Sibila Camps
El 21 de enero de 1950, la insistencia de la tuberculosis cortó las utopías de George Orwell. Un año antes, el escritor británico había llegado a ver publicada en dieciséis idiomas su novela 1984, un visionario e implacable alegato antidictatorial y pacifista que previno –más que predijo– el mundo globalizado que quedaría establecido medio siglo después.
Le
llevó los primeros 24 años de su corta vida desarticular su pertenencia a la más baja altísima clase media, como decía, y conjugar el instinto literario con la vocación social. Tardaría otros ocho años en desprenderse del nombre Eric Arthur Blair –con el que había nacido el 25 de junio de 1903 en Motihari, India, entonces colonia británica– y definirse como George Orwell.
Educado en Inglaterra, gracias a una beca terminó el secundario en el exclusivo Eaton College. Entonces rompió el molde de aspirar a Oxford o a Cambridge y se fue a Birmania, donde trabajó cinco años en la Policía Imperial India. Asumido como antiimperialista, no soportó la contradicción y en 1927 volvió a Gran Bretaña.
En un helado cuartucho de un barrio obrero londinense, Orwell comenzó a aprender a escribir. Las dudas sobre cuál era la verdadera realidad social lo lanzaron a las calles, y a partir de 1928 vivió más de un año entreverado con los desharrapados y los vagabundos de Londres y de París.
No halló diferencias entre los pobres de Birmania y los de las capitales europeas que había recorrido. Esos fueron los temas de sus primeros libros, Mis años de miseria en París y Londres (1933) y Días birmanos (1934), que refleja su acercamiento al socialismo desde una postura no ortodoxa.
Por encargo del Club del Libro de Izquierda, investigó y compartió la oprobiosa vida de los mineros sin trabajo en el norte. La comparación con el confort de la clase media disgustó a la intelligentzia británica, que en 1937 publicó El camino a Wigan Pier con una crítica del editor.
Orwell comenzaba a definir la libertad de prensa como “el derecho a decir aún lo que los demás no quieren oír”. Tentado por la experiencia republicana, el año anterior se había alistado en las milicias del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), con el que mantenía contactos el Partido Laborista británico. Durante esos seis meses en España lo vio todo: la convivencia igualitaria de anarquistas y socialistas en Barcelona; la Guerra Civil con voluntarios casi adolescentes, sin armas ni instrucción; el retorno de los catalanes a la sociedad de clases.
Herido de gravedad en la garganta, pasó la convalecencia en la clandestinidad: la República estaba en manos de los estalinistas, que habían prohibido el POUM y encarcelaban a sus militantes. En Homenaje a Cataluña (1938), Orwell no perdonó al Partido Comunista, al que culpó de la derrota frente a la Falange fascista. |