Sibila Camps Hasta 1878, la llamada mesopotamia santiagueña, ubicada entre los ríos Dulce y Salado, era la región más poblada de la provincia. Las riberas fértiles del Dulce y las acequias permitían el cultivo de cereales –sobre todo trigo– y la ganadería. Pero fueron desplazados por la industria forestal. El país de la selva (Santiago del Estero, Formosa y Chaco) fabricaría los durmientes de los ferrocarriles ingleses, y los postes para alambrar las estancias de la pampa, proveedoras de la carne y los cereales que necesitaba el mercado europeo, señala Raúl Dargotz, profesor de Historia Social Regional de la Universidad Nacional de Santiago del Estero. Los canales de riego realizados no alcanzaron para continuar con la agricultura. Los sectores políticos locales tampoco se interesaron en desarrollar un sistema de canalización: siempre estuvieron vinculados a los productores forestales, sostiene Dargotz. Sin recursos ni industrias, la provincia cayó en la pobreza crónica. En 1940, por la capital santiagueña pasaban crecientes en las que el caudal del Dulce superaba los 3.000 metros cúbicos por segundo. Ahora, con la tercera parte ya se inundan los barrios ribereños donde, pese a la prohibición del municipio, el Gobierno provincial propició los asentamientos. Lo hizo a través del Plan de Ayuda Mutua, que blanqueó la situación regalando los terrenos y entregando materiales. La arena la sacan del río los mismos habitantes de estas villas miseria y barrios humildes carcomiendo las defensas que levanta la Municipalidad para impedir que sus pobladores se inunden en cada crecida. Protagonistas inimputables de un mecanismo perverso, rompen además los bordes de contención para llegar hasta la orilla con sus carros y poder vender la arena, a 20 pesos la carretada. El Estado paga dos veces: primero, para construir defensas imposibles de mantener; después, para asistir a los evacuados. Los bordes también ceden por los pequeños criaderos de chanchos, otra de las mínimas fuentes de ingreso. Sucede que en la provincia, cuyos índices de desempleo son el secreto mejor guardado por el gobierno, buena parte de los habitantes sobrevive con el trabajo informal. En el departamento de Loreto –que, como la mayoría de la provincia, pena por la falta de agua–, “todavía no pude conseguir que el municipio prohíba que los camiones cisterna saquen agua de los dos canales y la vendan, sucia como está”, se queja el ingeniero Ricardo Nuri, de la Dirección Provincial de Recursos Hídricos. Ahora ese agua, incontenible, rompe las compuertas, desborda los canales y arrasa con los ranchos de familias que, paradójicamente, permanecen en la miseria por la falta de sistemas de riego. |