuesto, la familia, contenida por ambos equipos. Si bien la evolución es diferente en cada chico, "cuanto más precoz es la intervención, más plasticidad cerebral hay", recalca Oliver.
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