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Publicada en diario "Clarín", Buenos Aires, 21 de Octubre de 1999

   
 

Manteniendo honra


 

La moraleja ejecuta a Celestina y a los dos sirvientes del protagonista por codicia, y a los amantes Calixto y Melibea por lujuria. Pero antes de llegar al último de los 21 actos que terminó teniendo la tragicomedia, Rojas disfruta con detalles casi procaces acerca de todos los mandamientos que no cumplen sus contemporáneos.

Les descubre la hilacha de sus debilidades a todos los sectores sociales. Desde los niños bien que dan título a la obra, hasta las “rameras”, el “putañero” y el “rufián” (sic) que la comparten. Desde la alcahueta cuyo nombre terminó siendo un sustantivo común, hasta los curas que le pagan por los servicios de sus pupilas.

No es casual que una de las palabras más usadas por Rojas sea honrado/a. Es el adjetivo que, a modo de latiguillo, adjudica y recibe Celestina, por otra parte descripta como “una puta vieja alcoholada”.

Se trata, en el fondo, de blanquear la hipocresía, una moneda de cambio a la que, 500 años después, la sociedad insiste en sacar lustre. Más de un siglo antes, también lo habían buscado Bocaccio en los relatos del Decamerón, y Chaucer en los Cuentos de Canterbury. Resulta entonces significativo que la Tragicomedia tuviera casi una decena de ediciones a principios del siglo XVI, además de traducciones o adaptaciones al italiano, el alemán, el francés y el inglés.

Uno de los aciertos de Rojas fue el de focalizar burla y mentira en un solo argumento. De este modo terminó trascendiendo el género de la comedia humanística (en su época no había teatros, y el formato escénico sólo facilitaba la lectura en grupo), para empezar a bocetar la novela.

Entre sentencias y refranes, citas cultas y dichos populares, La Celestina despliega un lenguaje fluido para, con ironía y hasta humor negro, describir a la clientela de la especialista en remendar virginidades por ella misma desbaratadas. Más allá de sus alusiones explícitas al sexo, un buen símbolo para que, cinco siglos después, a este sayo todavía le quepan lectores.

   

CULTURA: OBRA CUMBRE DE LA LITERATURA ESPAÑOLA


Los 500 aņos de La Celestina
 

La escribió Fernando de Rojas. Es una fábula renacentista sobre el vicio y la virtud. El nombre de su personaje central pasó a ser sinónimo de casamentera. En España, reivindicaron la vigencia del texto.

 


Sibila Camps

Sin perder un ápice de su divertida y riesgosa vigencia, La Celestina está cumpliendo 500 años. A modo de celebración, el clásico español de la literatura universal y su autor, Fernando de Rojas, fueron desmenuzados y paladeados, este mes, por 160 especialistas, llegados a España desde los Estados Unidos, Brasil, México e Italia.

Difícil imaginar el tono de las sesiones de ese congreso internacional, para hablar de un libro donde los latinazgos y las referencias a la mitología griega se entreveran con palabrotas que, cinco siglos después, siguen siendo irreemplazables. Difícil reconstruir el tenor de las conclusiones académicas acerca de una historia que, para condenar el placer carnal, necesita convertirlo en una tentación imprescindible.

Los expertos coinciden en que 1499 fue el año de la primera edición conocida de la Comedia de Calixto y Melibea (su primer título). Para entonces, Fernando de Rojas andaba por los veintitantos y estudiaba leyes en la Universidad de Salamanca. Nacido en La Puebla de Montalbán –que al día de hoy no superó los 7.000 habitantes–, era un judío converso de tercera generación, en una España que, bajo el reinado de los Reyes Católicos, estrenaba los primeros inquisidores.

Vale el marco histórico para ubicar al muchacho que, según se cree, tenía el recuerdo de su padre quemado en auto de fe en Toledo. Al padre maduro que en 1525 intentó defender a su suegro, cuando fue procesado por la Inquisición.

La mezcla de orígenes religiosos no basta para explicar la Tragicomedia de Calixto y Melibea –como fue republicada probablemente en el año 1500– sino, por el contrario, para respaldar la existencia de interpretaciones opuestas. Según Víctor de Lama, en el texto caben tanto una intención didáctica cristiana, como la visión judeo-pesimista. Y es esa diversidad de sentidos lo que nutre su vigencia.

Es factible que haya nacido como el juego de un universitario brillante (no se sabe de ninguna otra obra de Rojas), que se hamacaba entre la estudiantina desenfrenada y el corsé de valores culturales impuesto por la Iglesia. Quizá por eso mantuvo su autoría casi en el anonimato, oculta en el acróstico de los once primeros octetos.

 
   
http://www.clarin.com/diario/1999/10/21/e-04201d.htm