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Los pueblos indígenas

"Clarín", Buenos Aires, 13 de Enero de 2001


   
 

Ya recibió casi 15 mil visitantes

La pista de esquí, un estímulo y algo más

 

José Miguel Puel no oculta su satisfacción por el hecho de que su comunidad decidió que siga conduciendo a sus 300 miembros por otros dos años. "El lonko tiene que ser inteligente: si se planta muy firme no consigue nada, pero si se humilla, tampoco -sostiene-. Creo que me reeligieron por lo que hice, por las fuentes de trabajo para los jóvenes, por la transparencia". (ver nota completa)

 

Guardianes de parques nacionales

Desde 1937, cuando se creó el Parque Nacional Lanín, muchas comunidades indígenas fueron expulsadas de las tierras que ocupaban en parques nacionales. Ahora, la Secretaría de Turismo, de la que depende Parques Nacionales, está decidida a devolvérselas.
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los pueblos indígenas. SÉPTIMA entrega

EN EL SUR, LA GENTE DE LA TIERRA


Mapuche, comunidades que respetan a la naturaleza

 

En los duros inviernos preparan comidas con piñones de araucaria. La cría de ovejas ya no les alcanza para vivir. Y quieren progresar, pero sin dañar los bosques. Algunas familias explotan pequeños emprendimientos turísticos

 


Sibila Camps. Enviada especial a Neuquén.

El año pasado, antes de levantar el Parque de Nieve Batea Mahuida ("cerro de la batea", en idioma mapuche), José Miguel Puel (46) tuvo muchas dudas. "Resulta un poco chocante eso de explotar un centro de esquí, al cerro volcán ponerle tanta gente, ruido -confiesa-. Pedimos permiso, avisamos a Batea Mahuida para poder ocupar un lugar para un centro turístico. Teníamos temor de que se enojara: podía erupcionar , o reventar el lago Moquehue. Pero hasta ahora está en silencio".

Los escrúpulos del lonko (cacique) de la comunidad Puel resumen la encrucijada en la que se hallan los mapuche, decididos a no descalabrar la relación de equilibrio que siempre mantuvieron con la naturaleza. "Si bien los viejos tuvieron su tiempo con la crianza de animales, con eso no alcanza. La civilización, ha llegado la hora de enfrentarla -afirma Puel-. Lo bueno es preparar a los jóvenes al nivel de la civilización que está actualmente. Lo malo, el temor de depredar o contaminar".

La "primera" civilización, la que los exterminó o los arrinconó en páramos de la meseta patagónica o contra la cordillera, llegó al sur mucho más tarde que al norte. Sienten en carne viva las cicatrices de persecuciones y desalojos. Pero también han conservado intactos los motivos por los cuales cada uno se llama mapuche -siempre en singular-, que en idioma mapuzungum significa gente de la tierra.

"Para la sociedad somos los dueños de la tierra, pero para nosotros somos parte de la Tierra, pertenecemos a la Tierra -diferencia Gabriel Kaxipayiñ (25)-. Cuando hablamos de nuestra filosofía, a mí se me caen las lágrimas: uno tiene que dar la importancia de ser parte del ambiente".

El mapuche sabe desde siempre que la Tierra es redonda. Los cuatro puntos cardinales y las cuatro estaciones están representados en el kultrun, el tamborcito en forma de cuenco que tañen en el nguillatun, la principal ceremonia religiosa.

También están presentes en la bandera de la Nación Mapuche, creada en conjunto con sus peñi (hermanos) de Chile para el quinto centenario de la llegada de Colón a América. Una nación que exige se respete su forma de organizarse y de impartir justicia, como lo pautan los pactos internacionales. "El mapuche no tiene por qué tener la obligación de votar", señala Rita Paillafquén, de la comunidad Cañicul.

Según la Confederación Mapuche -fundada hace 33 años y que agrupa a los lonkos de las 45 comunidades de Neuquén-, sólo el 30 por ciento de los 75.000 indígenas de la provincia vive en zonas rurales. Las organizaciones de Río Negro hablan de unos 50.000, radicados en Bariloche (alrededor de 30.000), en pequeños parajes y en once reservas de la meseta.

Esas comunidades, asentadas en la estepa o en los bosques andinos, practican hora a hora esa filosofía. Piden permiso al bosque para sacar madera o leña. Al lago para pescar truchas o salmones. "Y en los viajes, para cruzar la cordillera, un arroyo o un río, hay que pedirles permiso para que te dejen pasar tranquilo, sin novedad", explica el lonko Puel.

"Yo le pedí remedio a él, para mi hijo -cuenta Kaxipayiñ mientras acaricia a Bambi, el guanaco domesticado-. La lana de luan es lo mejor para el dolor de oído".

Las comunidades que obtuvieron los títulos de sus tierras viven de sus ovejas. La de Rucachoroi, por ejemplo, tiene más de 15.000 cabezas. "Cada cual va con su piño de animales, tiene su puestito y se turnan -señala el lonko Gervasio Quinillán-. Pero nuestros animales no valen nada". Sucede que al bajar el precio internacional de la lana, se necesita criar cada vez más animales, lo que lleva al sobrepastoreo y a una lana de calidad aún inferior.

"Parques Nacionales se encimó, se quedó con la tierra del mapuche", subraya Marcial Zapata, werkén (vocero) de Rucachoroi. La mitad de los 1.200 miembros de la comunidad está asentada en una franja del Parque Nacional Lanín -y en los parques nacionales no se permite la explotación ganadera a gran escala-, y el resto, en una zona apta sólo para la veranada. "Si somos gente de la Tierra y sin tierra, ¿qué podemos hacer nosotros?", plantea Zapata.

Los inviernos se harán menos duros en tanto a las comunidades les alcancen las tierras otorgadas, sean productivas, y el gobierno les dé semillas y les preste maquinaria para cultivar pasturas, lo que ocurre de vez en cuando. Ya fuera de la organización comunitaria que mantienen, no les queda otro remedio que ser peones de estancia o suplicar por un Plan Trabajar.

Menú con piñones

En la medida en que se encuentren cerca de los magníficos bosques de araucarias que tapizan los cerros y festonean los lagos espejados, los piñones de pehuén -como llaman al árbol centenario- les permitirán alimentarse durante los encierros obligados de las nevadas.

La comunidad Catrileu, dispersa tras su expulsión del Parque Nacional Lanín, comenzó a reagruparse hace cinco años en la otra margen del bellísimo lago Ñorquinco y el verano pasado regresó al bosque a piñonear. Lo hizo con la venia de los guardaparques, en el marco de la actual política de la Secretaría de Turismo de la Nación, que apunta a un manejo conjunto con los indígenas.

Tras armar el campamento -la piñonada dura varios días-, los hombres comenzaron a arrojar sogas hacia arriba para enganchar las ramas, sacudirlas y hacer caer los frutos, que las mujeres se ocuparon de recoger. Un piñón bien cargado tiene 50 semillas poco más grandes que una almendra. Pero serán necesarias muchas bolsas para pasar "la época de la leña".

Crudo y pelado, como también tostado, sabe a avellana. Pero el menú es variado. "Cuando son nuevos los piñones, se los hierve para hacer puré o se los prepara en humita", explica Zelmira Likán. Seco, sirve para preparar chichoka (locro) y mote. Triturado, se convierte en ñako (gofio). Molido, se transforma en polenta y en katutos (buñuelos) y, mezclado con harina de trigo, en tortas fritas.

Aun cuando también los animales domésticos -sobre todo los pavos- lleguen al deshielo a fuerza de piñones, el mapuche nunca recogerá de más. "Hasta cierto kilaje junta la gente, porque después se echa a perder", aclara Quinillán.

"El blanco no sabe hacer distribución de tierras ganaderas -objeta Zapata-. Nosotros tenemos un estilo para trabajar, de hacer las cosas en conjunto, de no cortar el árbol verde. El blanco, lo primero que hace es limpiar todo. Nosotros, cuantas más plantas haya, mejor. No es que seamos ecologistas: es una forma de vida".

 

 
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