Sibila CampsArtículos destacados
 
   
Publicada en diario "Clarín", Buenos Aires, 1º de Abril de 2007

EL LITORAL, BAJO EL AGUA : LA CIUDAD ESTA A OSCURAS Y LAS BOMBAS EXTRACTORAS, INUTILIZADAS POR FALTA DE MANTENIMIENTO

Cuatro años después, la tragedia del agua vuelve a estremecer a Santa Fe

En la capital hay 20.000 evacuados. Sobre los techos, la gente lleva dos días sin comer. El pan vale $ 4 el kilo. Dan un colchón por familia y duermen hasta 7.


Sibila Camps ENVIADA ESPECIAL

Los autos llevan colchones en los techos: señal de que la ciudad de Santa Fe volvió a inundarse. Otra vez. El agua no tuvo el mismo origen que en 2003, pero escurrió y se estancó en los mismos barrios. Igual que hace cuatro años, la gente abandonó su casa sin ayuda oficial, en patas y con lo puesto. El número de evacuados ya supera los 20.000, pero están lejos de ser los únicos que carecen de lo más elemental, como colchones, comida y pañales para los chicos.

Y velas, en una ciudad que está mayoritariamente a oscuras, tanto por prevención en los barrios críticos como por imprevisión: casi todas las cámaras subterráneas de la Empresa Provincial de Energía están anegadas.

"No hay ningún plan de contingencia", subraya el padre Axel, párroco del barrio Santa Rosa de Lima, mientras contesta los saludos y da fuerzas a los vecinos que, como hormigas en jaque, salen del barrio cargando lo que les aguantan los brazos. "En la iglesia sí se ha formado gente para actuar ante situaciones de emergencia", agrega el cura.

Desde la semana pasada, el Servicio Meteorológico Nacional difundió varias alertas de lluvias y tormentas intensas en toda la región. En 72 horas cayeron más de 500 milímetros. La ciudad —una palangana con forma de escudo, flanqueada por el río Salado al oeste y el Paraná al este—, recibió también el agua de las lluvias de los departamentos vecinos desde el norte, que fue escurriendo hacia el oeste y el sur, donde aún sigue subiendo. Pero los desagües pluviales siguen siendo los mismos de hace más de medio siglo.

Esta vez, los pobladores saben bien lo que ocurrió, por qué sucedió, y qué tendría que haberse hecho para evitarlo. "El martes empezó a entrar el agua a Santa Rosa —contó Pedro Hilbe—. ¿Dónde están las bombas para sacarla? No hay, o no funcionan. Y el intendente es ingeniero en recursos hídricos".

Como hace cuatro años, los barrios Centenario y Chalet, al sur, tienen agua casi hasta el techo. Recién ayer estaban instalándose las bombas. "Todo lo que teníamos acá, está puesto", aseguró a Clarín el ministro de Obras Públicas, Alberto Hammerly. Esta cronista pudo confirmar que el equipo del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación detectó nueve bombas fuera de funcionamiento, y envió cinco técnicos del Ministerio de Planificación para repararlas. También por la vía nacional se gestionaron otras trece desde Córdoba, Chaco, Santa Fe y de la empresa AySA.

En busca de pan —que algunos venden a $ 4 el kilo—, Hilbe se animó a salir de la Escuela 1111, en cuya planta alta está sitiado junto con 40 familias. "Hace dos días que no comemos —cuenta—. Hasta ahora no vino nadie de la Municipalidad ni de la provincia".

A cien metros del agua, un matrimonio cruza las vías llevando una cama a pulso. Los carros de los cartoneros —los únicos que pueden transitar, tirados por matungos angulosos— trotan cargados con lo poco que los vecinos habían logrado reponer en cuatro años, con los magros $ 6.000 que recibieron por perderlo todo.

"¡Gracias!", saluda el padre Axel, al ver pasar un trailer con tres piraguas. Salvo una lancha traída por la Prefectura, fueron los vecinos quienes pusieron botes y canoas. No se ve a ningún funcionario, ni policías, ni gendarmes ni efectivos del Ejército. "Esta mañana fui a pedir un camión a la Municipalidad, para sacar gente, y me dijeron que no —cuenta Carlos Zabala—. Los camiones están ahí, pero no pueden moverse sin autorización".

"Por el plan de contingencias municipal se logró evacuar ordenadamente a los más de 20.000 damnificados", afirma la gacetilla enviada ayer por la Comuna santafesina. "El viernes, a los del barrio los mandaron a un centro de evacuados; estaba cerrado y los mandaron a otro, también estaba cerrado. Es una desorganización", cuenta el párroco de Santa Rosa.

Al club de básquet Rivadavia Jr. llegaron familias de varios barrios, todas por su cuenta. Los baños no tienen puerta ni agua. Sólo se repartieron colchones: uno de dos plazas por familia, donde se amuchan hasta siete chicos.

"Mi señora no tiene ni dónde sentarse. Estuve cuatro meses juntando plata para comprarme media docena de sillas, y ahora seguro las pierdo —cuenta Roberto Barreto, vendedor ambulante—. Somos pobres, pero no cirujas".

"Ya enviamos 70 camiones y tres aviones Hércules, con ayuda por 2,2 millones de pesos —comentó una alta fuente de Desarrollo Social de la Nación—. Tenemos a las siete principales fábricas de colchones del país trabajando las 24 horas". Quiénes y cómo lo reparten, ya es una responsabilidad local. Entretanto, el hambre empieza a medirse por días.

 Un hombre muestra su trofeo: "Tuve que manguear huesos para hacer el puchero. Los únicos que vinieron fueron los militares". Se refiere a los gendarmes con armas cortas y largas que, cuando los hombres dejan hervir su bronca frente a esta cronista, rodean al grupo sin disimulo y paran la oreja. "Dicen que vinieron para seguridad —acota—. Será para seguridad de los vecinos, para protegerlos de nosotros".

http:// www.clarin.com/diario/2007/04/01/sociedad/s-04615.htm
   
       

Cobran 50 pesos para sacar las cosas


 

Ningún funcionario se ha acercado a La Loma, en el noroeste de Santa Fe, un barrio bravo al que le escapan taxis y patrulleros. Quizá porque esta vez, a diferencia de 2003, el agua siguió de largo. No toda: las viviendas precarias están impregnadas de humedad.

Quienes más penan son los 1.400 indígenas de la comunidad toba a quienes el hambre expulsó de J.J.Castelli (Chaco) y otros parajes cercanos, a principios de los 90. A través de los buracos de las chapas, las lluvias de una semana se instalaron en colchones, mantas y ropa. "Pero nunca hemos participado en cortes de ruta", cuenta el cacique Carlos Mansilla.

Asociados desde 1995 en Etnia Toba, con personería del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas, lograron que durante once años, la Municipalidad de Santa Fe les diera las provisiones para el comedor comunitario. "En febrero nos lo sacaron —informa Mansilla—. Sufren mucho los chicos".

Las rutas cortadas impidieron la llegada de los materiales con los que hacen sus artesanías. "Ese es nuestro trabajo —afirma el cacique—. Pero cuando salimos a venderlas, nos corre la Policía. Esta gente, cuando te miran que sos negro, dice: 'Este es chorro, hay que llevarlo'".

http://www.clarin.com/diario/2007/04/02/sociedad/s-03215.htm

 
 
 
 
 

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Publicada en diario "Clarín", Buenos Aires, 2 de abril de 2007

EL LITORAL, BAJO EL AGUA: EL DRAMA DE LA INUNDACION


Miles de evacuados en Santa Fe casi no tienen comida ni abrigo

Surge de los testimonios que recogió una periodista de Clarín en su recorrida por los centros que los albergan. El propio gobernador admitió la gravedad de la situación y formó un comité de emergencia


Sibila Camps ENVIADA ESPECIAL

En la mayoría de los 172 centros de evacuados de la ciudad de Santa Fe, el almuerzo llega a las cinco de la tarde —arroz casi crudo, o ya reducido a puré—; la cena, no antes de la una y media de la madrugada. Las carencias y la ineficacia del plan para desagotar la ciudad han llegado a tal punto, que ayer el gobernador Jorge Obeid lo admitió a los medios y, cuatro días después de que la capital volviera a inundarse, anunció la formación de un comité de emergencia.

El desayuno no existe para los más de 28.000 albergados; si por azar hay leche para los chicos, la toman al mediodía. La mayoría de la gente lleva puesta la misma ropa que se empapó al salir de su barrio, sin ayuda de nadie. Por la noche tiritan, pues muy pocos tienen frazadas. La situación sanitaria es buena, y los médicos se arriman para controlar a chicos y embarazadas.

En el Predio Municipal, en cuyo galpón se hacinan 2.000 personas, Graciela improvisó un minúsculo chiquero donde se pisotean y chillan las chanchas y los lechones que pudo sacar en el carro desde el Barrio Santa Rosa de Lima. Comen cáscaras de banana y las lentejas duras que llevaron como cena a los evacuados, a las 3 de la mañana.

Sorprende la imaginación de estos miles de Robinson Crusoe. Un tachito con carbón y dos alambres paralelos a modo de hornalla le sirvieron a Claudia Avendaño, del Barrio San Lorenzo, para hervir unos mostacholes a sus tres chicos. "Ellos te piden para comer", se justifica. "Estábamos en el galpón del (Ferrocarril) Belgrano, pero amanecimos con frío —cuenta—, porque no hay frazadas. A los chicos los metimos adentro de la bolsa de plástico del colchón que nos dieron".

No pasarán mejor esta noche bajo la vieja estación del Ferrocarril Mitre, un tinglado sobre los andenes donde se amontonan cientos de personas que comparten una sola canilla y media docena de baños químicos.

"Vamos a hacer un asado", anuncia Luis Ovidio Sánchez, de Barranquitas, mientras tironea para desgrasar un amasijo maloliente de tripas que no llegan a chinchulines, lo único que consiguió gratis. "Vinimos aquí por los animales —agrega, señalando los caballos—. Nadie decía adónde ir, nadie recogió a las mamás con chicos. No alcanzamos a sacar nada, ni ropa ni zapatillas".

En el acceso a la Avenida de Circunvalación Oeste, seis familias componen un guiso en una olla prestada por el centro vecinal del Barrio Chalet, mientras vigilan sus casas, con un metro y medio de agua. Los familiares les acercaron alimentos. Por la carne picada pagaron "apenas" 4 pesos, "porque al hombre se le descongeló el freezer", cuenta Américo Rodríguez.

"Tenemos que ir a Santo Tomé a comprar el pan a 1,50, porque aquí está a 4 o 5 pesos —agrega Alejandra Córdoba—. Las velas, de 0,50 pasaron a 3 pesos. Cuatro pilas grandes cuestan 20 pesos". Ningún funcionario se les ha acercado en estos cuatro días, ni a ellos ni a otras familias que desplegaron o inventaron carpas en los alrededores. "Para el agua, entramos con la canoa y la sacamos de una canilla", agregan.

Al club Kimberley llegan frutas, bebidas, alimentos y artículos de limpieza, en su mayoría de donaciones. Las 160 personas refugiadas han sabido organizarse, comparten una cocina y garrafas, y se turnan para limpiar los baños.

En los barrios del sudoeste, el agua sigue en el mismo nivel. Obeid advirtió que "se necesitarán al menos 72 horas" para desagotar las zonas anegadas. "¿Tan poco bocho tienen como para no armar una red eléctrica para las bombas?", exclama Augusto Monci, autoevacuado del barrio Santa Rosa de Lima. Allí, como también en San Lorenzo, Chalet, Villa del Parque y Barranquitas se forman cadenas solidarias para llevar comida a los hombres, que arman ranchadas en los techos. Se adentran en piraguas y canoas, y vuelven con lo que pueden salvar: un bidet, una vieja máquina de coser, un equipo de música.

"La canoa de la Prefectura no tiene motor. El viernes remaban con una escoba", cuenta Ana Salgado, directora de la Escuela Monseñor Zazpe. Hasta allí llegaron unas 300 personas, algunas nadando. "Con el recuerdo del 2003, la gente se desesperó cuando empezó a entrar el agua a la escuela —recuerda—. Los camiones del Ejército llegaron cuando sólo quedaban cuatro familias". Bajo un metro de agua quedaron 12 computadoras y las bibliotecas.

Anoche, casi te matan a tu gato”, comenta un vecino a otro. "Así como están, un gatito es un manjar", acota un tercero. A sus espaldas, de una fábrica de pastas cerrada sale un empleado. "Lo manda el dueño", explica. En segundos, los paquetes de galletitas, fideos y harina se le escurren de las manos.


http://www.clarin.com/diario/2007/04/02/sociedad/s-03215.htm
 
 

Un barrio olvidado por todos

Ningún funcionario se ha acercado a La Loma, en el noroeste de Santa Fe, un barrio bravo al que le escapan taxis y patrulleros. Quizá porque esta vez, a diferencia de 2003, el agua siguió de largo. No toda: las viviendas precarias están impregnadas de humedad.

Quienes más penan son los 1.400 indígenas de la comunidad toba a quienes el hambre expulsó de J.J.Castelli (Chaco) y otros parajes cercanos, a principios de los 90. A través de los buracos de las chapas, las lluvias de una semana se instalaron en colchones, mantas y ropa. "Pero nunca hemos participado en cortes de ruta", cuenta el cacique Carlos Mansilla.

Asociados desde 1995 en Etnia Toba, con personería del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas, lograron que durante once años, la Municipalidad de Santa Fe les diera las provisiones para el comedor comunitario. "En febrero nos lo sacaron —informa Mansilla—. Sufren mucho los chicos".

Las rutas cortadas impidieron la llegada de los materiales con los que hacen sus artesanías. "Ese es nuestro trabajo —afirma el cacique—. Pero cuando salimos a venderlas, nos corre la Policía. Esta gente, cuando te miran que sos negro, dice: 'Este es chorro, hay que llevarlo'"

http://www.clarin.com/diario/2007/04/02/sociedad/s-03215.htm  
   
 
 
 
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Publicada en diario "Clarín", Buenos Aires,3 de abril de 2007


EL DRAMA DE LA INUNDACION: AYER NO LLOVIO Y EL GOBIERNO CALCULA QUE EN CUATRO DIAS SACARAN EL AGUA


Santa Fe: la situación mejora un poco, pero aún hay barrios aislados

Quedan más de 22.000 evacuados y empezó a regularizarse la provisión de comida. Sin embargo, en Barrio Chalet el agua sólo bajó 15 centímetros. Y la asistencia es escasa


Sibila Camps
ENVIADA ESPECIAL

Bajo un cielo que sigue gris pero ya no suelta lluvia, poco ha descendido el agua en los castigados barrios del sudoeste de la capital santafesina. Allí queda mucha gente desatendida en los techos, en manzanas aisladas o montando guardia frente a sus casas inundadas. En cambio, sí mejoró la provisión de comida en los centros de evacuados.

El gobernador Jorge Obeid, quien el domingo se puso al frente de la situación, dio cuenta ayer del incremento en la capacidad de desagote de las bombas. "En tres o cuatro días, y siempre y cuando no llueva, pensamos que tendremos evacuadas todas las aguas", anunció.

Ayer, el número de asistidos en centros había descendido a 21.945 y los refugios a 130. Pero en el Barrio Chalet, al mediodía el agua sólo había bajado 15 centímetros. Esto, sumado a la escasa o nula asistencia a quienes permanecen allí, enojó a muchos vecinos.

Organizaciones de derechos humanos convocaron a una confe rencia en medio del agua, en el centro vecinal, para confrontar esa realidad con las declaraciones de los funcionarios comunales. Pero la intervención de punteros políticos y los reclamos a éstos por un supuesto reparto arbitrario de ayuda diluyeron el objetivo de la reunión. Esta derivó en un piquete que cortó durante un rato la Avenida de Circunvalación Oeste.

Indiferente a las internas, un grupo de autoevacuados había improvisado un puesto de enfermería de campaña.Y con un remo en la mano, Gastón Ayala (25) invitaba a los enviados de Clarín a llegar a la zona alta, donde siguen aisladas más de cien familias. "Hicimos un corte de ruta el sábado porque no nos habían traído ninguna bomba. Por eso no nos inundamos", explicó.

"El jefe vecinal no es capaz de darse una vueltita. Pero mandó sacar fotos para mostrar que acá estamos secos y no darnos nada —se indigna Angel García, devenido en organizador del grupo—. Yo estoy seco, pero tengo 17 personas viviendo en mi casa. Hoy es el cierre de listas para las elecciones, se van a reunir todos los políticos, y la gente está toda inundada. Hubiesen esperado una semana".

Van tirando con una olla popular, adonde echan lo que pueden comprar después de la colecta diaria. Se manejan con un par de canoas prestadas. "Somos los únicos que no cobramos para entrar la mercadería —se enorgullece Gastón—. Pero yo tengo en otro lado a mi nena de 2 años y a mi mujer embarazada de ocho meses. Si le pasa algo, ni me entero".

Lo que compran es lo mínimo. "Hay muchos nenes chiquitos que necesitan leche y pañales", reclama una señora. "Yo tenía que ponerme unas vacunas porque soy asmática, y las perdí porque no hay luz", cuenta Joana Alves. Las mujeres enumeran carencias: insulina, un antibiótico...

En los centros de evacuados, en cambio, la comida ha repuntado en calidad y en puntualidad. En algunos albergues —la Escuela Normal, el Centro de Educación Física Nº 29— las raciones no eran suficientes. En cambio, había fruta, bebidas y pan. Mientras su preparación está a cargo de la Gobernación a través del Ejército, los alimentos para enfermos crónicos llegan personalizados desde el Ministerio de Salud provincial.

La situación sanitaria sigue siendo buena. "Aparecen sobreinfecciones, por el contacto de las heridas con el agua estancada, aún el menor granito; pero la gente viene a hacerse controlar", comenta el enfermero Juan de la Cruz Baldacini, quien del Hospital Cullen se trasladó al ex Colegio Nacional, donde se montó un laboratorio. Y pide "jabón para lavarse las manos", para que no haya diarreas.

En la mayoría de los centros, los mismos evacuados ya se han organizado y repartido tareas. Han aprendido de la inundación de 2003, cuidan la higiene y reclaman los artículos de limpieza que les faltan. "Por favor, diga que hace cinco días que no limpian los baños químicos. Y el contenedor de basura, no logramos que lo cambien", se compromete un gendarme apostado en la puerta del gimnasio del Normal.

"Acá están bien, pero mal psicológicamente, mucho más que la primera vez porque esto ya les pasó —confía Marta Elida García, de la Municipalidad, a cargo de ese centro—. Les ves esa tristeza, sobre todo a los hombres, como diciendo 'Hasta acá llego yo'".

"Necesitamos ropa, sobre todo de bebé —agrega—. Y calzado. Son gente de El Arenal, al fondo del Barrio Chalet, que salió antes, corriendo, bajo la lluvia, sin nada".

Varias asociaciones resolvieron ayer volver a armar el Comité de Solidaridad y Justicia que habían formado tras la inundación de 2003. Una de sus tres comisiones es la de Salud Mental, que dará "apoyo y acompañamiento a personas, a voluntarios y a organizaciones; y emitirá pequeñas gacetillas de auxilio a la población. Quienes lo necesiten, pueden llamar al (0342) 15-4773-410", informó a Clarín la directora de la Escuela de Psicología Social, Mercedes Martorell.

http://www.clarin.com/diario/2007/04/03/sociedad/s-02801.htm

 
       
 

impresiones

   
 


En una canoa, entre el miedo y la solidaridad


   
 

“No tengan miedo: acá me conocen todos y no les va a pasar nada”, tranquiliza Gastón Ayala, mientras hace de gondolero rumbo a un islote de casas aisladas en medio del Barrio Chalet.

La cronista no tiene otro temor que el de caerse en el agua. Pero el muchacho lo dice desde el recuerdo de los tiros que a los vecinos les agrietan el insomnio por las noches, cuando la oscuridad les desata los fantasmas de la angustia.

Un zanjón de 5 metros de profundidad los separa de la avenida. Dando un rodeo menos hondo pero igualmente fétido, la canoa se apoya en el barro. “¡Son de Clarín!”, anuncia Gastón, a modo de contraseña. “Quédense tranquilos, no les va a pasar nada”, insiste.

La cronista sólo ve a un grupo de mujeres dándose maña para el almuerzo. Más allá los chicos, que se acercan fascinados a la cámara. Y detrás de ellos otras mujeres, que piden con humildad si se puede hacer saber que necesitan determinados medicamentos.

“Gendarmería nos prometió la seguridad, pero nunca vino –cuenta Ángel García, quien asumió la conducción de las más de cien familias–. Nos estamos defendiendo entre todos. Tengo dos escopetas, yo estoy amanecido”.

Ese montecito de casas secas se convirtió en el guardamuebles de muchos vecinos. También lo son los techos del resto del barrio, que además ofician de atalaya para custodiar lo salvable, lo conseguido en esta tregua de cuatro años desde la gran inundación.

Las catástrofes liberan mitos, muy similares en todo el mundo. Es muy difícil convencer a los “techeros” de que –al margen de lo impracticable de cargar con una heladera a oscuras con un metro de agua, sin contar los pozos–, en los desastres es mucho más intensa la solidaridad. Han robado algunas chapas de los techos, probablemente para armar una casilla fuera del pantano. “Los tiros son para que los chorros sepan que están armados”, explica Miguel Serrat, del barrio Santa Rosa de Lima.

Cerca del desembarcadero, en un campamento de autoevacuados, José Carnero improvisó una enfermería de campaña. Navegó hasta el centro vecinal para sacar gasas y fue a buscar otros elementos al Hospital Cullen, donde trabaja. “Mi señora armó una aerocámara para los asmáticos. Y estamos curando los piecitos”.

A pocos metros pusieron una foto del diario de un combatiente de Malvinas y una Bandera.

   

http://www.clarin.com/diario/2007/04/03/sociedad/s-02801.htm

 
   
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Publicada en diario "Clarín", Buenos Aires, 4 de abril de 2007


LA PRIMER JORNADA SIN LLUVIA EN CASI DIEZ DIAS
Salió el sol en Santa Fe, pero no trajo el alivio esperado a los evacuados

Sólo en la capital hay más de 19.000. Algunos de ellos se animaron a ir a sus casas para ver cómo habían quedado después del temporal. Se teme que vuelvan las lluvias hacia el fin de semana.


Sibila Camps
ENVIADA ESPECIAL

Un sol vehemente —por primera vez en nueve días— empezó a secar las pilchas salvadas por los santafesinos a quienes el estancamiento del agua de lluvia echó de sus casas. Pero el número de evacuados se redujo poco, ya que el desagote de los barrios del suroeste de la capital marcha a ritmo lento.

En toda la provincia quedan 26.672 evacuados, en 180 centros. La mayoría —19.479— está en los 119 centros asistidos en forma oficial en la capital. Dentro y fuera de ellos, todos saben ya que el pronóstico augura lluvia para mañana, y tormentas desde el viernes hasta el domingo.

El gobernador Jorge Obeid solicitó ayer a la Nación 20 millones de pesos para brindar asistencia a los afectados y, después de evaluar los daños, entregar subsidios no reintegrables, cuyas pautas serán definidas en los próximos días. La Municipalidad de Rosario, por su parte, solicitó a la Provincia 30 millones; desde la Gobernación se respondió que antes de definir el monto se hará un relevamiento de las pérdidas.

Los fantasmas de agresiones y saqueos se cuecen en el caldo de mitos de esta nueva inundación. Pero la actitud preventiva de la Policía frenó algún intento; y los episodios de violencia han sido pocos, en centros donde se hacinan más de mil evacuados. Continúan los piquetes en varios puntos de la ciudad, que parecen responder a impulsos anárquicos y oportunistas (ver "Acto...").

Mucha gente anduvo por las calles ayer, jornada laborable y día de pago de los empleados públicos; un dinero que traerá algo de alivio y postergará la rabia por lo perdido. Por la tarde, las autoridades comunales y provinciales recibieron el primer escrache de esta inundación.

Ya se puede circular por los monobloques del Barrio Las Flores. Pero la plata fresca ni siquiera se arriesga para reponer algo tan imprescindible como el calzado. "Zapatillas, tengo de 15 a 150 pesos, pero en un día y medio desde que reabrí, no vendí más que una camiseta de Colón", cuenta Ricardo Dolto, mientras vuelve a montar su pequeño negocio. "Perdí como 5.000 pesos en mercadería, y lo peor, es que era agua de las cloacas —agrega—. Salvé las cosas que dejé en casa de un vecino, porque andaban robando".

No es que la situación tienda a normalizarse —como reza el lugar común—, sino que la emergencia va encontrando su propio compás. "Me dijeron que en diez minutos vienen con un gomón y el almuerzo", anuncia Ana Salgado, directora de la escuela del Barrio Santa Rosa de Lima, quien viene bregando por sus vecinos atrincherados en los techos.

"Las asistentes sociales dicen que no entremos, por la contaminación. Pero yo necesitaba entrar a mirar", comenta una señora que se calza las zapatillas con el dobladillo de la falda húmedo. "Al haber menos agua, la gente vuelve a ver qué fue de sus cosas. Pero no pueden volver por los chicos", explica el padre Axel, párroco del barrio.

En Barranquitas, decenas de familias siguen refugiadas en tolderías al costado de la avenida Brigadier López, de acceso a la Autopista Santa Fe—Rosario, donde empiezan a contarse los perros muertos. El moroso descenso del agua hace germinar la basura, convertida en último recurso de caballos enflaquecidos.

En Villa Centenario, el nivel empezó a bajar recién anteanoche. "Pedí baños químicos, sobre todo para las mujeres, pero no nos trajeron", cuenta Jorge Vázquez. En ese tramo de la Avenida de Circunvalación, cuya tierra comparte con otros vecinas, ha instalado un taller mecánico. "No te vamo' a cobrar, pero traé pa' comer", pidió a su cliente, dueño de un viejo Duna estropeado por el desastre. "La gente es increíble: está con el agua hasta el cogote y trabajando, tratando de sobrevivir".

http://www.clarin.com/diario/2007/04/04/sociedad/s-03401.htm

 
         
         
   

Acto de repudio al gobierno

   
   

Las autoridades comunales y provinciales soportaron ayer el primer acto de repudio por esta nueva inundación. Lo convocó el Comité de Solidaridad y Justicia, integrado por numerosas entidades de la sociedad civil que se habían agrupado tras la inundación de 2003, y que volvieron a reunirse ahora, con varios objetivos.

Unas 350 personas se reunieron ayer por la tarde frente a la Municipalidad —profesionales, docentes, estudiantes universitarios, mujeres líderes barriales, algunos evacuados de centros cercanos—, con mucho enojo pero también con la decisión de mantener la protesta pacífica y de no permitir expresiones partidistas.

En las consignas, espontáneas y teñidas de catarsis, se repitió la exigencia de renuncia al in tendente Martín Balbarrey y al gobernador de la provincia, Jorge Obeid.

   
 

http://www.clarin.com/diario/2007/04/04/sociedad/s-03401.htm

 
   
 
     
   

La falta de solidaridad, un síntoma

   
   

Sibila Camps y Salvador Sales

 Ante esta nueva inundación, poco se parece la reacción de la sociedad santafesina a la explosión de solidaridad de 2003. Entonces, los docentes se quedaron a esperar a los fugitivos del agua en sus escuelas, adonde los vecinos comenzaron a acercar provisiones y ropa, ánimos y esfuerzos. El altruismo duró mucho tiempo, y se contagió al resto de la provincia y del país.

Esta vez, los maestros abrieron las escuelas, pero decidieron no hacerse cargo de la atención de los evacuados. Los vecinos se arrimaron o no, según el grado de organización del barrio.

Mucha gente que antes había colaborado, a la decepción por el escaso reconocimiento sumó ahora el desaliento por la falta de prevención y de previsiones oficiales. Quienes tienen empleo estable ya están hartos de los piquetes en accesos y avenidas —sin reclamos ni reivindicaciones expresas—, que los hacen llegar tarde al trabajo, levantarse una hora antes, caminar hasta tres kilómetros, o hacer una vaquita entre los pasajeros del colectivo, para que los dejen pasar.

Esta vez, las autoridades comunales y provinciales no pidieron donaciones a los argentinos. Sólo acudieron a los ministerios de Salud y de Desarrollo Social de la Nación, que dan respuesta inmediata sin buscar prensa, pero políticamente no pueden asumir la conducción de la emergencia que sigue a pesar del tiempo.

Muchos santafesinos abrieron sus casas para sus parientes y amigos inundados. Los autoevacuados y los que se quedaron en los techos, en general, quedaron solos hasta anteayer, salvo por la inmensa solidaridad de sus vecinos más cercanos y entre ellos mismos. Oficialmente, no existen ni siquiera como número.

   
 

http://www.clarin.com/diario/2007/04/04/sociedad/s-03403.htm

 
   
 
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Publicada en diario "Clarín", Buenos Aires, 5  de abril de 2007

 
  LA DRAMATICA EXPERIENCIA DE LOS EVACUADOS  
 
Inundación en Santa Fe: muchos empezaron a regresar a sus casas
 
 

Con bombas de extracción, lograron desagotar manzanas de varios barrios.

 


Sibila Camps
ENVIADA ESPECIAL

Sin otra ayuda que la de parientes, amigos y vecinos, contando las monedas o pidiendo fiado para comprar artículos de limpieza, muchos de los evacuados de la ciudad de Santa Fe regresaron ayer a sus casas. Comenzaron a volver tan desatendidos como habían salido, desolados protagonistas de una película que ya vieron y saben cómo termina.

La mañana despejada y el trabajo de las bombas desagotaron muchas manzanas de los barrios Chalet, Villa Centenario, San Lorenzo, Varadero Zarzotti, Santa Rosa de Lima y Barranquitas. Ya no hubo que subirse a una canoa para llegar a otras zonas donde aún queda agua. Los vecinos las vadean descalzos, las heridas florecen de los vidrios rotos, y el caldo inmundo les suma infecciones. Se pierde pronto el pudor en medio de tanta mugre, basura, fango, despojos de muebles, restos de objetos irreconocibles. Arañas, alacranes y sanguijuelas apenas si provocan recelo, pero ya no asco.

Por la tarde recomenzó la lluvia sobre la capital —el Servicio Meteorológico la anunciaba recién para hoy a la tarde—, que volvió a arrinconar a los vecinos, tras una tregua de apenas un día y medio para secar la ropa y las zapatillas.

Por la tarde había aún 16.600 evacuados en la ciudad, en 130 centros; los autoevacuados y los que permanecen en los techos, continúan sin ser contabilizados. Anocheció con un cielo morado y tronante, mal presagio de las tormentas prometidas para mañana y pasado.

"Fue muy triste salir de acá con el agua a la cintura, con mi hija y mis nietos, y entrar a llevarles comida a mi marido y los vecinos, que quedaron acá", cuenta María Cristina Ceballos de Paiva, con 40 años en esa casa del Barrio Chalet. "Acá" es el techo, adonde sólo pudieron subir lo más liviano, como los colchones. Aún sin suficientes elementos de limpieza, mujeres y hombres se esmeran por desprender el lodo nauseabundo adherido a los pisos.

"Perdimos los roperos, los placares, los muebles de cocina —enumera—. Más allá de la salud, porque esto te deteriora: después del 2003 quedé hipertensa. Y mi marido es hipertenso y diabético. Estamos más en la pobreza que antes".

"Estamos destrozados. Tenemos un taller de herrería y volvimos a perder las maquinarias. Digan la verdad —pide Eduardo Shapiro—, porque los gobernantes mienten. Pagamos impuestos, gas, luz; estamos anotados en Catastro; las calles tienen nombre y numeración".

Apoyados en el secador de piso, los vecinos llaman a los enviados de Clarín y sugieren fotos. Al menos en los barrios Chalet y Santa Rosa de Lima no se repartieron los kits de limpieza que el Gobierno prometió como parte del programa "Regreso a casa".

"No sé por dónde empezar —confiesa por celular Paulo Cornaló (25) a un compañero de la peluquería donde trabaja—. Una semana completa sin laburar son 560 pesos". En 2003, su casa había quedado sumergida a 4 metros; la relegó a depósito familiar y alquiló otra. Hace pocos meses había terminado de juntar 2.000 pesos; cuesta creer que los muebles que muestra eran flamantes. "Tengo un bebé de 3 meses, un nene de 4 años, y a mi vieja con artrosis y operada de la columna; no puedo traerlos a esta humedad", se desalienta.

Luciano Balbuena y su socio se afanan por dejar presentables los dos negocitos de Mendoza y Aguado, en Santa Rosa. "Estamos viendo si ya podemos abrir la verdulería, porque la gente tiene que salir lejos para comprar, y la matan con los precios", explica.

A la salida del barrio, un piquete de mujeres bloqueaba la avenida Gobernador Freire: "Queremos colchones y frazadas. Hace diez días que dormimos en colchones mojados. Y quieren darnos uno cada tres personas" .


http://www.clarin.com/diario/2007/04/05/sociedad/s-03801.htm

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Publicada en diario "Clarín", Buenos Aires, 6  de abril de 2007


VOLVIO EL MAL TIEMPO Y PARA HOY SE ESPERAN TORMENTAS

Santa Fe: nuevas lluvias postergan el regreso a casa de los evacuados

Se redujo muy poco el número de personas albergadas en los 110 centros de la capital, donde siguen viviendo unas 16.000 personas. En toda la provincia, 170 centros aún cobijan a 20.800 evacuados.


Sibila Camps
ENVIADA ESPECIAL

Nuevas lluvias sobre la ciudad de Santa Fe postergan el regreso de los evacuados a sus casas. Los 81 milímetros caídos entre las 18.30 y las 21 del miércoles aplastaron aún más los abatidos ánimos de miles de santafesinos. Para hoy se esperan tormentas aisladas, que harán más lento el trabajo de las bombas de desagote pero, según las autoridades, no agravarán la crisis.

A las 18 de ayer se había reducido muy poco el número de personas albergadas en los 110 centros de la capital, donde seguían viviendo unas 16.000 personas. En toda la provincia, los 170 centros aún cobijan a 20.800 evacuados.

"Estamos preparados para evacuar y neutralizar el agua si hay más lluvia como la del miércoles", afirmó a Clarín el ministro de Asuntos Hídricos, ingeniero Alberto Joaquín. Informó que se estaba terminando de instalar una bomba de gran capacidad de extracción, que ayudaría en caso de aguaceros intensos.

Una cola paciente crecía desde la Unidad Zonal 2 de la Secretaría de Promoción Comunitaria de la provincia, de donde comenzaron a salir ayer los tickets para alimentos, que se otorgan a las familias de mayor vulnerabilidad social. La entrega fue adelantada once días, y el monto, duplicado (80 pesos).

Oscar Pereyra, responsable de la unidad, sobrellevaba la gripe cosechada en su barrio anegado, para aliviar a más de 4.000 familias de la zona oeste. "No tenemos ni botas para que la asistente social salga a hacer un relevamiento. Ayer tiraban alimentos desde un helicóptero, como si fuéramos animales —contaba—. Conocemos el territorio, lo hemos pisado, lo hemos vivido. Vemos cuadros desgarradores. En 2003 echamos a dormir la bronca para salir adelante, pero ahora renace con más fuerza".

El miércoles a la noche, unas quince personas bajaron de un vehículo frente a la Municipalidad, para apedrear las puertas y arrojar basura. Del lado entrerriano del Túnel Subfluvial, un piquete se quedó con la leche en polvo de un camión que venía para proveer a comercios santafesinos.

En el Barrio Santa Rosa de Lima, frente a la Plaza 29 de Abril —fecha de la inundación de 2003—, Marcelo Ramírez colgó este cartel a la entrada de su taller mecánico: "Autoevacuados 5 (cinco) familias. Donación Balbarrey", en alusión al intendente de la capital. Los refugiados mantienen allí una increíble higiene, con los patos, gansos, gallinas y lechones acorralados en el patio; pero tienen que turnarse para dormir en los colchones que no mojaron las goteras. "A los autoevacuados nos dejan para el final, están ahorrando con nosotros", interpreta Ramírez.

En Gorriti al 3700, en el Barrio Jardín, hace ocho días que Lilia Teves (50) pena por conseguir el tubo de oxígeno del que depende las 24 horas. Durante varios días, la falta de electricidad impidió que se conectara al aparato concentrador de oxígeno. Con un soplo de voz cuenta a la cronista que el tubo está casi vacío, pese a las decenas de llamados telefónicos a un sinfín de dependencias.
Al bajar el agua aflora el desaliento entre quienes emprenden el triste descarte de lo descoyuntado o disuelto. "Todo el mundo quiere calmantes, que no puedo vender sin receta —cuenta el farmacéutico Alejandro Senn, de San Martín y Eva Perón—. También piden piojicidas y antidiarreicos. Y la gente más pudiente, vacunas: antigripales, contra la hepatitis, la meningitis, la varicela... Hay una psicosis".

A partir de la experiencia de 2003, la Comisión de Salud Mental del Comité de Solidaridad y Justicia, que agrupa a varias instituciones de la sociedad civil, difundió recomendaciones para quienes regresan a sus hogares. "Es necesario volver acompañados a realizar una tarea que nos promueve angustia —señala—. La acción cooperante sostiene y contiene". Aconseja también "generar espacios donde los chicos puedan expresar lo que les pasa".

En los centros de evacuados, son mayormente los propios albergados y los voluntarios quienes se esfuerzan por sostenerse entre sí. En algunos, como la Escuela Normal, el Ministerio de Educación proyecta películas para los niños.


http://www.clarin.com/diario/2007/04/06/sociedad/s-03301.htm

 
       
  "TECHEROS", "SECUELADOS", "DESENCONTRADOS" Y "EFECTO PALANGANA"


   
 
El "diccionario" que generó la inundación


   
 

Sibila Camps. ENVIADA ESPECIAL

Cuando aparece o sucede algo nuevo, hay que inventar la forma de designarlo. Cuando algo muda o se altera, hay que resignificar el modo de nombrarlo. Así surgen y cambian de sentido palabras y expresiones.

La inundación de Santa Fe de 2003 dejó una marea léxica que, en ciertos casos, los profesionales de la salud mental se esforzaron en precisar. Por ejemplo, inundarse: la gente dice "Me inundé", a lo que los psicólogos contraponen la existencia de inundados e inundadores, es decir, los funcionarios a quienes los santafesinos responsabilizan de ambos desastres.

La familia de palabras incluye el estar inundado o incluso inundadísimo. Su antónimo es estar seco, que ya no significa no tener dinero. A veces se logra gracias a los bolseros, que son quienes acarrean las bolsas de arena para intentar que el agua no ingrese a la casa, el comercio o el taller.

Además de los evacuados y autoevacuados están también los techeros. Son quienes se quedan viviendo en los techos, para vigilar las pertenencias allí resguardadas, o alzadas a la mayor altura posible dentro de las casas. Son en general hombres que, cuando disponen de espacio, cocina y garrafa, arman una ranchada para cocinar y compartir sus comidas.

Si el flujo de canoas en el barrio es insuficiente, las provisiones les llegan a través de sus mujeres o sus hijos mayores, quienes construyen una balsa, rellenando con botellas descartables bien cerradas el espacio libre entre los tablones de las plataformas de madera que se emplean en los autoelevadores. Sirve para transportar objetos y paquetes livianos

La catástrofe de 2003, que obligó al 40 por ciento de los habitantes a salir en estampida de sus casas, dejó durante los primeros días decenas de miles de "desaparecidos". Para diferenciarlos de los desaparecidos de la dictadura militar, los psicólogos sociales los definieron como desencontrados y, en efecto, todos pudieron reunirse con sus familiares.

El avance brusco de las aguas provocó 23 víctimas. Pero cerca de 150 personas murieron en los cuatro meses siguientes, como consecuencia —según los especialistas— de enfermedades provocadas o descontroladas por la catástrofe. Son llamados secuelados.

Esta nueva inundación reflotó y consolidó ese vocabulario. Lo amplió con el efecto palangana, término irónico que parafrasea la explicación oficial de la catástrofe. Indignados, los inundados ya dicen escracharán a las autoridades con un palanganazo.

   

http://www.clarin.com/diario/2007/04/06/sociedad/s-03303.htm

 
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Publicada en diario "Clarín", Buenos Aires, 7  de abril de 2007


INFORME DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL DEL LITORAL

En la ciudad de Santa Fe tendrán que adaptarse a vivir con más lluvias

Según los científicos, se debe a los cambios climáticos bruscos en la región desde los 70.


Sibila Camps.
ENVIADA ESPECIAL

“Los santafesinos tendrán que adaptarse a vivir con esta situación de grandes lluvias. No se puede hablar de una recurrencia centenaria porque el clima sigue cambiando. Y la infraestructura de la ciudad está preparada para otra época", afirmó a Clarín el doctor en Meteorología Norberto García.

Responsable de la Unidad de Investigaciones Hidroclimáticas de la Facultad de Ingeniería y Ciencias Hídricas (FICH) de la Universidad Nacional del Litoral (UNL), García fue uno de los coordinadores de la actualización sobre cambio climático en la región Litoral-Mesopotamia. Este informe integra la Segunda Comunicación argentina a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático.

Del trabajo interdisciplinario participaron hidrólogos, ingenieros de suelos, agrónomos, ingenieros civiles y sociólogos. Un anticipo fue publicado el 5 de febrero pasado el diario El Litoral.

Los científicos observaron que en la región el clima comenzó a sufrir cambios bruscos desde los 70. "Aumentó la frecuencia y la intensidad de los eventos extremos, y cae mucha más agua en 24 horas", señaló García. Se refiere a tormentas con lluvias de 400 milímetros por día, y temporales de 660 milímetros en siete días consecutivos. "En algunas zonas, la lluvia aumentó hasta el 18 % —agregó—. Y el caudal del Paraná a la salida de Itaipú tiene un 34 % más de agua", en su mayoría provocada por lluvias en la cuenca alta, por cambios en el uso del suelo en Brasil (deforestación para explotación agrícola).

Pero como se buscaba proteger a la capital de la crecida de los ríos Salado y Paraná, se construyeron anillos de protección, mediante terraplenes de defensa y estaciones de bombeo. Esto "trajo una nueva forma de inundación vinculada a las lluvias torrenciales. Sin adecuados sistemas de drenaje, el agua no podrá escurrir fuera del recinto y provocará inundaciones".

La cita pertenece a un cuadernillo elaborado por la UNL y coordinado por la ingeniera Silvia Wolansky; estaba en imprenta en la inundación de 2003. El manual incluye un abecé de los desastres y las pautas para elaborar políticas de mitigación para la ciudad, un plan de emergencia, y acciones de respuesta y recuperación. "El plan de contingencia municipal es apenas un plan de escritorio", opinó García.

"A partir de estos cambios en el clima descubrimos que hay reglas de la ingeniería que están perimidas, pero siguen usándose", observó el meteorólogo. "La capacidad de bombeo estaba subdimensionada. Este tipo de drenaje urbano debe diseñarse para una recurrencia de cien años, y estaba hecho para cinco años", reveló el ingeniero Raúl Pedraza, director del Departamento de Hidrología de la FICH. "La red de desagües troncales, construidos entre principios y mediados del siglo XX, ya cumplió su vida útil —evaluó Pedraza—. Entre 1996 y 2000, a pedido del gobierno, en la regional Litoral del Instituto Nacional del Agua elaboramos el Plan Director de Desagües Pluviales. A mayo de 2001, la inversión total necesaria era de US$ 135 millones. Recién están licitando el primer desagüe troncal".

Para los expertos es evitable que se inunde la ciudad. El ingeniero Carlos Zapata, director del Programa Ambiente y Sociedad (UNL), dijo que es necesario un ordenamiento territorial: "La ley provincial 11.730 define las áreas de riesgo hídrico, que restringe el uso público y privado, sobre todo en zonas anegadizas".

"Hay que acostumbrarse a estos cambios porque aún no se estabilizó el sistema climático —recalcó García—. No sabemos cuánto cambiará, pero no volverá a la situación anterior porque las condiciones de la atmósfera y la vida media no son las mismas".

http://www.clarin.com/diario/2007/04/07/sociedad/s-05201.htm

 
 
   

EL DOMINGO 25 DE MARZO LA EMPRESA WEATHER WATCH ENVIO UN ALERTA A LA INTENDENCIA DE RAFAELA

   
    "Sabíamos que habría fuertes tormentas"    


Sibila Camps.
ENVIADA ESPECIAL

Desde el sábado 26 se sabía que habría lluvias extraordinarias en Santa Fe —dijo a Clarín Germán Iturriza, gerente general de Weather Watch—. Lo que pasó no era evitable por la magnitud y la geografía del lugar; pero las muertes se podrían haber evitado con un plan para recibir las lluvias que sabíamos que caería". Weather Watch hizo pronósticos meteorológicos especializados y seguimientos de tiempo para empresas de todo el país. Allí trabajan diez meteorólogos egresados de la UBA.

"Hay varios modelos meteorológicos mundiales, elaborados por universidades de diferentes países; están disponibles gratuitamente por Internet —explicó Iturriza—. Se pueden hacer estimaciones con una alta probabilidad: a siete días, con un 70% de certeza; a cinco días, con un 95%". Iturriza envió un e-mail a esta cronista casi como un desahogo. "El sábado, la mayoría de los modelos nos daban lo que ocurrió", agregó. El domingo 25 buscó en Internet las direcciones electrónicas de funcionarios de primera línea de los municipios santafesinos que podrían resultar afectados o sus teléfonos. "No hallé nada —contó—. Llamé a la Municipalidad de Rafaela, me dieron el teléfono de Defensa Civil, pero no atendieron".

El e-mail que se reproduce es la alerta que envió Iturriza a la Intendencia de Rafaela, vigente desde las 21 del domingo 25 hasta las 12 del jueves 29. Advierte sobre "lluvias abundantes e intermitentes con tormentas eléctricas", con "peligro de inundaciones locales". El aviso anuncia "probables acumulados de precipitación totales superando los 150 milímetros, y hasta 200 milímetros"; y "probable formación de tormentas fuertes o muy fuertes, asociadas con eventos de caída de granizo en forma aislada y ráfagas de viento de hasta 80 kilómetros por hora". La zona de cobertura: Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes, centro-sur de Santiago del Estero, norte de La Pampa y norte-centro de la provincia de Buenos Aires.

"Sentimos impotencia al tener la información y no poder transmitirla —confió Iturriza—. Más aún, al aumentar las muertes".

http://www.clarin.com/diario/2007/04/07/sociedad/s-05204.htm

   
 
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Publicada en diario "Clarín", Buenos Aires, 8  de abril de 2007

 
LOS CARNERO, UNA FAMILIA DE ENFERMEROS, DA PRIMEROS AUXILIOS A SUS VECINOS MAS AFECTADOS

Soportaron dos veces la inundación, pero ahora quieren dejar su barrio

Su casa ya se había arruinado en 2003, hoy quieren un lugar que no se inunde.


Sibila Camps.
ENVIADA ESPECIAL

En la casa de Teresa Acosta (45) y José Carnero (44), un reloj de pared a más de 2 metros de altura está clavado en las 9.05. A esa hora de la noche, el 29 de abril de 2003, lo paralizó la inundación. El miércoles pasado, cuando pudieron volver al hogar, Teresa recogió su despertador, lleno de agua. "¡Mirá, la misma hora!"

Nacida ella en Coronda, él en Santo Tomé, se conocieron hace 24 años, cuando estudiaban en la Escuela de Enfermería. Juan Augusto tenía 4 años. "Lo tuve yo solita —aclara Teresa—. Pero José se hizo cargo". Juan vive en Coronda y tiene dos hijos.

Hace 21 años nació Agustín. Tres años después, Gonzalo. "Fueron sietemesinos, porque yo trabajaba en Neonatología y estaba muchas horas de pie".

Hace 16 años pudieron comprar esta sencilla casa de tres ambientes. Da a una calle de tierra, aunque en una zona socialmente menos conflictiva del Barrio Chalet, el último al sudoeste de la ciudad. Mucho peor es el Baradero Zarzotti, en cuyo centro de salud trabaja Teresa, un barrio con casi 600 familias que viven del cirujeo.

Trae una lámpara de bronce: "Estos son los regalos que me hace la gente de allá. Los juntan de la basura y yo los lustro. A los chicos les festejamos los cumpleaños y les enseñamos la tarea. A los docentes no les interesa la gente del barrio".

"Van todos sucios al centro de salud. Les lavamos la cara y las manos, los cambiamos de ropa (tenemos un roperito). Yo me disfrazo, como los Payamédicos: así no te ven como la enfermera y se dejan atender. Tenía sombreros, pero me los estropeó el agua".

José es enfermero de Traumatología del Hospital Cullen, y en el Liceo Militar. Quince días vivió en el techo, durante la inundación de 2003. Inútil. "El agua hizo un remolino y me tumbó el ropero. Cuando entré, la mesa era un licuado. Las fotos estaban pegadas en el cielorraso".

Con el magro subsidio oficial encararon la reconstrucción. Privándose de todo la hicieron más linda: hogar, pisos de cerámicos, muebles de algarrobo. Y revocaron el frente.

Esta vez, cuando el agua volvió a rodearlos, subieron los muebles que pudieron, metieron ropa y calzado en bolsas, y salieron a la Avenida de Circunvalación. "Lo primero que salvé, fueron los sacos de los chicos —cuenta Teresa—. Agustín, si no va a la facultad con traje y corbata, no lo dejan rendir. A crédito compré todo, hasta los zapatos".

Agustín está promediando la carrera de derecho en la UCA; Gonzalo comenzó la de contador. "¿Una casa linda? Lo único que puedo dejarles a mis hijos es un estudio. Que se apuren a recibirse. Que no sean enfermeros", refresca Teresa. Los muchachos retribuyen con buenas notas.

En el asentamiento que comparte con otros autoevacuados del barrio, Teresa y José armaron una enfermería de campaña. "El primer día atendimos a 60 personas, sobre todo heridas en los pies y granos infectados". Mientras conversa, José hace una férula de yeso en la muñeca de Estrella, quien patinó en el barro que quedó en su casa.

Se acercan tres mujeres jóvenes. "Esta es mi gente, vienen para que les consiga los remedios para los enfermos crónicos. El centro de salud está seco, pero con bichos. Las pastillitas, ¿las están tomando?", chequea Teresa.

El miércoles, la familia está de vuelta en la casa, para limpiar. "Menos mal que los muebles son buenos y van a aguantar", evalúa José. Pero no cierra ninguna puerta, el bajo mesada no sirve más, aflora la napa freática y el patio es un chiquero.

Esa noche, cuando estaban por encender el hogar para secar la casa, volvió a diluviar. Tuvieron que huir de nuevo, a oscuras. El jueves, José está solo con los muchachos. "Yo no quiero que la Tere vea eso, no quiero que vuelvan a internarla". En agosto pasado, los vómitos la llevaron a la deshidratación; resultó una secuela psicológica de la inundación de 2003. Unos meses antes había caído él, con ataques de pánico que había visto en pacientes y vecinos. "Ya empecé a soñar: que estoy con el secador, el agua sucia... que voy hacia un pozo..."

El viernes están los cuatro de regreso, con brasas en el hogar y una colección de productos de limpieza. "Nada nos dieron, todo tuvimos que comprar. Pero de acá nos vamos —anuncia Teresa—. Vamos a alquilar, pero avisando que si llueve fuerte, se inunda". Apenas desinfectaron, armaron otra enfermería. Teresa se despide: "¿Se podrá conseguir cosas para mi gente? Perdieron todo".