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Publicada en diario "Clarín", Buenos Aires, 07 de Junio de 2006

La ardua tarea de una unidad especializada

Los pacientes con insuficiencia intestinal son "una población abandonada. Es muy tedioso y muy costoso alimentarlos", comenta el cirujano Gustavo Podestá, director de la Unidad de Hígado de la Fundación Favaloro. La nutrición parenteral crónica de cada paciente cuesta de 50.000 a 100.000 dólares anuales, sin contar gastos por insumos, atención domiciliaria, infecciones e internaciones.

La Unidad de Intestino busca, en primer término, el restablecimiento de la función intestinal, por lo general mediante cirugía; el trasplante es la última opción. De los 56 pacientes atendidos desde el 15 de marzo, cuando se puso en marcha la unidad, ya hay 5 que pronto dejarán la nutrición parenteral.

Este proyecto se puso en marcha con el apoyo del IOMA. La obra social bonaerense "es la primera del país que ha incorporado no sólo el trasplante de intestino sino el programa completo, para detectar a tiempo los problemas y evitar el deterioro de los pacientes", señala su vicepresidente, Antonio La Scaleia.

SALUD : EN LA FUNDACION FAVALORO


Por primera vez, realizan con éxito en el país dos trasplantes de intestinos


 

Los pacientes son un nene de 22 meses y un joven de 23 años. Hay otros siete enfermos en lista de espera. El equipo médico debió capacitarse en Estados Unidos.

Sibila Camps

A los 22 meses, Ignacio Olivieri lleva 32 días sin vomitar y toma sus primeras mamaderas. Marcos Esparza sabe que recién ahora, a los 23 años, podrá sentarse todos los días frente a un plato de comida. Fueron sometidos a un trasplante de intestino, una cirugía compleja que se realiza por primera vez con éxito en la Argentina. Y en la Fundación Favaloro ya hay otros siete pacientes en lista de espera.

Nacieron con insuficiencia intestinal, un cuadro aún no incorporado a la enseñanza de la medicina, que se define como la incapacidad del tracto gastrointestinal para mantener las necesidades básicas de calorías, fluidos y electrolitos. Dicho en otras palabras, el intestino delgado ni siquiera puede absorber líquidos.

El 60% de las consultas son pediátricas, en especial menores de 5 años. Niños y adultos con graves trastornos de nacimiento, o con patologías adquiridas a través de otras malformaciones congénitas. Para no deshidratarse, algunos deben beber hasta diez litros de agua por día. Muchos han entrado al quirófano hasta 25 veces, y salido a menudo con un tramo menos de intestino, o incluso sin él.

Quizá pueden comer, pero evacúan a los pocos minutos. Hay quienes necesitan ingerir 5 kilos por día. Para sustentarse, muchos reciben alimentación parenteral —un líquido que contiene todos los nutrientes—, a través de una sonda y un catéter colocado en una de las grandes venas, que van directamente al corazón. Hay quienes necesitan estar conectados a una bomba de nutrición hasta 18 horas diarias.

El principal objetivo de la Unidad de Nutrición, Rehabilitación y Trasplante Intestinal de la Fundación Favaloro es lograr la rehabilitación intestinal (ver La ardua...). Pero cuando no es posible, la única solución es un trasplante.

Formado en el prestigioso Recanati/Miller Transplantation Institute del Hospital Mount Sinai de Nueva York, el doctor Gabriel Gondolesi (37) dirigió el Servicio de Rehabilitación y Trasplante Intestinal entre 2003 y marzo de 2006. Durante los últimos meses, montaba al mismo tiempo la unidad en la Fundación Favaloro, con un equipo de 14 profesionales formado en Estados Unidos, como también los enfermeros.

En una práctica aprobada recién en 2000, en ese centro se logró una sobrevida del 85% a los tres años del implante. Allí fue trasplantado un afiliado del IOMA; con el mismo costo, aquí podrán operarse de 3 a 4 pacientes.

La cirugía lleva 12 horas, o más si también hay que reemplazar el hígado, y 18 si es un trasplante multivisceral. "Existen tantas modalidades de trasplante como pacientes", observa el doctor Andrés Ruf. Todo depende de cómo llegue el enfermo a esa instancia, por lo que es fundamental derivarlo antes de que el hígado falle.

"Cuando termina la operación, empiezan los problemas", señala Gondolesi. Por su tamaño y por el contacto con bacterias, es el órgano que más rechazos genera, por lo que el paciente recibe más inmunosupresores. El posoperatorio es largo y delicado, con biopsias, endoscopías frecuentes y nutrición parenteral y enteral (directamente al intestino) durante varias semanas. Tragar una papilla, saborear un jugo, morder una frutilla, paladear un sorrentino o masticar un bife de chorizo bien lo justifican.

   
http://www.clarin.com/diario/2006/07/07/sociedad/s-03201.htm