Sibila Camps
Hace poco tiempo Javier Villafañe cumplió 80 años, por lo que la gran familia de los títeres –sí, los títeres, sus parientes más directos– le tributó un homenaje, el domingo en LiberArte. Los tutores de los muñecos decidieron colarse, y decenas de mujeres en ropas cómodas y de hombres barbudísimos se metieron dentro de sus vestidos e hicieron como que movían sus varillas y piolines.
A algunos titiriteros, sus hijos no los dejaron ir solos, y terminaron vigilándolos delante de los retablos. Y muchos poetas, escritores y libreros amigos del cumpleañero, sabedores de que los títeres les conocen los gustos y habían previsto reemplazar la torta por empanadas y las gaseosas por tintacho, tampoco quisieron perderse la fiesta.
Espiado por Rolando Serrano y Silvina Reinaldi, un simpático perro asumió el papel de maestro de ceremonias y fue dando la entrada a una nutrida parentela de papel mâché, telgopor, madera, tela y hasta plástico. Para explicar que un títere es “un objeto movido con intención dramática”, con excelentes dotes didácticas hizo la demostración con la canasta familiar.
Otro ejemplar canino hizo de Villafañe y –a través de la parodia del maniqueísmo de algunos colegas, que provocó carcajadas en los profesionales– ofreció una versión libre y actualizada a la luz de la crisis de El panadero y el diablo, de Villafañe, con la moraleja de que “las cosas cambian y hay otros que son más diablos”.
Un muñeco con varillas cobró vida sobre una mesa y descubrió con ternura a su supuesto demiurgo, Ariel Bufano, antes de irse volando colgado de una mariposa. En honor a quien anduvo transportando y dando trabajo a los títeres con su carreta La Andariega, el levantador de pesas y la trapecista mostraron sus proezas, precediendo al “Cabeza” Villarroel.
Los títeres saben muchísimo acerca de códigos y de convenciones; pero como detestan todo formalismo que no sea el “¡Señoras y señores…!” del Maese Trujamán, no quisieron saber nada de discursos. Y puesto que viven al costado del almanaque y consideraron que las ocho décadas de Javier Villafañe son dignas de envidia, tampoco se metieron con la nostalgia, aun cuando la mayoría de los Juancitos Caminadores allí presentes había metido la mano en el guante después de haberlo conocido.
A un osito se le escapó pepe Ruiz, quien no aguantó la tentación de exhibir la mochila del Villafañe y los recuerdos de sus viajes, quizá teniendo en la mente el que había hecho Villafañe cuando siguió en España la ruta del Quijote. Pero Ruiz tampoco se quedó con las ganas de hacer como que presentaba “su” osito a Javier (¡como si éste no conociera a todos sus descendientes!).
Los muñecos del Grupo Barrilete, un poco por generosidad y otro poco por la emoción, dejaron que Haydée Andreoni y Sandra mostraran por qué las manos de los titiriteros son “la magia de todos los días”. En cambio, algunos monstruitos no permitieron la aparición de Sergio Rower.
El que no podía faltar a la reunión fue el protagonista de Los sueños del sapo. El batracio llegó hacia el final, ya que venía de otro festejo, arrastrando las consecuencias de las correspondientes libaciones; pese a su deplorable estado, entre hipos mal disimulados se mandó la parte por haber sido el inspirador el cuento homónimo de Villafañe.
Enfundado en su infaltable jardinero azul y sentado junto a Luz Marina, su compañera, el cumpleañero bordó su barba blanca con todas las sonrisas. Algún monigote tuvo en cuenta que “cuando Javier habla, nunca se sabe dónde empieza la verdad y dónde la mentira”. Pero esta vez habían sido los títeres quienes le habían contado el cuento a él, por lo que no tuvo ninguna duda de que todo había sido cierto. |